Las letras de la nueva estrella musical de estatura mundial reflejan el país en el que creció: tiene 23 años, es decir, entró a la primaria al mismo tiempo que en México estalló la militarización de la seguridad pública. Cuando tenía 10 años, y componía sus primeros versos, Joaquín Guzmán Loera llegaba al escaño 701 en la lista de millonarios de la revista Forbes. Y cumplió 16 cuando todos los noticieros anunciaban que “El Chapo” se había fugado por segunda ocasión de una prisión de máxima seguridad y observó cómo miles de sinaloenses festejaban su escape por un túnel subterráneo. Un hijo de la “guerra contra el narco”.
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Se llama Hassan Emilio Kabande, pero casi nadie lo ubica por su nombre real. Mundialmente es aclamado como Peso Pluma, quien del 16 de marzo al 13 de abril hizo historia al poner media docena de canciones entre las más escuchadas a nivel global en Spotify, destronando a artistas consolidados como Miley Cirus, Bad Bunny y Harry Styles.
Como millones de jóvenes en México de su generación, su niñez y adolescencia está marcada por la violencia y las primeras narcoseries del siglo XXI: en su canción “AMG”, Peso Pluma presenta a sus seguidores un auto de lujo que usaba Ovidio Guzmán; en “Igualito A Mi Apá”, sin mencionarlos, elogia a Los Chapitos y su fuerza en Culiacán; y en “El Azul” elogia al mítico fundador del Cártel de Sinaloa, Juan José Esparragoza. Amor y narco. Drogas y opulencia. La fórmula de un éxito inesperado.
Es sólo unos años más joven que “El Minilic”, Dámaso López; podría ser el hermano menor de Iván Archivaldo Guzmán o de Osiel Cárdenas Salinas, “Miniosiel”, el hijo del fundador del Cártel del Golfo; y es contemporáneo del rapero QBA, quien disolvió en ácido a tres estudiantes de cine en Jalisco y quien tenía miles de reproducciones en sus videos de Youtube. Su camada es una generación que idolatra a viejos capos, pero que desea vivir como narcojuniors a quienes no les urge salir de la pobreza rural, sino destacar en la riqueza urbana.
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Para sus detractores, Peso Pluma es un apologista de la violencia. Un juglar del crimen organizado o un muchacho incapaz de sostenerse con talento propio en la industria musical. Sin embargo, para sus ya millones de seguidores es un influyente cantante que canta sobre el México profundo y quien en los próximos meses pisará los escenarios con los que soñaron Los Tigres del Norte o El Komander.
A diferencia de otros íconos de la música regional mexicana, el también llamado Doble P no exhibe un cuerpo inflado en el gimnasio: es flaco y lo presume sin pena y sin playera, mientras toca la guitarra con aires de Iggy Pop. Esa actitud punk es lo que lo separa de los demás en su categoría: escandaliza a las buenas conciencias, reta al establishment, se planta contra el gobierno y va hasta contra la imagen hipermasculinizada de los cantantes machos mexicanos que lo antecedieron.
Quienes detestan sus letras y sus acordes incluso le han deseado la muerte en foros públicos recordando los atentados contra músicos que se acercaron demasiado al crimen organizado, como las amenazas contra Los Huracanes del Norte y los asesinatos de Chalino Sánchez o Valentín Elizalde. Quienes lo aman ya comparan sus letras con las de legendarios artistas que se volvieron cronistas de la violencia de sus comunidades, como el afroamericano Tupac Shakur, el rapero brasileño Macarrão o el rockero vasco Fermín Muguruza.
El fracaso del prohibicionismo
Su súbito éxito coincide con un hecho histórico para la música regional mexicana, pero de hace 36 años: también en una segunda semana de abril, pero de 1987, un gobernador priista se preparaba para la tarea imposible de prohibir los corridos sobre narcotráfico en México, a pesar de la popularidad que arrastraban desde la Revolución Mexicana.
Ese hombre, ex aspirante presidencial y entonces gobernador de Sinaloa, Francisco Labastida Ochoa, de hoy 80 años, sería el primer político en una larga lista que fracasaría en la misión de cancelar el género que hoy es considerado la semilla del movimiento alterado o corridos bélicos.
En aquellos años, el priista despertó a una coalición de gobernadores y empresarios que pedían, como un favor, que las referencias musicales a los grandes cárteles fueran silenciadas de las estaciones de radio concesionadas por el Estado creyendo que así se contendría la sangre que correría años después.
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Como aquello no funcionó, comenzaron las medidas coercitivas, como la ley de febrero de 2002 en Baja California para “invitar” a estaciones radiofónicas a callar los narcocorridos; las sanciones económicas de la Secretaría de Gobernación en 2007 contra medios de comunicación por supuestas apologías al delito en forma de canciones; y las 36 horas en prisión aprobadas por el Congreso de Chihuahua en 2015 para quien tocara narcocorridos en espacios públicos o privados. Una derrota tras otra.
El último intento ocurrió este 2023 y fue lanzado por el diputado morenista Nazario Norberto Sánchez, quien propuso penas privativas de libertad a los choferes que toquen corridos bélicos en los microbuses. Su iniciativa no prendió ni siquiera en su bancada en el Congreso de la Ciudad de México.
Hay más de siete lustros de distancia entre el sorpresivo éxito de Peso Pluma y la primera acción prohibitiva contra la música regional mexicana y el primer bando va ganando: otros como Natanael Cano, Fuerza Regida, Alfredo Olivares, llenan arenas, firman contratos millonarios, consiguen colaboraciones con estrellas de otros géneros musicales como Bad Bunny y arrebatan premios, mientras que los políticos que les han querido apagar los micrófonos, como el ex gobernador de Chihuahua Javier Corral, están retirados de la política.
Los hombres de traje y corbata no se ponen de acuerdo sobre la influencia real y medible de la música regional mexicana en la violencia del país, pero Peso Pluma ya generó el consenso de que es el músico más notable entre miles de jóvenes que han creado nuevos géneros musicales a partir de las balaceras y los muertos que ven desde su ventana: el movimiento alterado, los corridos bélicos, el narcorap, la cumbia rebajada y hasta el milirap dedicado a soldados en combate contra los cárteles animándolos a aniquilar civiles armados.
Ellos son la legión que entona corridos bélicos como “Ch y la Pizza”, “JGL” y “Siempre pendientes” porque encuentran sus preocupaciones y sueños en esos versos: el anhelo universal de una nueva generación de vivir como ricos y celebridades a punta de balazos o gracias a una repentina fama en redes sociales o aplicaciones de música.
En los tiempos de Spotify, Youtube, Deezer o Amazon Music, pierden fuerza los intentos de una vieja generación por mutear micrófonos o taparle los oídos a sus hijos. El éxito de Peso Pluma es del tamaño del fracaso de una visión prohibicionista de la música.
Si el joven Frank Sinatra encontró el éxito cantando a la mafia italiana y el entonces chavalito Snoop Dogg lo hizo rimando sobre las pandillas del este de Estados Unidos, la nueva estrella mundial mexicana lo encontró en la violencia del narco mexicano y la incapacidad de los gobiernos por contenerlos.
Odiado por miles, pero admirado por millones.
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HCM