Durante ocho décadas, desde el pasado siglo XX hasta nuestros días, sus memorias nos permiten descubrir el viaje que lo condujo a llegar a ser pionero de tres cadenas de televisión, sobre su experiencia al haber sido propietario del Teatro de las Vizcaínas, su relación laboral y amistosa con Manolo Fábregas, Brígida Alexander, Benjamín Cann y Hugo Hiriart… la lista de personas es enorme.
Durante 20 años dejó “reposar” su libro, y cada que retomaba su lectura para hacer correcciones, agregar información o editarlo, inevitablemente lloraba, porque recordaba situaciones de su infancia o porque descubría cosas que no sabía; también pudo hacer regresiones maravillosas acompañado de la música que escuchaba en el pasado. Con la pasión con la que se expresa, Armando confiesa:
“Si vas a escribir tus memorias y no estás dispuesto a decir la verdad, ¿para qué las escribes?”
¿Cómo te defines a ti mismo?
Lo primero que supe de mí es que era un soñador, cuando estaba en la escuela era pésimo estudiante, porque siempre estaba pensando en otra cosa, no me clavaba tanto en las lecciones, a menos que los maestros fueran extraordinarios, entonces sí ponía atención. Estudié sobre todo en colegios americanos porque mi padre insistía mucho en que yo aprendiera inglés. Fue buena idea porque cuando estás pequeño y te acostumbras al español y a otra lengua, no se te olvidan nunca. Estudié en el Instituto México y el CUM (Centro Universitario México). Después, por darle gusto a mi padre, estudié Derecho en la UNAM, una carrera que me gustaba muchísimo; en la tarde también estudiaba Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras.
¿Qué te atrajo del teatro y la televisión?
Lo que a mí me gustaba muchísimo era producir televisión, ya para entonces tenía edad suficiente para trabajar en lo que era el Telesistema Mexicano, que después iba a ser Radiopolis y que hoy es Televisa Chapultepec. Gracias a un proyecto que hicimos en Canal Once sobre los 400 años del nacimiento de William Shakespeare, a finales de 1964 el British Council me becó para ir a estudiar a Inglaterra Producción de Televisión.
¿Quién te ha dejado la mayor lección laboral?
Tuve una experiencia fantástica con el actor Carlos Bracho. Cuando produje los teleteatros en Canal Once el director teatral Ludwig Margulis dirigió A puerta cerrada, una obra con tres actores que están en el infierno. El reparto estaba conformado por Claudio Obregón, Carlos Bracho y una actriz de la que no recuerdo su nombre; la anécdota es que al momento de poner los créditos, Claudio me dijo: “Yo no hago el teleteatro si no aparezco con el primer crédito”. Le comenté a Carlos y me respondió: “Déjalo, no es importante, yo no vine a eso, yo quiero hacer la obra”. Aprendí de la humildad de un actor, que para ese entonces ya era una estrella. Dos o tres años después Rodolfo Landa, el hermano del presidente Luis Echeverría, le encargó a Carlos Bracho que organizara 12 o 13 compañías de teatro en la ciudad de México; el proyecto se llamaba Teatro Popular de México. Carlos me llamó para que llevara la gerencia, y aunque era un trabajo demencial, acepté porque yo tenía un enorme compromiso con él después del asunto de los créditos.
Amigo verdadero
Armando es una persona que se toma muy en serio la amistad. Durante su adolescencia se dio cuenta de que cada uno de nosotros necesitamos que nos desafíen de diversas formas, y son las personas quienes nos completan de manera significativa al retarnos.
¿Qué te impulsó a escribir el libro?
Yo hablo mucho de la teoría dramática, sobre los motores que te llevan a la acción: el detonante y lo que sigue, porque no es una chispa, es un proceso que inicias y te sigue impulsando para terminarlo. Los motores no son muchos y en este caso creo que no es lo que te imaginas. Yo había pasado por el problema más serio que se me presentó profesionalmente hablando, que fue una serie de fraudes en Protea (Asociación Nacional de Productores de Teatro), de los cuales el último fue terrible: el ocurrido con Silvia Pinal.
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Yo había sufrido dos atentados de los que no puedo culpar a nadie, porque cuando alguien te hace algo por cuenta de otro no te dicen quién lo pidió. No soy esotérico, esa era mi socia adorada Margo Su, ella sí usaba collares de colores para la suerte. Yo la verdad no. Lo curioso es que para los problemas ella era una mujer muy fuerte. En el asunto de las supersticiones era terrible y yo no lo podía entender, pero ella así era.
La razón por la que tuve que vender la casa cuando vivía en Cuernavaca fue que un día salí por casualidad, y llegaron tres personas que le dieron dos cachazos al mozo que estaba regando. Me estaban buscando, pero no me encontraron. La siguiente semana llamaron por teléfono a la casa, cuando contesté me dijeron que la próxima vez no me iba a salvar.
¿Quién quería hacerte daño?
El único problema que yo tenía era la demanda contra Silvia Pinal. El segundo atentando fue aquí en la ciudad de México, quien sufrió el atentado fue Luis Mauricio, mi pareja. Él salió de la casa muy temprano en un carro que yo acababa de comprar y llamaba la atención, un BMW convertible. Lo persiguieron por el Periférico y le causaron un accidente espantoso que fue pérdida total del auto. ¿Y sabes a quién amenazaron después de eso en su propia casa? Al Secretario de Seguridad Pública Federal y Comisionado General del entonces DF, el doctor Gertz Manero. Todo lo cuento en el libro. Yo no puedo, repito, señalar a nadie.
Ese fue el leitmotiv para escribir porque decidí que por lo menos dejaba un libro; no fue solo el instinto de sobrevivencia porque pensé: la tercera es la vencida. No culpo a nadie porque no tengo pruebas de nada.
¿Le preguntaste a Silvia si ella era la responsable de los atentados?
No, eso no se lo puedo preguntar porque puedo ofenderla. En mi vida yo también he aprendido y con toda la lógica para los asuntos dramáticos porque como decía el maestro Luis Buñuel: “En la vida hay casualidades, pero en el cine no las hay”.
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