Con 93 años de edad y 70 de trayectoria, Ignacio López Tarso llega al teatro San Jerónimo a su cita para el ensayo de El cartero, la reposición del montaje que compartirá con Helena Rojo, Eduardo Palomares y Sofía Castro y reestrenará el 28 de septiembre en el teatro San Jerónimo; pero antes se da tiempo para la entrevista.
Toma su lugar en medio del escenario que tiene dominado, aunque asegura que, en sus inicios, hubo quien le dijo que “tenía que aprender a caminar en él”.
Por momentos habla pausado, pero su memoria y fortaleza se manifiestan en cada respuesta.
¿Está preparado para subir al escenario, de nueva cuenta, con El cartero?
Sí, es una obra muy bonita, simpática, graciosa, muy bien escrita y un tema interesante para el público, y para el intérprete, también; es una anécdota en la vida del poeta, de Pablo Neruda, en Isla Negra, que era como su refugio, como su lugar dedicado a pensar y a crear.
El teatro no lo deja a usted o usted no deja al teatro, constantemente está arriba del escenario; incluso a veces alternando dos obras, como pasó con Un Picasso, Aeroplanos y El Padre…
Sí así es. Ahora sigo haciendo Aeroplanos con Manuel Ojeda los jueves en el teatro Rafael Solana. Para mí el escenario tiene un atractivo muy especial, de toda mi vida, no de ahora; desde muy joven mi gran ilusión era estar en el escenario y lo sigue siendo, me siento muy cómodo, muy a gusto, es el lugar predilecto en mi vida.
Sin embargo, el cine y la tv también forman parte de su historia…
Sí, todo, los discos, cuando hubo oportunidad, grabé ocho discos de corridos; he incursionado en todo lo posible.
El público reconoce su capacidad, su aptitud y actitud al trabajo, a la vida, las cuales no aminoran con el pasar de los años, ¿hay receta para mantener esa fortaleza?
Trabajar mucho (risas) es el gran estímulo, si hay algo que te gusta mucho y lo tienes y lo disfrutas, no cabe duda que es lo mejor que te puede pasar, ¿no? No a todo mundo se le da, de modo que en mi vida también puedo presumir de ser muy afortunado.
En las siete décadas de trayectoria, el entretenimiento ha cambiado, ¿cómo ha vivido esa evolución?
La mejor época, no solo en mi vida teatral, sino en la historia del teatro en México, ha sido el periodo presidencial de López Mateos (Adolfo), para el teatro, para el espectáculo, tuve la oportunidad de hacer las obras que quería hacer; y que de no ser con el teatro oficial nunca hubiera podido hacerlas. El teatro oficial estuvo patrocinando el teatro, creo teatros, hizo toda una infraestructura y eso solo ha sucedido en esos seis años.
¿Qué obras hizo en esa época?
Lo mejor de mi carrera, hice a Shakespeare (Otelo, Edipo Rey), los griegos, los clásicos españoles. De Shakespeare todavía me faltan muchos. Ojalá tenga tiempo (risas).
Hablaba de que hizo corridos…
Sí, durante 10 años de mi vida me dediqué a los corridos. Fue por una invitación de la CBS. Yo dije: ‘¿Grabar qué?’ Y me dijeron: ‘Lo que usted quiera’. Dije: ‘¿Qué tal poesía?’ Grabamos algo, pero no. ‘¿Qué tal monólogos de teatro?’ Hicimos la prueba, pero tampoco. Y luego me acordé de mi gran afición al corrido. Pero nunca había pensando en la posibilidad de hacer corridos sin cantarlos y los narré. Hice ocho discos.
Apenas acaba la frase y se le cae el micrófono, se ríe, pero continúa como si no pasara nada, y responde a la interrogante.
Esto pasa, pero yo sigo, hay que improvisar, lo he hecho muchas veces en el escenario y entonces el público que se da cuenta aplaude y le echa la culpa a todos los demás, menos a mí (risas).
Ya tengo mucha práctica, mi primer maestro de teatro me decía: ‘Yo te voy a enseñar a pisar el escenario’. Y yo decía: ‘¿Y eso qué chiste tiene? Él me respondía: ´Ya verás que sí’.
Me decía: ‘Sin ningún personaje, sin ningún aprendizaje, sin nadie en la sala, camina por el escenario, está en el escenario, parado, sentado, acuéstate, ve para arriba…’.
Mi primer teatro fue el teatro de Bellas Artes, porque mi escuela de teatro, que era la única en los 40, yo entré a estudiar en el 48; estaba ahí en Bellas Artes. Cuando empecé en la escuela de teatro, mi gran placer era tirarme y ver hacia arriba el telar, un techo altísimo, llenos de cuerdas, de conexiones, los pasos de gato que le llaman. Luego la práctica, mis primeras obras fueron en Bellas Artes, Macbeth, Enrique IV con alumnos de la escuela, luego con Sequizano, el gran maestro que venía directamente de Stanislavski.
Ahora, sus compañeros, le aprenden a usted, ¿no?
No, y yo les aprendo a ellos, me han tocado compañeras estupendas. Gente de la que no esperaba mucho porque no es de teatro, porque tienen muy poca experiencia en el teatro; como Aracely Arámbula; sin embargo, fue maravillosa compañera en Un Picasso.
¿Usted, da consejos?
Ni pido, ni doy consejos, pero cuando se trata de ayudar a un compañero, lo hago con muchísimo gusto, lo he hecho durante toda mi carrera.
¿Cuándo reinicia la temporada de El cartero?
Empezamos el 28 de este mes, y vamos a lo más que se pueda, a mí no me gustan las temporadas cortas, eso que ahora dice: ‘Breve temporada, diez días’, pero qué tontería, durar dos meses de ensayo para durar diez días; no, que vayan al demonio, las temporadas deben ser lo más largo posible, sacarle provecho al público, a la obra, al texto, a todo.
Su vida es una temporada larga…
Larguísima, si. (risas).
¿Y lo que le falta?
Ojalá que no se corte nunca, ¿será posible eso.
¿Le falta algo?
Muchas cosas, quiero hacer una novela importante, hace mucho que no hago tv buena, y hace mucho que no hago buen cine.
¿Qué pasa, no hay historias o no hay propuestas para usted?
No hay historias, no hay proposiciones, no hay nada, no hay movimiento para mí.
Pero el teatro acapara su atención, ¿no?
Sí, pero me gusta mucho el cine, la tv; a pesar de que es terrible estar actuando ante un aparatito, ante una porquería ahí, en lugar de tener un teatro lleno de gente. Aunque atrás del aparatito hay millones de gente, que en el teatro nunca te ven, como en el cine o en la tv.
¿Le afecta que no lo llamen para esos medios?
No, simplemente sucede.
Twitter @Adriana@jiramil