La segunda corrida de la temporada tuvo un solo protagonista, se llama Ignacio Garibay, a quien la afición le conoce mejor como Nacho. Era su última tarde en Guadalajara, plaza en la cual tuvo un peculiar afecto.
ero, ni un guión de película hubiera sido más emotivo, ante el último toro que lidiaría en la Nuevo Progreso, para colmo un tío de Llaguno para dejar sin sueño al más valiente, Nacho entró cual si fuera un trance en un estado de toreo puro. Justo al sonar las primeras notas de las nostálgicas Golondrinas, la faena fue otra.
La mano derecha de Nacho dibujó una tanda soberbia, y luego vinieron naturales, arrastrando la muleta, toreo en estado puro. Solo la entrega de un torero que se distinguió por esa cualidad.
Y no era obra sencilla, Galeno del hierro de Llaguno, embestía con notas de peligro, rebrincando y áspero, pero el torero que tenía enfrente lo hizo pasar hasta lograr dosantina de toreo redondo.
Los gritos de “gracias Nacho”, los olés y los aplauso no se hicieron esperar, la plaza entera vibraba de emoción y Nacho terminó la faena con una estocada certera. El premio fue una oreja, que supo a poco, pero la obra y la carrera de muchos años estaba consumada.
A su primero Garibay le recetó un quite por verónicas para guardarlo en el recuerdo.
El primer espada fue el rejoneador español Andy Cartagena, quien tuvo una actuación brillante con sus jacas, pero pobre con los aceros.
La tercia la completó Fabián Barba, de Aguascalientes. Un torero que se prodiga en el valor, del cual dejó constancia en su primero, cuando ejecutó una quite escalofriante por gaoneras. Ya con la muleta en sus manos, realizó una faena de aguante, al grado de ser prendido sin consecuencias, pero una estocada baja le impidió cortar lo que parecía ser una oreja bien ganada. Su segundo, se quedó parado pronto y no había manera de lograr algo destacado.
GPE