Hoy Fellini cumple cien años. Pero recordemos mejor el 23 de marzo de 1994 cuando murió Giulietta Masina, su esposa. Habían pasado cinco meses desde que falleciera el director más importante de la posguerra. Y ella murió de dolor. Se ha debatido si Masina encarna la visión de Fellini o solo la perfeccionó. Lo cierto es que se encontraron. Y fue providencial. Él, un exitoso guionista de radio que vestía como gánster; ella una chica modesta que usaba calcetas.
Masina tenía 20 años y él 21. Y vestía como gánster por dos razones. Desde niño le fascinó el circo cuyas combinaciones coloridas encontraba muy elegantes. Además ganaba dinero para comprar ropa extravagante. A los 20 tenía ya una exitosa carrera de guionista de radio y de dibujante de historietas y afiches para un estudio fílmico en el que conoció a Rossellini. Otro encuentro providencial. A la caída del fascismo, Rossellini invitó a Federico a colaborar en Roma, ciudad abierta, la película que en 1945 volvió a poner a Italia al centro del arte luego de la Guerra Mundial.
El crítico Giovanni Grazzini cuenta en sus Conversaciones con Fellini, que el maestro no dejó nunca de vestirse en modo “curioso.” Cuando salió a rodar su primera película, El jeque blanco, en 1952, el ama de llaves le gritó desde la ventana: ¡va a morirse de calor vestido así! Era verano, pero él se puso todo lo que consideraba propio de un gran director: jersey, botines, polainas, prismáticos ahumados al cuello y un silbato de árbitro de futbol.
El jeque blanco fue un fracaso en el que sin embargo hoy se reconoce una joya que anuncia su capacidad para dirigir grandes producciones; las que hizo en la década de 1970. El Satiricón, por ejemplo; o Roma o Casanova. Fellini ya miraba con nostalgia hacia el pasado, hacia los años de 1950 en que sus producciones eran más simples y él podía concentrar sus esfuerzos en crear para el mundo el universo Felliniano que hoy le hace merecer todos los homenajes. Dirigió Los inútiles, Amor en la ciudad y La Strada. La colaboración artística con su esposa llegó aquí al nivel de lo poético. La Strada es como un resumen de todo el cine hasta entonces. Ella es Chaplin, Federico el cine italiano y Anthony Quinn el cruel espíritu hollywoodense. Y ya no se detuvo.
Desde mediados de los cincuenta hasta principios de los sesenta, dirigió Las noches de Cabiria, La dolce vita y un atractivo fragmento en Boccacio 70. Estaba en la cúspide. Como el cine de su país. Por eso en 1963 dirige su obra más imitada y sin embargo la única que solo él pudo filmar: En 8 y medio se burla en forma un poco cruel y descarada de los celos de su mujer. También hace una caricatura de sí mismo, pero es como un chico travieso que se imagina muy idealizado. Por eso pone a Marcello Mastroianni a interpretar a este legendario director de cine que, además de genial, es muy guapo. En Julieta de los espíritus vuelve a cargar contra Giulietta. Narra aquí la historia de una mujer enferma de celos, que duda todo el tiempo de su marido, un hombre que, en la vida real, no encontraba memorias dulces más que en dos sitios de su pasado: la querida y dulce Giulietta y la infancia que Federico Fellini se inventó en un pueblo en el que se unen amor con recuerdo: Amarcord.
Ovación de pie
Eran los años de 1973. Veinte años más tarde la Academia de Hollywood lo ovacionó de pie. Le entregaron un Oscar por toda su carrera. Y él, con toda la prestancia de un ingenuo macho italiano dijo: “En estas circunstancias es fácil ser generoso […] pero déjenme decir un solo nombre: gracias, queridísima Julieta. Y por favor ¡deja de llorar!”. Los últimos años no habían sido fáciles. El maestro estaba en crisis económica. Sus últimas obras habían sido muy difíciles de levantar. Los productores insistían en que dirigiera publicidad. Él, claro, se negó. En los años de 1990 Y la nave va, Ginger y Fred y La voz de la luna habían sabido a despedida. Fue entonces que escribió: “Algún día haré una hermosa historia de amor”. Y sí. Lo cumplió. Es esta vida suya que hoy cumple cien años. Podemos imaginarlo en un universo construido por él. Brindando con una Julieta muy hermosa y Federico vestido muy bien.
Festejo mundial
En ciudades como Nueva York, Londres, Roma, Los Ángeles o Madrid lo recordarán a través de ciclos cinematográficos.
Otros premios
Además de los premios Oscar, el aclamado cineasta logró también el León de Oro de Venecia y la Palma de Oro de Cannes.
Filmografía mínima
Las siguientes son algunas de tantas películas célebres del creador, que enmarcan el principio y el final de su carrera.
1952
El jeque blanco es la primera película en solitario de Fellini, quien en 1950 había dirigido con Alberto Lattuada Luces de variedades. Con ella inicia su alianza con Nino Rota.
1954
La Strada, protagonizada por su esposa Giulietta Masina y Anthony Quinn, le da a Fellini proyección internacional. Es uno de los ejemplos mayores del neorrealismo italiano.
1957
Las noches de Cabiria es un homenaje a la bondad. Es la historia de una prostituta, Cabiria, que a pesar de los reveses de la vida y los continuos desengaños, no deja de buscar el amor.
1960
La dolce vita es una de las obras más celebradas de la cinematografía mundial. Protagonizada por Marcello Mastroianni y Anita Ekberg, tiene a Roma como su personaje principal.
1963
Ocho y medio, con Marcelo Mastroianni, Claudia Cardinale y Anouk Aimée, retrata el drama de la crisis creativa de un director y guionista; es uno de los filmes más personales de Federico Fellini, quien desconfiaba que pudiera ser comprendido en una cultura distinta en la que fue creado. Con música de Nino Rota, critica la sociedad del espectáculo y delinea en cada personaje: “una estructura psicológica precisa”, como él mismo explicó en una entrevista.
1990
La voz de la luna es la última película de Fellini. Está basada en El poema de los lunáticos, de Ermanno Cavazzoni, en la que dos locos observan a la delirante sociedad actual.