El rey león llevó a los estudios de animación Disney a su punto más alto en 1994. Desde ese año, es el largometraje de animación tradicional más taquillero de la historia en el mundo, conjugó todos los elementos que caracterizan a la casa de animación en su forma más sofisticada: una historia basada en un clásico (Hamlet) accesible a todo tipo de público, un inolvidable diseño de personajes, partitura y canciones que harían historia y darían pie al espectáculo más exitoso de todos los tiempos (la versión teatral) y las técnicas de animación más avanzadas hasta ese momento, ya que la escena de la estampida cuenta con efectos creados por computadora.
Todos esos elementos hicieron que la película quedara tatuada en la mente de millones de millennials como uno de los eventos cinematográficos que marcaron su vida. A 25 años de su creación, Jon Favreau, director de la nueva versión de El rey león que se estrena este fin de semana en México, reconoce que la propuesta original sigue funcionando a la perfección; sin embargo, la realización de una nueva versión corresponde al éxito del remake de El libro de la selva (dirigida justamente por Favreau), al negocio millonario que ha representado para Disney dar una nueva cara a sus clásicos para presentarlos a las nuevas y futuras generaciones y ante todo, los avances tecnológicos.
Estos son antecedentes que pueden resultar útiles para procesar la experiencia de este nuevo rey león. Nos encontramos frente a un logro de la tecnología, una película en la que uno puede perderse tratando de adivinar cómo se lograron sus distintas tomas, un espectáculo visual donde no hay límites técnicos: pelaje, agua, pasto, elementos que según los expertos han sido grandes retos históricamente, aquí lucen tan naturales como en un documental.
Pero justamente por ese fotorrealismo ocurre algo extraño, la conexión entre las voces y las animaciones faciales no llegan a la perfección de los paisajes, plumas y pieles. El problema es más notorio a la hora de los números musicales, las bocas de los leones no se abren lo suficiente en las notas altas de “I Just Can’t Wait to Be King”, todo funciona mejor cuando los temas están de fondo como en la propuesta de “Can You Feel The Love Tonight” y de repente el efecto se logra de forma positiva con Timón y Pumba (las actuaciones más destacadas de la cinta cortesía de Billy Eichner y Seth Rogen, respectivamente), pero la sensación en general es extraña.
Resulta imposible no tener el impulso de comparar la versión original con lo que estos días veremos en la pantalla e incluso resultaría injusto para ambas versiones, porque son propuestas totalmente distintas a pesar de su similitud. La versión original es una historia que apela a las emociones y hace cómplice a la inocencia del espectador (en el contrato de estar viendo una fantasía), mientras que el largometraje de 2019 es una propuesta tecnológica frontal, que cumple la promesa de sorprender en lo visual, pero que gracias su hiperrealismo no da pie a una conexión más profunda.
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