Carmelo Reyes, del campo a leyenda de la lucha libre

El Capo de Capos, que conoció la lucha libre lejos de México, a donde regresó para convertirse en ídolo

Carmelo Reyes se ha convertido en una leyenda de la lucha libre mexicana (Fototeca MILENIO)
Ciudad de México /

Ícono, leyenda o ídolo, son algunos calificativos para J. Carmen Reyes González, mejor conocido como Carmelo Reyes, Cien Caras o el Capo de Capos, uno de los rudos que marcó época en la lucha libre mexicana, y que será recordado por los siglos de los siglos debido a su gran técnica, su poderío físico y la rudeza con la solía maltratar a sus contrincantes arriba del cuadrilátero.

Hoy por hoy no hay nadie en el pancracio mexicano que se le compare al oriundo de Lagos de Moreno, Jalisco, pues nadie imprime el terror arriba del ring como solo él sabía hacerlo, y con lo que marcó época en el deporte de los costalazos.

Luego de retirarse de los encordados allá por el 2004, el Capo de Capos regresó a su natal Lago de Moreno, Jalisco, y vive en su rancho llamado La Cuchilla donde se dedica a la siembra y a la ganadería, algo con lo que creció y que lo hace feliz.

“Nacimos en el rancho y no te queda de otra, tienes que trabajar la tierra, criar animales, y mi papá se dedicaba a comprar y vender animales. Yo era sembrador junto con mis primos, ellos llevaban la yunta y uno iba sembrando, luego teníamos que pizcar en las milpas, hacíamos todos los trabajos que se hacen en el rancho.

Éramos 13 hermanos y se murieron cuatro, porque después quedamos nueve, yo era el tercero de arriba para abajo”, comentó Carmelo en entrevista con su hermano Jesús Reyes, quien tiene un canal de YouTube junto a su hijo Máscara Año 2000 Jr.

Asimismo, Cien Caras recordó que nunca recibió un regalo de cumpleaños.

“Sabíamos cuando cumplíamos años, pero no cuando se recibía un regalo, nunca me lo dieron. Era complicada la vida en ese entonces, no había agua potable ni estufas en los ranchos, entonces con tanto chamaquito había que preparar el atole, se prendía el anafre y uno se formaba para que le dieran un taco de frijoles, esa era la manera de vivir en ese entonces”. Como migrante inició el sueño

La lucha libre ya la traía en la sangre, pues el Chicharrín, apodo con el que fue bautizado por sus amigos, disputaba luchitas en la arena con sus primos, hermanos y conocidos, a quienes tumbaba rápidamente.

Fue hasta los 19 años que se fue de mojado a Estados Unidos que conoció la lucha libre, deporte del cual se enamoró a primera vista.

“En ese entonces, ahí en Santa Anita había un señor que se iba de mojado cada año y me dijo que, si no me iba a Estados Unidos con él, y yo le pregunté a mis papás, ellos me dijeron “como tú quieras” y de un día para otro tomé la decisión y nos fuimos de mojados.

Allá no había trabajo, batallamos bastante, trabajamos en una lavandería, me fui más para adentro de California a trabajar en un rancho.

El dueño de la casa donde llegamos era Don Jesús Altamirano, él nos daba de comer y lugar para dormir, ese señor era muy aficionado a la lucha libre y no nos hacía caso cuando las veía en la tele y un día nos llevó a las luchas, llegando allá dije, este es mi deporte favorito, llegando a México voy a tratar de ser luchador”.

Un año después, El Capo de Capos regresó a México y por dos años pidió permiso a sus padres para que lo dejaran cumplir su sueño, hasta que obtuvo el sí.

Estuve un año por allá y cuando regresé les dije a mis papás que me dieran permiso de entrenar la lucha libre y no querían, así estuve dos años hasta que me dijeron ‘órale pues’, entonces me fui a León, Guanajuato ahí estuve 13 meses y el señor que nos entrenaba, Panterita Negra dejó de ir y tuve que buscarle, regresé a Lagos de Moreno y fui a la Arena Coliseo, ahí estaba el Diablo Velázquez, me dijo que se pagaba tanto y empecé a luchar con él”.

El Diablo Velazco lo debutó sin máscara como Sansón y dos meses después lo debutarían cubriendo su identidad, llamándolo Mil Caras, situación que molestó a Mil Máscaras debido a que su nombre era muy similar al de él, cabe destacar que Carmelo no escogió el nombre, fue bautizado así por un trabajador de la empresa de Don Salvador Lutteroth.

Tras medio año luchando en el bajío, arribó a la Ciudad de México ya con el nombre con el que haría historia. Cien Caras.

Carmelo duró 12 años como técnico, algo que no le disgustaba, pues hacía el deporte que le gustaba, pero en una lucha a lado del Rayo de Jalisco, Carmelo se equivocó y golpeó a su compañero, situación que desató la furia del público y que le agradó a Cien Caras.

Un año después de ese suceso, Carmelo se pasó al bando de los rudos.

La noche del guitarrazo

La noche del viernes 21 de septiembre es una noche inolvidable para el pancracio mexicano. Después de un sin número de enfrentamientos, Cien Caras y Rayo de Jalisco Jr, firmaron la lucha de máscara contra máscara, donde por fin se conoció el rostro de Carmelo Reyes, pues perdió aquella lucha ante su paisano, pero es anoche es recordada por el guitarrazo que le propinó el Capo de Capos al Rayo.

“Subes a luchar y no sabes lo que va a pasar, tocaban los mariachis y se me ocurrió quitarle la guitarra, primero quiso correr, se la alcancé a quitar, me la escondí atrás y le pegué, entonces la Arena se volvió loca”.

Toletero

Antes de ser luchador, Carmelo era amante del beisbol, jugaba de tercera base y se caracterizaba por ser un bombardero.

“Yo jugaba beisbol, siempre me ha gustado y hasta los 19 años estuve jugando beisbol, no era tan maleta porque pegaba muchos home runes”, comentó el también apodado por sus amigos de infancia como El Mago, pues cada que bateaba perdía las pelotas, quien añadió: “También era bueno para la canica, tenía 200 canicas en la azotea en la casa de Santa Anita”.


AGB

  • Tonatiuh Guerra
  • gerardo.guerra@milenio.com
  • Reportero en La Afición. Egresado de la Licenciatura en Periodismo en la Escuela de Periodismo Carlos Septien García

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