Columna invitada: Lopetegui jamás fue de los nuestros

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Julen Lopetegui, director técnico del Real Madrid (AFP)
Ciudad de México /

El rincón del piel roja

Por Gauden Villas

El mercenario, el que sólo trabaja por dinero y en provecho propio, tarde o temprano acaba desenmascarado

España ante todo

Es posible que para Lopetegui, como para tantos otros, España no sea lo más grande después de España. Hay quien de verdad se emociona tanto o más con los éxitos de su club que con los de su país, aunque a otros nos parezca inimaginable –y nos den un poco de lástima por lo que se pierden–. Pero yo no quiero de seleccionador a un tipo así. Yo quiero en ese banquillo a un Luis Aragonés, a alguien que sea capaz de morir por defender su bandera, por luchar hasta el último aliento por su grupo, a un español de verdad al que se le pongan los pelos de punta pensando en el país entero vibrando con su selección, a un tipo que sufra vértigo cuando escucha su himno antes de jugárselo todo contra Italia. Y Lopetegui no era de los nuestros. Nunca lo fue y algunos lo sospechábamos. Nadie le puede reprochar su trayectoria impecable en el cargo, pero el mercenario, el que solo trabaja por dinero y en provecho propio, tarde o temprano y siempre cuando se tuercen las cosas, acaba desenmascarado. Julen se quitó la careta incluso antes de empezar el Mundial y ha terminado donde les corresponde a los de su especie: en la calle. Bravo, Rubiales. Roma no paga a traidores.

Puñalada florentina

Cuesta mucho entender la postura del Real Madrid. Por mucho que la filantropía hace mucho que abandonó el mundo-negocio del fútbol, esta puñalada trapera a los intereses de todo un país no tiene explicación ¿De verdad no se podía hacer en otro momento? ¿Tan excepcional es este Lopetegui –que no ha demostrado nada todavía a mayor abundamiento– como para cometer esta tropelía en el peor momento? ¿No había ningún otro entrenador en el mundo al que echar mano? Ni todos los enemigos de Florentino podían haber ideado un mejor escenario para manchar la imagen de un dirigente que de manera evidente no ha sabido conjugar el éxito deportivo que le acompaña con el mínimo respeto por su país. A España no se le hacen esas cosas porque España siempre vuelve.

Bien Rubiales

La calle era el único lugar para un fariseo como Lopetegui, que de día lanzaba mensajes de compromiso absoluto a sus futbolistas y de noche se ponía al teléfono con Florentino para preguntarle si Cristiano iba o no a continuar en el Madrid. Me cuesta mucho entender opiniones como las de Pedrerol, un tipo listo donde los haya, atacando la decisión del presidente de la Federación cuando él sabe bien que, en su lugar, y puestos a decidir sobre una traición de ese calado en el seno de su equipo de trabajo, todos habríamos hecho lo mismo. Una empresa no puede funcionar sin un mensaje coherente por parte de sus dirigentes y Lopetegui se ha comportado como un crío irresponsable, incapaz de esperar un solo minuto para estrenar esos zapatos nuevos que tanto tiempo había esperado. Hay muchas razones por las que llevarse este Mundial va a merecer la pena, pero la cara de este patético personaje después de la final en Moscú no sería de las peores.

Todos con Hierro

Histerias las mínimas con la desaparición de escena del vasco. El Mundial lo ganan, en esencia, los futbolistas. El entrenador, y bien lo demostró Del Bosque, debe dedicarse a estorbar lo mínimo cuando hay un buen grupo. Está por ver si de verdad disponemos del mismo, pero me da la impresión de que Rubiales ha acertado también con el sustituto. Hierro conoce el entorno mejor que nadie, tiene el respeto de los jugadores y además es de los que siente España. Mil veces antes él que el que ya se pasea por Madrid ante el desprecio de sus habitantes.

«Julen se quitó la careta incluso antes de empezar el Mundial y ha terminado donde les corresponde a los de su especie: en la calle. Bravo, Rubiales. Roma no paga traidores»

Este es Lopetegui

Jamás creí que escribiría esto, pero la situación me puede. He coincidido una sola vez con Lopetegui. Fue en el 96, en el Tívoli de Barcelona, en uno de los dos conciertos de la gira acústica de Bruce Springsteen. Él solo con su guitarra en un teatro pequeño. El acabose. Se pusieron a la venta apenas 2.000 boletos. La fiebre para conseguirlos era desatada. Se iba a anunciar el lugar en que se venderían las entradas –lo de ticketmaster era una quimera– en una emisora de radio a las nueve de la mañana. En todas las tiendas de discos de Barcelona había gente apostada llegada desde toda España. Sangre, sudor y casi lágrimas hubo que derramar para hacerse con el trofeo. Había que ver el ambiente de fanatismo absoluto en aquel teatro, devotos del Boss hasta la muerte, orgullosos de estar allí, el esfuerzo había valido la pena. Poco antes de empezar el concierto, o quizás durante la primera canción, entró Lopetegui acompañado de una dama. Se colocó en el asiento de al lado del mío. Apenas aplaudió alguna canción de aquel recital apoteósico. Esa noche muchos lloramos de emoción. Cuando acabó el primer set, antes de los vises, el por entonces denostado portero suplente del Barcelona se levantó y se fue. Todos nos quedamos mirando incrédulos. Esos minutos con Bruce eran oro para nosotros. Para él no. Sin ningún respeto hacia los que habíamos pagado lo que teníamos y lo que no teníamos por estar allí, se largó antes de tiempo. El señorito al que le habían regalado las entradas nos dejó claro a los demás que él no era otra cosa que un cretino. Desde entonces lo supe, hoy lo he certificado.


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