“El futbol es lo más importante entre las cosas menos importantes”, es una de las frases más conocidas de Jorge Valdano, que encaja perfectamente cada vez que el balompié sufre por una cuestión política, económica o social.
Uno de esos capítulos se vivió en Chile, justo en la dictadura de Augusto Pinochet. El Estadio Nacional de Chile fue utilizado como cuartel para los presos políticos, muchos de ellos asesinados, todos torturados.
Chile es una nación futbolera, con su Liga instituida desde 1933. Sin embargo, cuando en 1973 fue derrocado Salvador Allende, y comenzó la dictadura de Pinochet, el futbol no sabía igual.
Basta recordar aquel partido en el que la selección andina se gana su pase al Mundial de 1974. El duelo de ida del repechaje contra la Unión Soviética terminó 0-0 en Moscú. Para la vuelta, no se presentaron con el siguiente argumento que dio a conocer en aquel entonces la Federación:
“Por consideraciones morales los deportistas soviéticos no pueden en este momento jugar en el estadio de Santiago, salpicado con la sangre de los patriotas chilenos. La Unión Soviética tiene que negarse a participar en el partido en suelo chileno y responsabiliza por el hecho a la administración de la FIFA".
Pero todo estaba listo para el duelo, y las actividades se realizaron tal cual estaban programadas. Los chilenos salieron a la cancha en el famoso Juego Fantasma, y Francisco Valdés Muñoz metió el gol de la clasificación al Mundial, en medio de la algarabía en las tribunas del Estadio, previamente manchado por las torturas que ahí se cometían. Para ese día, claro, no había presos en el inmueble.
Y justo el día que la selección partía al Mundial, el jugador Carlos Caszely decidió no darle la mano a Pinochet, lo que provocó que su madre fuera secuestrada y torturada.
Al final, el combinado andino fue eliminado en la primera fase del Mundial de Alemania.