Hace cinco años Cassandra Ciangherotti también protagonizó Black Bird (2005), del escocés David Harrower, otro drama a propósito de un adulto que abusa de una menor. En 2018 interpretó el rol principal en La señorita Julia (1888), de August Strindberg, clásico sobre la manipulación, la violencia sexual y el clasismo.
La actriz ahora asume el papel de Cosita (Li’l Bit en el original de How I Learned to Drive) en la producción de Óscar Uriel y Rafael Ley, que estrena temporada en el Foro Lucerna del 28 de junio al 18 de agosto, en funciones de viernes a domingo, bajo la dirección de escena de Angélica Rogel.
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A través de recuerdos y usando de metáfora cómo aprendió a manejar, Cosita va reviviendo la historia de abuso, pedofilia y manipulación perpetrada por el esposo de su tía, Tío Peck (Juan Carlos Remolina), desde su pubertad hasta el fin de la adolescencia, y las consecuencias en su vida adulta.
“La sexualidad es una fuerza, una energía muy poderosa sobre la que todos debemos tener conciencia”, advierte la también protagonista de películas como Solteras, Las niñas bien, Cantinflas y Familia.
Aceptó encarnar a Cosita al juzgar que la producción de Uriel iba a ser muy cuidada, quien está muy interesado en abordar temas profundos que acerca al público para removerle ideas preconcebidas.
“Cómo aprendí a manejar tiene una forma muy inteligente de abordar el abuso, que muchas veces tenemos la idea de que opera de cierta manera, que debe haber ciertos detalles para considerarse abuso. Y esta obra lo complejiza tan profundamente; mucha gente tiene la necesidad de entender que el abuso se presenta de diferentes formas; quien ha pasado por esta experiencia se verá reflejado y saber que pueden salir adelante”, afirma la actriz, que comparte el escenario con un coro griego integrado por Pablo Perroni, Mahalat Sánchez y, alternándose, Luz Olvera y Vaita Sosa.
El drama de Vogel, cuya obra musical Indecente tuvo varias temporadas en el Teatro Helénico, está ambientado en la década de los 60 y fue inspirado en la novela Lolita (1955), de Vladimir Nabokov.
¿Cómo vinculas La señorita Julia y esta obra, separadas por casi un siglo?
No había pensado en La señorita Julia como una historia de abuso, pero tiene también su connotación. Pienso más bien en Black Bird, la última obra que hice, que era de abuso muy puntual, con unas consecuencias graves, que lo dejaba a uno contra la pared. Ahora que mencionas La señorita Julia, me ha tocado explorar el tema del abuso desde muchos ángulos. Estamos viviendo una época en la que el abuso está más normalizado que nunca. No puede ser algo necesario, estas imágenes atroces de guerra que estamos viviendo, es tan indignante; le arrebatamos la dignidad al ser humano. Estamos muy expuestos al abuso. A mí nunca me había tocado como lo estoy viendo hoy en día.
Cosita rememora su historia con el Tío Peck. ¿El recuerdo sana?
Es muy duro. Cómo aprendí a manejar es una obra de teatro que te va a agarrando como olas de mar: empiezas la pieza a una edad y tienes que hacer viajes interiores hacia quién eras cuando tenías 10 o 12 años; de repente hacemos esas escenas porque están en la cabeza de ella. Tenemos esa licencia y convención teatral de que yo, a mis 37 años, puedo representar esas edades sin que sea ridículo.
¿Qué implica para ti encarnar a este personaje en todas esas etapas de su vida?
Es muy doloroso, cada vez que mi voz y mi cuerpo empiezan a entrar a esa edad, y me veo de repente con esta persona mayor (Peck)... —ahora tenemos expresiones para definirlo: grooming (acoso de un adulto a un menor—; en los 90 que se escribió la obra ni siquiera existía el concepto, tampoco había l #MeToo. Paula Vogel trataba de hacernos ver algo que sucedía y que era muy grave. Para mí es un reto actoral muy especial y muy hermoso pasar por todas estas edades; vemos al personaje a los 11, 14, 17 años, y a los 38 años. Y ver que no somos los que fuimos en ese entonces, pero que siempre habrá una parte nuestra que siempre va a ser.
¿Qué te disgusta de esta obra?
Me cuesta mucho trabajo cuando estoy haciendo las escenas y, de repente, hay humor. Cosita dice: “Claro, la gente lo necesita para poder ir entrando y entrando”. Pero, cuando estoy haciendo humor digo: “¿Cómo por qué nos estamos riendo de esto o por qué estoy en esta situación?”. Mi parte intelectual lo entiende, pero a mí parte emotiva le disgusta. También me disgustan las partes vulgares.
Vogel escribió la pieza hace 30 años y la ambientó hace 60. ¿Cómo imaginas su recepción hoy?
Es muy complejo. Mucha gente va a decir: “¿Por qué se hace si ya estamos en otro momento?”. La realidad es que tenemos muchas heridas pendientes: nuestras madres, nuestros propios linajes; hay heridas pendientes que corresponden a otro tiempo. El teatro tiene la misión de ser reflejo y receptor de nuestros dolores, para que colectivamente nos podamos ver, observar y abrazarnos. Que hace unos años empezáramos a tener un poco de conciencia sobre esto no significa que nuestra conciencia interior de linaje haya sanado.
Y, sigue pasando, hay información, pero sigue habiendo muchas resistencias, porque no nos queremos hacer responsables de nuestros actos y nos cuesta mucho trabajo —es una cosa que me gusta mucho de esta obra— salir del patrón de víctima, porque es el que ha hecho que la guerra exista en este momento: ¿Quién es la primera víctima? sería la pregunta oficial.
La obra es la respuesta de Vogel a Lolita de Nabokov, ¿qué opinas de la novela?
Todas las historias son válidas, lo que importa es el nivel de conciencia que el ser humano tiene, en dónde pone el tono de las expresiones de las cosas. En teatro trabajamos mucho con el tono, que tiene que ver con el nivel de conciencia. En esta obra de teatro, si estuviera fuera de tono, si no se tiene el tono, estaríamos haciendo una apología. Lolita puede ser, sin duda, una apología del despertar sexual de una adolescente y del abuso. Pero si esa obra la montas con el nivel de tono adecuado, puede ser importante.
¿Cómo establecer ese nivel de conciencia?
Hay que entender que el ser humano tiene despertares sexuales, y eso es parte de la naturaleza, porque como especie, como sociedad, queremos reproducirnos, sobrevivir, es una pulsión de vida, y eso empieza temprano en los niños. Es una fuerza muy grande, de la que hay que tener conciencia. Soy, en muchos sentidos, muy reservada en mis pensamientos. No creo que la libertad de la mujer o del hombre tenga que ver con una libertad sexual expresada sin conciencia. La sexualidad es una fuerza muy poderosa sobre la que todos debemos tener conciencia; cuidarla, respetarla, estamos en ese camino de ese entendimiento. La sexualidad es una energía que las mentes poderosas del mundo han usado en nuestra contra, se ha explotado la sexualidad, vendido, se ha corrompido tanto en la sexualidad, monetizado, y es una energía muy poderosa sobre la que deberíamos tener mucha conciencia”.
¿Cosita perdona, se reconcilia con Peck?
En su corazón sí, con todas las consecuencias que eso tiene para ella. Ella logra guardar en su corazón un espacio en el que puede perdonar a este personaje que le rompió y coartó muchas posibilidades en la vida, porque el abuso tiene muchas consecuencias. Ella logra tener esa paz del perdón. Porque muchas veces nos equivocamos pensando que el perdón es para que la otra persona se libere, pero el perdón es principalmente para que uno se libere; si no, uno está cargando con un veneno que nos va comiendo por dentro ¿y qué hacemos? Es una cosa muy importante perdonar, sobre todo con nosotros mismos primero, y es lo que me da mucho gusto de este personaje: que logra avanzar.