“Llegué a la cima y caí en el mundo de las drogas”: Pablo Larios

Hace unos meses, el ex arquero otorgó una de sus últimas entrevistas a La Afición. En ella, habló de sus adicciones y su pasión por los autos de lujo

Pablo Larios Iwasaki (Óscar Jiménez Manríquez)
Óscar Jiménez Manríquez
Puebla /

En el mes de septiembre de 2018 me comuniqué telefónicamente con Pablo Larios para solicitarle una entrevista. En la foto de su WhatsApp aparecía una niña recién nacida con unos ojos muy grandes y un mameluco color rosa. Después me enteraría, que se trataba de su última hija.

En la ciudad de Puebla, donde quedamos de vernos para realizar la entrevista, tengo la impresión de que el ex portero titular del Mundial de México 86, luego de superar su fuerte adicción a la cocaína, se ha hecho un hombre distante, reservado, poco entusiasta a mostrar sus emociones.

Esa falta de confianza con las personas es como una trinchera que se hizo cada vez más profunda luego de sus numerosas pérdidas familiares, de sus reveses económicos y hasta políticos.

Poco a poco ha podido sobrellevar de mejor manera esa ausencia de tabique nasal, que al principio lo obligaba a mantenerse dentro de su casa, oculto a la curiosidad y la mirada de la gente. Justo a él, un guardameta al que le gustaba que lo ovacionaran en los estadios, que en sus mejores épocas deportivas era asediado por decenas de aficionados para solicitarle un autógrafo, que parecía divertirse al volar muy lejos de su portería.

Ahora está sentado juntado a mí, en un blanco sofá de la sala de su casa. Lo veo darle vueltas y vueltas a una cajetilla de cigarros que trae entre las manos como si fuera acaso una manía para contrarrestar los nervios.

Hasta que por fin dice, en medio de una pequeña cortina de humo que le alcanza a cubrir parte de su rostro: “Llegué a la cima del éxito y después caí en el mundo de las drogas. Pero ha sido importante tener el valor de confesarlo”. 

Hace tiempo que Pablo Larios confesó frente a las cámaras de televisión ese primer encuentro con las drogas, del que no pudo escapar sin salir lastimado. En su nariz los médicos realizaron casi 20 cirugías reconstructivas luego de haber adquirido una bacteria. Incluso, llama la atención cómo el humo del cigarrillo sale de sus fosas nasales, que han sido modificadas de su posición natural de manera quirúrgica.

El portero que en la temporada de 1981 impuso un récord del mayor número de minutos sin recibir un gol – casi ocho partidos-, insinúa que no es el único entre los futbolistas profesionales que han sentido la necesidad de inhalar la cocaína.

“Gracias a la fama, conocí a muchísima gente de todos los estratos sociales. Me resultaba muy fácil conseguir cualquier tipo de droga. Pero no me acabé mi dinero como muchos dicen ni estoy en la indigencia”, le oigo decir mientras continúa con ese darle vueltas y vueltas a su pequeño paquete de Marlboro rojos.

Ya se ve que a Pablo Larios no le agrada tanto el tema de las drogas, que le emociona más hablar de los autos poco convencionales. 

En el garaje de su casa todavía quedan rastros de su otra gran pasión: los coches deportivos. Hay estacionado un Fiat modelo 53.Tiene todas sus piezas originales”, dice emocionado, y muestra su aprecio por el Fiat al darle unas palmaditas sobre el toldo blanco. Con sólo contemplar el vehículo, Larios pareciera recuperar algo de esa vieja sensación de haber sido ese futbolista querido y admirado en la década de los ochenta.

¿Cuántos autos llegaste a tener en tus tiempos de jugador?

No menos de 60 coches: Pontiac, Trans Am, BMW, Mustang Match One, Grand Marquis, muchísimos.

En el torneo de Verano de 1997, Pablo Larios se quedó a sólo seis goles de tener entre sus autos de colección un Corvette rojo. 

Según recuerda, Juan Antonio Hernández, en aquel entonces dueño del equipo Toros Neza y propietario del Grupo Autofin, le prometió que el Corvette rojo sería suyo si vencían a las Chivas en la Final.

Nada más de recordar aquel pasaje al guardameta le vuelven a brillar los ojos. “Era un Corvette sesenta y tantos que Juan Antonio tenía en la sala de exhibición de su tienda”.

Ya han transcurrido más de 20 años de esa final contra las Chivas lideradas por Ramón Ramírez, Claudio Suárez y Alberto Coyote. “¿Qué te digo? Nos ganaron 6-1, y la verdad, es que ni me acuerdo quienes me anotaron los seis goles”, dice con evidente malestar.

-Yo te puedo decir…

-No es necesario.

Entonces le llega a la mente el recuerdo de aquel Trans Am Americano, prácticamente imposible de conseguir en México, que se vio obligado a regalarle a un amigo porque no alcanzaba el espacio en el estacionamiento de su casa. Llévatelo, ya no cabe”, le dijo antes de ofrecerle las llaves del vehículo.

También habla de un Mercedes Benz que mandó a arreglar por los rumbos de Neza, y que luego de varias semanas de esperar para que se lo entregaran, se cansó y mejor decidió abandonarlo en el taller mecánico. 

Tuvo tantos autos y de todos colores Pablo Larios, desde achaparrados, deportivos, convertibles, rasurados; con rines de cromo, y desde luego equipados con las mejores bocinas.

Su afición por los autos lo lleva a recordar aquellos tiempos en que Juan Antonio Hernández acostumbraba ingresar al vestidor luego de una victoria de Toros Neza, y le obsequiaba a cada jugador tres o cuatro centenarios que iba sacando de una bolsita de cuero. “Era el premio por haber ganado. Creo que yo llegué a juntar hasta unos 50 centenarios en una temporada”.

Nadie es profeta en su tierra

Pablo Larios es la máxima figura futbolística de un pueblo alegre y cañero que hoy cuenta con unos 36 mil habitantes aproximadamente.

Por eso se animó a contender en las pasadas elecciones para presidente municipal de Zacatepec por el partido Movimiento Ciudadano. Pensaba que tenía posibilidades de ganar, “porque bien o mal soy un portero reconocido, me queda un nombre”, pero sus paisanos en las urnas decidieron otorgarle el triunfo a una maestra de escuela postulada por el Panal.

“Nadie es profeta en su tierra”, dice todavía con ese coraje contenido. 

 ¿Qué habrá ocurrido?

- No lo sé. Quedé muy dolido. Quizá porque yo nunca le ofrecía mis paisanos alguna ayuda a cambio de votos.

Eres un ídolo en Zacatepec…

- No te creas. Sigo sin comprender por qué la gente me quiere más en la ciudad de Puebla que en Zacatepec, el lugar donde nací y gané dos campeonatos. 

En la memoria de los poblanos, Pablo Larios Iwasaki sigue muy presente, porque obtuvo un campeonato de liga en la temporada 1989-1990 con ese equipo de la Franja dirigido por Manuel Lapuente y capitaneado por los chilenos Carlos Poblete y Jorge Mortero Aravena, y en cuyas filas también destacaban los mexicanos Roberto Ruiz Esparza y Marcelino Bernal.

Pero mucho tiempo antes de alcanzar la fama y de disputar un quinto partido contra Alemania en el Mundial del 86, Larios cargó bultos de cemento y le ayudó a su padre en una tienda de materiales para la construcción. 

“Mi padre me decía cuando yo era todavía un chamaco: ‘Si vuelves a regresar a la casa con la ropa sucia luego de entrenar, ya no voy a dejar que juegues futbol’".

Pero muy pronto, a los 19 años, Larios debutó con el primer equipo de Zacatepec. Y luego sucedió algo insólito. Lejos de cámaras y los reflectores, sin siquiera pertenecer a un gran equipo, el técnico Bora Milutinovic lo convocó a la selección mexicana.

"Pude debutar con la selección, porque Pilar Reyes, que era el portero titular, estuvo a punto de agarrarse a golpes con Bora. Luego de esa pelea en el vestidor, logré quedarme con el puesto, recuerda Larios.

No deja de ser una paradoja que ese adolescente que comenzó a volar y atajar balones únicamente por el deseo de ser querido y admirado, años después se viera obligado a tener que cubrirse el rostro con una prenda para que no le preguntaran en la calle qué le había sucedido en la nariz.

A sus casi 58 años de edad, con esa delgadez que se acentúa aún más por los 1.84 metros de estatura, observa su cajetilla de Marlboro rojos que no ha soltado de las manos durante toda la charla y se lleva la boca el último cigarrillo que le queda.

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