Queen en Puebla en 1981: El sueño había terminado

El inicio de una década donde la utopía se desvanecía, mientras la guerra fría emanaba su último aliento; Mercury, quien acababa de cumplir 35 años de edad, vino a la angelópolis y ya no era un simple personaje.

Queen en Puebla en 1981. (Especial)
Ilustración de Freddie Mercury. (Ilustración Francisco Juárez)
Moisés Ramos Rodríguez
Puebla /

Un fantasma recorre el mundo: el sida en Europa, el Eurocomunismo con los socialistas en el poder, en Francia. En la Ciudad de los Ángeles es octubre de 1981, y cuartos de página de las antiguas sábanas anuncian aún en los diarios más conservadores:

“Ahora Puebla 450. Como Londres, Tokio, Buenos Aires, Sao Paulo, Bruselas, New York, vibra con el poder musical del súper grupo inglés Queen, creadores de Rapsodia bohemia, Amorcito loco, Otro que muerde el polvo (sic) y muchos éxitos más. Con100 toneladas de equipo con el que actúa en todo el mundo. 150 mil Watts de salida de audio.600 mil Watts de Iluminación por Computadora.NO TE PIERDAS ESTE ESPECTÁCULO INOLVIDABLE que se present[ar]á en el Estadio ‘IGNACIO ZARAGOZA’ de esta ciudad.DOS ÚNICOS CONCIERTOS. SÁBADO PRÓXIMO 17 de octubre a las 20:00 HRS.DOMINGO PRÓXIMO 18 de octubre a las 20:00 HRS. (…) PRECIO POPULAR”.

Los boletos fueron vendidos en el Centro General de la recién inaugurada Plaza Dorada y la matriz de la Avenida 2 Poniente, casi en la esquina con la Calle 3 Norte.

La Ciudad de los Ángeles había cumplido 450 años de su fundación, y para la celebración, Amanda Miguel cantó en la fuente de San Miguel “Él me mintió”. Poco antes, diciembre 8 de 1980, “El sueño” fue acribillado en la ciudad de Nueva York. John Lennon, cual moderno Nostradamus había anunciado apenas nueve años antes: “El sueño ha terminado”. Fue objeto y sujeto de su profecía.

El estadio Ignacio Zaragoza fue la sede del encuentro entre poblanos y los británicos.. (Andrés Lobato)

Así se inició el último tramo del siglo XX: los anuncios de la revolución juvenil mostrados y publicados a voz en cuello doce años antes (París, México, Praga…), sobre todo el de “El poder para la gente” morían físicamente, en parte, con el hombre que había pedido, casi suplicado: “Démosle una oportunidad a la paz”.

Y 1981 llegó, entonces, con un vacío difícil de ocupar: el dejado por la muerte del sueño de la utopía.

De cualquier forma, en la música, después del álbum emblemático Imagine, de 1971, la industria había apostado por utilizar el rock a su favor, haciendo de él la lucrativa industria que es. Además, había llenado los medios de comunicación, a fuerza de payola, de “música” disco.

El panorama era aciago y así lo confirmarían apenas unos años después Ronald Reagan y Margaret Thatcher con la recesión mundial que impusieron.

“Defenderé el peso como un perro”

En los Estados Unidos Mexicanos, José López Portillo fue el primero en imponer la recesión mundial. En 1982 dio al traste con la economía, con un régimen basado en el saqueo: el dólar, cuya paridad frente al peso mexicano era de doce pesos con cincuenta centavos, se fue tan lejos, que 40 años después aún no ha habido recuperación.

Puebla había sido sede de la reunión emblemática del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam) con la visita en 1979 del Papa Juan Pablo II quien, aquí, había determinado el futuro (igualmente aciago) de la Teología de la Liberación. Al iniciar la década siguiente (1981) en la Plaza de San Pedro fue atacado por un turco Mehmet Alí Agca, y volvería a ser agredido, en Lourdes, en marzo de 1982, con una bayoneta, por Juan María Fernández.

Se acabó la guerra fría y según Reagan, Estados Unidos fue el ganador; sin embargo, en marzo de 1981, la realidad lo puso contra la pared: en un atentado en Washington, un hombre disparó contra él. Una bala lo alcanzó, sin daños mayores.

En el mismo 1981, el presidente de Egipto Anwar el-Sadat fue asesinado. Nuevo capítulo de la guerra con Israel como protagonista, expandiéndose por el desierto.

Vista de la Angelópolis desde el Estadio olímpico Ignacio Zaragoza. (Andrés Lobato)

Doble fantasía, el disco último de John Lennon acaparó el lugar 81 en las listas de popularidad, pero el rock no resucitó. Milk and honey, su disco póstumo mostró por su escaso éxito comercial que la gente quería seguir bailando (¿al ritmo de Donna Summer con su “Last dance”?) en lugar de pensar siquiera en la utopía.

Faltaban unos años para que los sintetizadores, los sámplers y las cajas de ritmos impusieran otra moda más lucrativa.

Rocío Jurado nos apabullaba desde España “Como una ola”, “Perdóname” gritaba Camilo Sesto; Emmanuel quería “dormir cansado”, Napoleón contaba que “Ella se llamaba Martha” y los Rolling Stones hacían el ridículo con su música disco “I Miss You”.

Aún resonaban los ecos del amarillismo con el que, desde oficinas gubernamentales federales, se desprestigió al Festival de Rock y Ruedas de Avándaro de septiembre de 1971, y solo rifaban el hijo de Díaz Ordaz y la hija de López Portillo en la “música”.

Tómalo con glam, mam’

Recientemente, al reseñar la película Velvet Goldmine (1998) de Todd Hynes, Gilberto Díaz recuerda que el movimiento Glam Rock tuvo su mejor época entre 1971 y 1975 en Londres y parte de Europa, poco en Estados Unidos y menos aún en los EUM.

Sus protagonistas, recuerda, eran “Bandas y solistas [que] se asumían como personajes ambiguos, andróginos, que proyectaban una masculinidad feminizada y una feminidad masculinizada”. En ese ambiente nació el grupo de rock inglés Queen.

“Loca” sería una traducción del argot inglés al español de “Queen”. Si bien Freddie Mercury nunca se asumió públicamente como homosexual, el hecho era un secreto a voces. El movimiento glam le quedó adecuado para expresarse, de ahí los vestuarios que, sobre todo él y poco menos el resto de la banda, usaba en escena en los primeros años 70.

Mercury, quien acababa de cumplir 35 años de edad, vino a Puebla en 1981 y ya no era un personaje, con sus compañeros de banda “con sus vestimentas sacadas de un imaginario digno de las extravagantes pasarelas de fashionweek, y un discurso de libertad sexual total, tocando las puertas del arte conceptual, sin dejarse seducir por la magnanimidad y el virtuosismo de su contraparte: el rock progresivo”, como recuerda sobre el glam Gilberto Díaz.

Farrokh “Frederick” Bulsara podría pasar ya por cualquier personaje cuando cantó en el Estadio Ignacio Zaragoza. Con bigote espeso, pantalón de mezclilla, tenis y camiseta (una estética gay aún perdurable), poco se distinguía de otros cantantes o músicos de la época.

Sin embargo, su peculiar registro vocal, superior al de cualquier tenor vivo o muerto, lo seguía haciendo el músico que era, destacado también por ser un buen pianista. Su teatralidad conservaba algo de glam, pero su vestuario mostraba que la moda había cambiado y las luces que el grupo había sabido combinar con su imagen, ya no eran lo que habían sido.

El grupo, por su parte, en sus tres últimos discos (Jazz, TheGame, y el soundtrack de Flash Gordon) había perdido gran parte de sus arreglos corales y, lo que antes fue su orgullo los delató: comenzaron a usar sintetizadores.

Claro que “150 mil watts de salida de audio” era toda una experiencia, sobre todo para quienes, en los bailes masivos de música tropical, o las subterráneas tocadas de rock mexicano, apenas si tenían algo mejor que los sonidos que acompañan a los triciclos de vendedores de tamales.

La primera marcha del orgullo homosexual en el país, en la Ciudad de México, fue en 1978: tres años antes de la llegada de Queen a Puebla y Monterrey. De las decenas de miles de fanáticos del rock (que no del grupo inglés) llegados a la Ciudad de los Ángeles, no había muestra de orgullo gay o de vestimenta glam hace 40 años.

Faltaba aún mucho para que en los conciertos masivos se mostrara algún cantante que se asumiera completamente como homosexual, y muchos más para que las marchas frikis salieran a las calles; más o menos lo mismo faltaba para las marchas masivas del orgullo gay en la Gran Tenochtitlán y en las capitales del país.

Así es que a los dos conciertos de Queen en Puebla debió haber una parte del público que seguía al Mercury gay, pero la mayoría era una audiencia cautiva que todavía tuvo que esperar una década para que el cacique de los espectáculos, Televisa, a través de Raúl Velasco, aceptaran al rock como buen productor de divisas que podría ser ofrecido en los domingos televisivos familiares.

Los miles y miles de (sobre todo) jóvenes que llegaron a la Angelópolis a escuchar a Queen se habían quedado con las ganas de que The Beatles tocara en México, de que Elvis se presentara en el Toreo de Cuatro Caminos o en Bellas Artes, o de que un festival como el hecho a favor de Bangladesh se hiciera en el Foro Sol.

Esos roqueros hambrientos fueron a ver a QuietRiot a Guadalajara, pero igual hubieran visto hasta a Culture Club con tal de tener un concierto de “rock” masivo en forma, como en cualquier país del siglo XX, no del XIX, como eran los EUM en 1980.

Todo exceso con medida

En agosto de 1981 la televisión vio el nacimiento de MTV con “El video mató a la estrella de radio”. Con Queen en Puebla ese año, no hubo excesos: ni muertos, ni heridos, ni intoxicados por consumo de drogas, ni alcohol. Hubo, sí, gente que, en su primitivismo y falta de formación roquera en masa, creía que aventar vasos con orines y botellas vacías a los músicos eran una expresión propia en esas presentaciones.

Antes de los conciertos de Queen en Puebla, como no hubo grupo telonero o abridor, los encargados de la sonorización pusieron música de The Beatles. Esa era ya una experiencia. Ya en la tocada hubo quien chifló rechazando al grupo inglés porque, en la parte central, en el arreglo coral de “Rapsodia bohemia”, como lo hacía en cualquier presentación y era de esperarse, utilizó una grabación y no cantaron los cuatro músicos ingleses.

La mayoría de la gente, aun quienes no conocían la trayectoria del grupo ni sabía todas sus canciones, fue receptiva al espectáculo. Hombres y mujeres en el pasto del estadio olímpico, corearon, aplaudieron, se apantallaron, se asombraron, vieron lo que era común en “Londres, Tokio, Buenos Aires, Sao Paulo, Bruselas, New York”.

A cuatro décadas de esa noche, aún se perciben los ecos The Queen en Puebla. (Andrés Lobato)

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