Todas las luces están sobre ella: las de los celulares, los reflectores del antro y también las cámaras de televisión. Shanik Berman baila, se acomoda los enormes audífonos que lleva en la cabeza y, como quien teclea en una computadora, toca los botones de la consola que tiene frente a ella. Lo errático de la farsa viene sin cuidado para las decenas de veinteañeros que se empujan y aprietan en el Baby, un antro gay de la Ciudad de México. Ellos vienen a ver el DJ Set de Shanik, una periodista de espectáculos de 65 años que adquirió fama entre la Gen Z por su aparición en el reality show del momento: La casa de los famosos.
Corean su nombre –¡Shanik!, ¡Shanik!, ¡Shanik!– y ella le responde a la multitud posando para las fotos y lanzando besos mientras está flanqueada por un grupo de drag queens. No importa que, de pronto, la luz revele los estragos de su edad o que no conozca las rolas que está dizque tocando porque la veracidad no es lo que la hace ‘icónica’, como grita un montón de gays bajo el furor del alcohol, sino el que sea una señora –que podría ser su abuela– la que está entreteniendo la fiesta.
“¿Y ella qué hace?”, se preguntan a gritos unos a otros que apenas llegaron a sus veintes. Shanik Berman es famosa por contar chismes de la farándula en la radio y, al igual que la gran mayoría de los integrantes del reality del momento, es una famosa no tan famosa.
Dentro de los 15 integrantes de La casa de los famosos hay tres grupos de origen: los que se dedican a salir en los medios tradicionales porque son conductores o actrices de telenovelas, como Arath de la Torre, Sabine Moussier o Mario Bezares; los que fueron famosos gracias al internet por hablar de temas de los que no se hablaba en la tele, como Ricardo Peralta haciendo contenido LGBT+ o Adrián Marcelo, entrevistando a gente en la calle –y burlándose de ellas– en una línea difusa entre comedia y reporteros de calle; finalmente, el grupo periférico que se hizo famoso en otros reality shows, como Potro y Gomita, una influencer que viene de una familia de payasos profesionales.
Al día siguiente, la prensa habla de Shanik y de su “debut como DJ”, que estaba usando una consola apagada en el Baby. Una metáfora perfecta para el personaje que viene de un formato usado por más de dos décadas en Televisa, que en pleno 2024 consiguió en tres semanas 6.5 mil millones de reproducciones de videos de redes sociales y que busca encerrar sin celular ni contacto con el exterior a un puñado de personas que no se conocen para que muestren al público quién son realmente.
¿Por qué un programa de tele abierta en la época de las redes sociales está entreteniendo de forma avasalladora a generaciones tan dispares que crecieron con y sin internet? Para responder a esta pregunta es clave entender qué es nuevo y qué no. En ese balance se fragua el éxito de “la casa más famosa de México”.
“La casa de los famosos es para los jóvenes adultos de hoy [nacidos entre los ochenta y la primera mitad de los noventa] una oportunidad de recordar cuando veían Big Brother y eso les produce la emoción de volver a eso que les trae recuerdos de sus padres, de cuando estudiaban, de cuando su vida era otra. Es algo que pasa con todos los formatos en diferentes generaciones”, dice Álvaro Cueva, periodista y crítico de televisión, a DOMINGA, la revista digital de MILENIO.
“¡La televisión educa!”, me repite una y otra vez con el tono enérgico que lo caracteriza y por eso hace énfasis en que esos programas formaron a toda una generación sobre cómo consumir contenido, anclados a lo que ocurría durante los noventa y el inicio del nuevo milenio.
Uno de los primeros antecedentes de un reality de este tipo es el formato creado por MTV bajo el título The Real World en 1992. Ahí jóvenes vivían en una casa y la pregunta central que servía de tagline era: ¿Qué pasa cuando la gente deja de ser amable y comienza a ser real? Una década después, en 2002, llegaría Big Brother a México, de la mano del productor Pedro Torres y la empresa Endemol. La expectativa en torno al reality era muy alta porque la versión en España, dos años antes, había causado un pánico moral que incluso cruzó el Atlántico y llegó a los suplementos de espectáculos de México que pronto empezaron a incomodarse.
“Se trataba de eso: escandalizar. Aquí ya no estamos hablando de una visión de la realidad, sino de una invasión a la intimidad y estamos hablando de un circo mediático para vender sin mayor propósito social. Vi el fenómeno y lo escribí en mis columnas”, dice Cueva.
En suma, el contexto era efervescente. “Es una época marcada por la transición democrática y por un momento en el que se dejó de poner el acento en las telenovelas para irse hacia las noticias y, en medio, quedó el reality show flotando como única opción. Si te das cuenta, no hay telenovelas célebres en los años 2000, después de Rebelde”, dice sobre un signo de cambios más profundos en el consumo de contenidos.
“Una telenovela es un vehículo de esperanza y es un momentito de ilusión”, agrega Cueva, “y el reality show llegó como quien entra a un videojuego a sacar la rabia. Sin embargo, ahí también se cuentan historias dramáticas porque todo el tiempo hay conflicto”.
La aparición de Big Brother en México
Desde que se estrenó Big Brother en 2002, los escándalos dentro de las cuatro paredes de aquella casa eran casi tantos como los que ocurrían fuera. Escuchar a alguien decir ‘güey’ en una televisora donde las buenas costumbres y las novelas rosas eran la norma resultaba escandaloso y ni qué decir de ver a alguien orinando frente a cámara. La llegada de Big Brother estremeció el mundo de la televisión y creó una nueva generación de famosos estridentes, como La Mapacha o el Pato Zambrano.
A inicios de los 2000 empezó una búsqueda por “estirar la liga” en torno a la censura para ver hasta dónde se podía llegar. Por ejemplo, Claudia Fernández y Andrew Paxman en la biografía que escriben del ‘Tigre Azcárraga’ ponen el ejemplo de cómo Thalía en María Mercedes, Marimar y María la del Barrio tenía que reflejar inocencia y dulzura, pero en su carrera musical, cuyos videos no llegaban a tele abierta, podía cantar vestida de dominatrix y rodeada de modelos jóvenes y descamisados.
“Confunden libertad con libertinaje”, versa el refrán popular alentado por Marta Sahagún, esposa del entonces presidente Vicente Fox, pero la época trataba de encontrar esos límites y no sólo en los medios.
El álbum de Molotov ¿Dónde jugarán las niñas? iba en gran medida de eso: usar groserías en las canciones por el simple hecho de que era algo que no se podía hacer. Big Brother en 2002 seguía esa misma línea y provocó que la Iglesia Católica, la Unión Nacional de Padres de Familia y hasta diversas empresas, encabezadas por Bimbo, emprendieran varios boicots. Pero nada de eso sirvió para frenar el éxito.
“En ese momento fue fantástico. Todas las marcas querían estar adentro y las que se fueron finalmente regresaron porque se dieron cuenta de que no era tan importante decir ‘güey’ o no decirlo, que la vida iba para allá y que estar en el programa dejaba muy buenos dividendos”, dice Ana María Olabuenaga, una de las publicistas más reconocidas en México detrás de entrañables campañas comerciales, políticas; en 2002 fue la directora creativa de la agencia encargada de lanzar la campaña de Big Brother en el país.
Cuando se estrenó el programa arrancó con sólo seis anunciantes y cerró con más de 100. En los periódicos de aquellos años, los artículos de negocios consignaban que Televisa en 106 días generó 20 millones de dólares en publicidad, es decir, el doble de ingresos de lo que costó producirlo y todo en una época donde no había redes sociales y, por tanto, el impacto de lo que aparecía en la tele estaba mucho más contenido que ahora.
Muchas cosas en esta versión de Big Brother, llamada La casa de los famosos, y producida nuevamente por Endemol, son un déjá vû: los rumores de que la producción tiene favoritos, las peleas a gritos entre los participantes, los juicios televisivos a los expulsados y hasta la especulación de que patrocinadores amenazan a la producción si el reality no sigue un cierto rumbo.
Sin embargo, pensar esa fórmula utilizada por 20 años no es suficiente para conseguir un éxito mediático y el paso sin pena ni gloria del Big Brother de 2015 da muestra de ello. Esos cambios sólo se entienden en clave de redes sociales.
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Las reglas cambian en La Casa de los Famosos
Por su bajo costo de producción y su posibilidad de alto retorno, hasta cinco veces lo invertido, es que el reality show es un género dominante en el entretenimiento global. En Estados Unidos se estima que 42% de la población mira este tipo de programas con regularidad y el demográfico más enganchado con este contenido va de los 16 a los 49 años. En el Reino Unido la BBC produce con dinero público distintos tipos, desde competencias de drag queens hasta programas de solteros o de costura, jardinería y repostería.
Netflix con 277 millones de usuarios y con un valor estimado de 295 mil millones de dólares es capaz de producir series y películas que compiten por el Oscar y los Globos de Oro, pero también reality shows. Algunos han surgido como relanzamientos de clásicos nostálgicos, como Queer Eye, pero otros son programas originales como Love is Blind. Éste cuenta con seis temporadas estadounidenses y otras seis internacionales, que alcanzan los 58 millones de espectadores anuales, es decir, una quinta parte de la audiencia total de Netflix pasó por al menos un capítulo de este reality show en 2023.
Pero no sólo es económico el origen de su éxito, también se explica desde la capacidad de estos programas para generar un diálogo en redes sociales.
Una de las peleas más discutidas de La casa de los famosos es la ocurrida entre Adrián Marcelo y la actriz Gala Montes. El video subido a YouTube supera el millón y medio de vistas y en él se aprecia como él le dice a Montes que está usando sus problemas de salud mental para ganar votos. Esto provocó la emisión de comunicados oficiales del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación y la Secretaría de las Mujeres de la Ciudad de México alertando y reprobando los discursos de odio.
Usuarios de X se organizaron para exigir que retiraran a Adrián Marcelo su cédula profesional de psicólogo, por insinuar que Montes había buscado un diagnóstico de depresión con la finalidad de adquirir medicamentos controlados. Hasta este momento llevan 172 mil firmas en Change.org. Hoy es acusado de misoginia y de denostar la salud mental.
Ricardo Peralta, influencer LGBT+, empezó a perder seguidores en sus redes sociales debido a su actitud criticona y bully en el programa y por hacer equipo con Adrián Marcelo. El domingo pasado acusó a Arath la Torre, conductor de televisión, de burlarse con tintes homofóbicos de su selección de ropa. Este le respondió que no fue así, que él tiene un hermano gay y que le parecía que estaba usando la carta de la discriminación como estrategia.
Ello ha desatado cientos de posteos y TikToks buscando la cancelación de Peralta, acusado de trivializar la lucha política de la población LGBT+. Su cuenta de Instagram ha sido suspendida para que no siguiera cayendo su número de seguidores.
“Es un momento crítico. Se están enfrentando dos realidades: la televisión tradicional con sus códigos tradicionales enarbolados, contra los que vienen de las redes sociales, y lo que estamos viendo es algo para lo que no estábamos preparados: toda la potencia de las redes sociales en la tele abierta”, advierte Olabuenaga y añade que esos “códigos” no tienen que ver sólo con la trayectoria de unos u otros, sino con la forma en que el público discute sobre ello en televisión o los fragmentos que ve replicados en X o TikTok.
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Antes, estas peleas hubieran generado una discusión en la cena familiar, pero hoy podemos llevar nuestra opinión a las redes sociales e insertarlos en los mismos términos “serios” que en los debates de televisión.
“En redes sociales le puedes decir a alguien ‘ya siéntese señora y si no te gusta desvívete’ y la gente se ríe, pero en el momento en que eso pasa en la televisión se acerca más a la ‘realidad’ y entonces la gente se tensa y ya no le parece permisible la violencia habitual de las redes. Es algo que no pasaría de una cancelación en Twitter, pero acá hubo cartas del gobierno, llamados a los patrocinadores a retirarse y una exigencia de quitar la licencia a un psicólogo cuando hay una ministra plagiaria en la Suprema Corte de Justicia. Pienso que esta es una cuestión de visibilidad donde nuestra opinión, en redes, es vista por más personas, una sociedad mayor y por eso se siente un deber de levantar la mano y decir que se está en desacuerdo”, reflexiona Olabuenaga.
“Las redes son, primero que nada, un tribunal moral donde vamos a juzgar todo lo cotidiano y todo lo que no es juzgado correctamente por nuestras autoridades”, concluye.
“Lo que ocurre en las redes es que creemos que no tiene efecto lo que decimos y que ahí no necesitamos hacernos cargo de las palabras que usamos y de los sentimientos y la intencionalidad que tiene lo que hacemos, cuando sí debería ser”, dice Carlos Buburrón (@CBuburron), un estudiante de 23 años, referente obligado para entender la discusión en X sobre La casa de los famosos, porque sus chistes sobre el programa siempre tienen decenas de miles de vistas.
Pero añade que la razón por la que tuitea de ese reality show no tiene que ver con lo que se discute en el programa, más bien le gusta tomar fragmentos y crear ‘reacciones’.
“Yo distingo memes de reacciones. Las reacciones son imágenes o videos cortos de un personaje que se pueden utilizar para cualquier otra situación, que nada que ver con el programa de donde sale, pero se convierte en un elemento visual que hace gracioso algo”, explica y pone de ejemplo al puchero de Wendy Guevara donde mira con extrañeza mientras frunce el labio con cara de fuchi y juega con sus trenzas, uno de los meses más famosos de la concursante del año pasado.
“No quiero hablar de toda una generación, pero sí hay algo en el tipo de humor de la gente entre los 18 y 22 años que tiene que ver con tomar elementos e insertarlos en un contexto completamente ajeno”, explica Buburrón. Ejemplo de esto son los memes del DJ Set de Shanik o los videos replicados de la canción “Demasiado fuerte”, de Brenda Bezares, en TikTok.
Ese humor no es algo de este reality. Ocurrió en las elecciones y los videos de los debates, por ejemplo, para contar una historia de amor imposible entre Sheinbaum y Xóchitl. Sí, las redes son un “tribunal moral”, pero no sólo eso. También son un espacio para reapropiarse del contenido que sale lo mismo de la tele que de las plataformas de streaming y crea lenguajes que funcionan para la generación que los entiende como un chiste local.
El público tiene la última palabra
Después de toda la polémica desatada, algo que en el bingo de la política pocos hubieran imaginado es que AMLO tuviera que fijar una postura sobre La casa de los famosos. Pero en la conferencia mañanera del 15 de agosto pasado un reportero de Baja California le preguntó al presidente si la Secretaría de Gobernación iba a intervenir.
“La verdad es que yo no he escuchado del programa, nunca lo he visto, no sé de qué se trata. Lo que puedo comentar es que deben garantizarse las libertades. Y si hay excesos, yo creo que les afecta a los productores del programa y a la televisora, porque ya estamos en un momento, en tiempos en que la gente está muy consciente de lo que vale la pena ver o escuchar”, respondió AMLO y eligió mejor no entrarle a un pleito ajeno.
Por otro lado, esta petición de intervención no es nueva. Eso ocurrió también en 2002 cuando los empresarios de Unidos por lo Mejor A.C. le pidieron al gobierno de Fox intervenir en el contenido de Big Brother. Rubén Aguilar, entonces vocero de la presidencia, hizo lo mismo que AMLO y no se metió en el tema.
“Siempre es complicado llegar al punto, pero en un espíritu de generar un espacio amplio de manifestación, creo que hay que concentrarse, no en censurar, sino en dejar las reglas del juego claras: toca respetar y garantizar que se respete la libertad de expresión y toca a las audiencias normar lo que se ve y no se ve”, dice Aguilar.
El problema de dejar a la ciudadanía elegir cuando no es claro cómo intervenir –más allá de cambiarle de canal– en el contenido de la televisión suena a ir a la guerra sin fusil. Peor si añadimos el hecho de que en el mundo de las redes sociales, tan falto de regulación, no tenemos idea de cómo y por qué el algoritmo nos arroja qué videos y posteos mirar.
El joven Buburrón revela que, en alusión al comentario de la mañanera y los comunicados oficiales, el Estado se suma al juego de un reality show que demostró hace semanas no se juega sólo dentro de esa casa. También afuera.
Es en esta idea que se fija el éxito de La casa de los famosos: han logrado encerrar no sólo a 15 personas de fama dudosa, sino a millones de usuarios de redes sociales que ahora son parte –algunos de forma involuntaria por los inescrutables caminos del algoritmo– del juego de acusaciones y alianzas que constituyen este reality.
Habrá quien vea en este entretenimiento un síntoma de decadencia social, pero esa posición suena a una batalla tan perdida como la que libraron hace 20 años contra la palabra ‘güey’. Al final, como bien dice Álvaro Cueva, “el sueño de la televisión siempre fue el internet”, entonces ¿qué rol queremos jugar en esta realidad donde apagar la tele y el wifi implica marginarse de los tiempos que corren?
GSC/ASG