El 26 de octubre de 1968, Ricardo Delgado se proclamó campeón en los Juegos Olímpicos realizados en México, una victoria que en su momento le trajo varios obsequios del entonces presidente de México, Gustavo Díaz Ordaz, como un fino reloj de oro, un juego de plumas y una casa.
El fino reloj de oro se lo robaron un día que ladrones entraron a su casa, pero más que preocupado por ese obsequio, lo que le importaba es que su medalla siguiera ahí, y lo cual fue así ya que los ladrones la despreciaron al verse maltratada y sin valor.
“Me dio un vuelco el corazón. ¡mi medalla! Se llevaron aquel Rolex que me regalaron en 1968, algunas joyitas de mi esposa y varias chucherías más. Los ladrones la vieron tan fea, que no se la llevaron. Y es que como la medalla no es de oro puro, sino que nomás tiene una bañadita, de cuando en cuando hay que llevarla al joyero para que vuelva a dejarla como nueva. Y los ladrones nos robaron justo un día antes de que le tocara baño. Era, en ese momento, un oro repelente de ladrones”, dijo Delgado.
Desde ese momento, Ricardo cuenta que le dio más valor a su medalla, ya que representaba todo el esfuerzo y sacrificio que había hecho para conseguirla.
“Esta medalla es un pedazo de México; quizá microscópico, pero es de México. Para uno, es una pieza simbólica, la constancia de un triunfo. Por eso aquella vez que creí que me la habían robado, me puse a reflexionar sobre su verdadero significado y entonces me di cuenta de que la verdadera medalla, no importa si es de oro, de plata o de bronce, va pegada a nuestra piel, la tenemos en el corazón; se irá con nosotros a la tumba”, mencionó.