Mario Iván Martínez abrió la puerta de su hogar, en la colonia Condesa, e inmediatamente el ambiente creativo invita a recordar, los muebles clásicos pertenecieron a su abuela y en una esquina, un libro está abierto estratégicamente en la hoja con el autorretrato de Van Gogh (1889), a quien encarnará en el proyecto Vincent, girasoles contra el mundo.
En la sala, sobre la mesa para el café un personaje particular descansa con su violín en mano: Cri-Cri, que es la razón del encuentro entre el cuentacuentos y M2; pero la charla sobre El Grillito Cantor estaría incompleta sin la visión más íntima de Tiburcio Gabilondo, hijo y heredero del compositor de “El ratón vaquero”, que se sienta a la derecha del actor e inicia la plática.
“Cri-Cri es el alter ego de Francisco Gabilondo Soler, además es muy divertido, porque siempre fue un hombre prudente, pero nunca se privó de darse gusto, de llorar o estudiar aquello que le daba curiosidad; a través de El Grillito Cantor podía darse la libertad de ser más osado, travieso o aquellas cosas que no te permites hacer de lleno, como seguir siendo niño”, cuenta Tiburcio.
Desde el 14 de diciembre de 1990, él asumió la responsabilidad de ser el guardián de la obra que Gabilondo Soler creó desde que en febrero de 1934, por consejo de Emilio Azcárraga Vidaurreta, puso su ingenio al servicio del universo infantil e ideó un sinnúmero de canciones, que hoy son conocidas y reconocidas en toda Latinoamérica, así como un programa radiofónico.
“Como heredero te entregan una responsabilidad, en principio solo administrativa, y otra (el legado) del que tienes que hacerte cargo del mejor modo posible, aunque en realidad lo importante es el trasfondo de la obra, tratar de entenderla y visualizar que forma parte ya del catálogo musical de la cultura popular mexicana, entonces hay que estar a la altura de eso.
“No solamente es darle la continuidad, sino pensar en que lo que se haga hoy, tendrá una repercusión. Estoy convencido de que El Grillito Cantor alcanzó el grado de elemento de identidad nacional, me decía mi papá que para que una casa fuera mexicana necesitaba una olla de frijoles, una bandera y una Virgen de Guadalupe, yo le agregaría un disco de Cri-Cri”, expresa Tiburcio.
Sin reparos asegura que “nadie te enseña el papel de heredero, tienes que aprenderlo y ponerte listo para no perder el rumbo”, pero con el ejemplo que le dio su padre, sería complejo no hacer una buena labor: “Tenía una parte divertida, irónica, era un hombre interesante y culto que tenía curiosidad por las cosas y se ponía a estudiarlas”, agrega.
Gabilondo revela que su papá incursionó en “astronomía, navegación, fotografía, carpintería, ciencias: física, química y biología, hizo una colección de minerales; tenía este trato muy rico, divertido y cariñoso como papá, siempre dispuesto a compartir y platicar cosas; era un hombre muy abierto, no había restricción de temas para conversar.
“De más niño hablábamos cosas propias de la edad y al crecer se ampliaban los temas, era muy open mind, pero en ese sentido había muy pocas cosas que lo habrían escandalizado, porque tenía una amplia perspectiva, esa parte es muy divertida, muy enriquecedora, porque crecí con un intelectual que me hizo una ventana enorme para contemplar la vida y al resto de las cosas”, dice.
Un tributo de por vida
Mario Iván Martínez escucha atento a Tiburcio mientras abre su “ropero de los recuerdos” y enriquece la idea, ya de por sí de admiración, que tiene sobre el papá de Cri-Cri, a quien le dedica el espectáculo Que dejen toditos los sueños abiertos, segundo homenaje a Francisco Gabilondo Soler, que se presenta todos los domingos, hasta el 7 de abril, en el teatro Libanés.
“Estar a la altura es leitmotiv, cuando tengo que hablar por Cri-Cri, cantando o interpretando alguno de sus textos, siento ese peso gozoso que implica difundir la obra de este hombre, gracias a quien, en parte, soy cuentacuentos, crecí con él y soñé despierto con su música”, confía Martínez, quien armaba obras de teatro con las piezas de Gabilondo, al lado de sus primos, para su familia.
A través de este arduo trabajo, Mario Iván descubre que la herencia de Francisco es diversa: “La música está al servicio de la cadencia de la palabra, en ningún momento sientes que las palabras se están deformando, como desafortunadamente campean ahora, porque era un hombre autodidacta, que había leído.
“Tenía un enorme respeto por la prosodia, la rima y por la riqueza de nuestro lenguaje, no tenía empacho en darnos palabras; recuerdo muy bien una y otra vez experimentar epifanías que incrementaban mi vocabulario, a través de las canciones de Cri-Cri. Puedo decir sin empacho que es en verdad un privilegio ser portavoz de este homo universalis”, finaliza.
Y además
Migración
Tiburcio Gabilondo explica que durante un tiempo, los agentes de migración “si utilizaban ‘El chorrito’ como un elemento de identidad, le pedían a los centro y sudamericanos cantarla, si no se la sabían completa, los pescaban”.
Promoción
Mario Iván Martínez pone énfasis en que como embajador “no hay que apostarle a lo fácil, sino aquello que realmente trascienda y siembre interés”, por ello en sus shows le da espacio a canciones poco conocidas como “La sirenita” o “El barquito de cáscara de nuez”.
Favoritas
Tiburcio comparte que del cancionero de su padre, su favorita era la instrumental “Bosque viejo”; mientras que para Mario Iván su preferida es “Caminito de la escuela”, porque recuerda como su papá lo llevaba al colegio mientras se la cantaba.