En la revista Diva, dirigida por Roberto Diego Ortega, en 1987 el cartujo —todavía sin canas ni arrugas ni achaques ni desfalcos vocacionales— leyó la traducción de una extraordinaria entrevista a Charles Bukowski publicada en Interview. La firmaba Sean Penn, un actor solo conocido por su tempestuoso matrimonio con Madonna, ya entonces indiscutible reina del pop con álbumes como Madonna, Like a Virgin y Material Girl.
En esa conversación, larga y divertida, asoma la agudeza del sumo sacerdote del llamado realismo sucio. Habla de todo sin incurrir en respuestas complacientes. Por ejemplo, cuando Sean Penn le pregunta por la fama, responde: "Es destructora. Es una puta, una perra, la destructora más grande de todos los tiempos. A mí me tocó la mejor parte, porque soy famoso en Europa y desconocido aquí, en Estados Unidos. Soy uno de los hombres más afortunados. La fama es terrible. (...) No tiene valor. Una audiencia selecta es mejor".
Penn tenía 27 años, había sido propuesto para interpretar a Henry Chinaski en Barfly, dirigida por Barbet Schroeder, por eso, para adentrarse en la personalidad de su célebre alter ego, quiso conocer al escritor. El papel fue finalmente para Mickey Rourke, pero Penn demostró sus alcances como entrevistador y su trabajo —disponible en internet— es un valioso documento para los interesados en la vida y obra del autor de La senda del perdedor, quien al hablar sobre la prensa dice: "Disfruto las cosas malas que se dicen sobre mí. Aumenta la venta de libros y me hace sentir malvado. No me gusta sentirme bien por ser bueno. ¿Pero, malo? Sí. Me da otra dimensión. Me gusta ser atacado. '¡Bukowski es desagradable!' Eso me hace reír, me gusta. '¡Es un escritor desastroso!' Sonrío más. Me alimento de eso. Por eso, cuando un tipo me dice que un texto mío es material de lectura en una universidad, me quedo boquiabierto. No sé, me aterra ser demasiado aceptado. Siento que hice algo mal".
Desde ese 1987, hace casi tres décadas, el monje ha seguido las esporádicas colaboraciones de Penn en periódicos y revistas. No le agrada su simpatía por personajes como Raúl Castro o Hugo Chávez, a quienes ha entrevistado, como tampoco leer en México a los evangelistas de Andrés Manuel López Obrador o a los apólogos del gobierno de Enrique Peña Nieto.
En estos días ha sido citada una y otra vez la frase de Julio Scherer: "Si el diablo me concede una entrevista, voy a los infiernos". Lo hizo cuando se encontró con Ismael El Mayo Zambada en abril de 2010; lo hizo también Sean Penn en octubre del año pasado cuando visitó a Joaquín El Chapo Guzmán en su jungla. Con una notable diferencia: el actor entrevistó al líder del Cártel de Sinaloa mientras Scherer solo se retrató con el Mayo. Y la entrevista de Penn, cuestionada por los guardianes de la ética periodística, es un documento importante para asomarse a la banalidad del mal, como diría Hannah Arendt.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.