El crujir del hielo sobre la carretera anuncia la llegada a este congelador natural en lo alto de la Sierra Madre Occidental. Es la localidad de La Rosilla, en el municipio de Guanaceví, en Durango, un rincón gélido con olor a fogata, considerado el lugar habitado más frío de México.
Viajar a La Rosilla es adentrarse en un viaje en el tiempo, que comienza con un trayecto de tres horas desde el estado vecino de Chihuahua, en Parral, si es que el camino no está bloqueado por la nieve.
El sol se asoma tímidamente entre la niebla y se esconde entre las coníferas. Las casas, de madera con techos de lámina, se alinean en las faldas de las colinas y solo una chimenea de asbesto delata si hay alguien en casa, la única señal de vida en estas construcciones que parecen ancladas en el pasado.
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Conforme se asciende por la montaña, la señal de internet se desvanece, y la comunicación a larga distancia se torna una quimera. Aunque hay instalaciones eléctricas, la “luz” es intermitente o simplemente inexistente.
Marcelino Silva, habitante de La Rosilla, de 65 años, resume la esencia de esta comunidad: "Aquí todo es a punta de leña”.
“Traemos leña en las camionetas, y todos tenemos nuestra estufita como esta", dice mientras arroja un par de leños a su estufa para calentar agua para café.
La leña arde en una estufa hecha por un herrero. Y el frío, advierte, no es una excusa y es que "hay que trabajar, haya frío o no".
En este entorno de aserraderos, casas de madera y hornos de leña, La Rosilla, con sus 300 habitantes, se erige como uno de los lugares habitados más fríos de México. Aquí, el frío deja de ser una adversidad climática para convertirse en una forma de vida.
El lugar más frío de México
Ismael Velázquez se dedica -como todos en este pueblo- a la producción de madera, que se lleva a la ciudad de Parral en Chihuahua, pero se volvió famoso por ser el señor del clima.
Durante la última década, se ha encargado de medir la temperatura con un termómetro instalado por la Comisión Nacional del Agua (Conagua), en su patio. Mínima, menos 21 grados.
Pasea a los foráneos por este pequeño centro de monitoreo y alardea del gélido clima en La Rosilla: "hoy amanecimos a -12 grados, será porque está nublado el cielo", explica.
Ismael presume que ninguna comunidad es tan fría como La Rosilla. "Incluso tengo un radio en el que escucho las cifras que reportan otras comunidades por radio, y ninguna alcanza a La Rosilla".
En La Rosilla, las nevadas son frecuentes desde noviembre hasta marzo, con temperaturas que pueden llegar a -20 grados C en la cima de las barrancas. La máxima registrada desde que lleva la cuenta son los -25 grados, a las tres de la tarde.
Desafíos educativos en medio del frío
En La Rosilla, el frío tampoco es un pretexto para la deserción escolar, o al menos eso piensa el profesor Saúl Rodríguez, de la escuela primaria unitaria Flores Magón, quien más allá de ser un educador, también funge como prefecto, conserje y cuida la escuela por las noches, “un multifuncional”, opina.
Antes de cada clase, el profe se embarca en una tarea más: cortar y recolectar madera para calentar el horno del salón de clases. Para que cuando lleguen los más pequeños, puedan calentar sus manitas.
"Recorremos el horario media hora, pero en unos días más, lo haremos habitualmente a las 9 de la mañana", advierte Saúl.
Y a pesar de los vientos gélidos, comenta: "Los niños están conscientes de que pueden ser profesionistas, doctores, ingenieros, arquitectos".
En la telesecundaria 173 La Rosilla, se cuenta con un calentador eléctrico, pero la falta constante de luz hace que esté arrumbado, al igual que las computadoras, proyectores y televisores.
Lo único que se enciende es el calentador, con leña y ocote: "La falta de luz es constante. Normalmente falla mucho la luz. Vienen, la restauran pero no la reparan", señala el profesor Ramon Bernal.
La falta de energía eléctrica, acompañada por las constantes fallas en la conexión a internet, se convierte en un obstáculo para el desarrollo educativo de los 13 estudiantes de la telesecundaria 173 La Rosilla.
“No podemos suspender, si fuera por el frío suspenderíamos la mayor parte del año… los exámenes nacionales viven parejo para todos y ahí no nos preguntan si tenemos frío o no tenemos… Y los muchachos tienen que responder”, advierte el profe Ramón.
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A la hora del recreo, los niños juegan con hielo y cuando cae nieve, se arma la guerra de “pelotazos”.
En la escuela, madres de familia ayudan en la limpieza, y son las encargadas de llevar a la escuela desayunos calientes para los escolapios: huevo con salchicha y atole de vainilla.
"Ya estamos organizados, hacemos equipos y nosotros ya sabemos qué nos toca los viernes el desayuno y la hora a la que tenemos que estar aquí", relata Yuritza Arzavala, madre de un menor de siete años.
En el hogar, las estufas de leña, artesanales, se convierten en el epicentro del calor y la cocina. Y ante la ausencia de energía eléctrica, los electrodomésticos como refrigeradores o televisores quedan desconectados.
"La luz ahí está viendo cómo está fallando... todo el tiempo batallamos con la luz. Y están aquí para que vean que…"
—Y de internet ni hablar, ¿Verdad?—
"Por eso yo no compro celular porque para qué lo quiero, ioniza Marcelino".
Las actividades cotidianas, como lavar la ropa, se tornan desafiantes. Las familias descienden al arroyo o descongelan el agua en estufas improvisadas. Para los vehículos, el anticongelante es indispensable, y cuando baja mucho la temperatura, se arrojan trozos de carbón para calentar el motor.
"Ahora estamos batallando mucho con el agua porque se cuaja, las mangueras se revientan y ahí tenemos los montones de ropa y ya bajamos al arroyo y lavamos.
“Para bañarnos dentro de la casa calentamos el agua junto a la lumbre y ahí nos bañamos", dice Yuritza Arzavala.
Todos los días, ríos y riachuelos amanecen congelados en este pueblo con olor a pino de navidad, y sus 12 grados bajo cero confirman que se trata de “el congelado de México”. Durante el día, la máxima es de 7 grados, y al caer la noche, solo el fuego adentro y afuera de casa, lo que ilumina a la Rosilla.
Marcelino Silva concluye: "Nosotros aquí vivimos a gusto porque el frío es bueno, el calor no, yo al calor le tengo miedo".
Así se vive en La Rosilla, Durango:
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