Ceci Flores, la madre buscadora que se atrevió a pedirle una tregua nacional al crimen organizado para indagar el paradero de sus seres queridos sin amenazas contra su integridad da otra zancada al frente en su rol como ícono de uno de los movimientos sociales que definen nuestro tiempo.
Hasta les ha llegado a recordar a aquellos que atentan contra la vida de otros que “el día en que ustedes desaparezcan, no olviden que habrá madres que los van a buscar”.
Este nuevo llamado a los narcotraficantes pareciera un grito en el desierto, pero no lo es: la petición anterior logró que tres cárteles se comprometieran a dejarlas buscar a sus familiares sin tantas intimidaciones de por medio. Y aunque no todos los criminales cumplieron el pacto, algunos incluso acercaron información útil para ubicar cementerios clandestinos.
El activismo de la sonorense Ceci Patricia Flores Armenta se asemeja al de Rosario Ibarra de Piedra, quien pasó media vida buscando a su hijo desaparecido en los años setenta, lo que la convirtió en pionera de la defensa de los derechos humanos en México.
La entrega de ‘Mamá Grande’ –como la han bautizado sus compañeras de lucha– ha sido también comparada con el peregrinar de las Madres de la Plaza de Mayo, un movimiento que tuvo repercusión internacional al encontrar varios años después a algunos desaparecidos de la dictadura argentina.
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Más allá de su tierra
Y aunque siente que la “mediatización” de las madres buscadoras puede incrementar el riesgo a ser amenazadas, desaparecidas o asesinadas, Ceci Flores y cientos de familiares siguen buscando pistas, cavando en inhóspitas barrancas y hasta mandando mensajes a los grupos criminales para que empaticen con la importancia de su lucha.
Por eso, hace un par de sábados, ‘Mamá Grande’ y un contingente del Colectivo Madres Buscadoras de Sonora se dirigieron a buscar restos humanos a cinco horas de distancia de Hermosillo. Un día antes, a través de una llamada anónima, le mandaron fotos y la ubicación de un cuerpo. La activista de 50 años interrumpe la llamada que sostenemos.
“Ay Dios, pensé que venían sobre nosotros… si me asusté”, se escucha en el teléfono. Una camioneta “de los malos” venía de frente hacia ellas, pero por fortuna pasaron de largo. “Así es nuestra vida, vivimos atemorizadas”, dice.
Dos camionetas con elementos de la policía estatal suelen cuidarlas, aunque no siempre. “Eso es mucha seguridad porque muchas veces andamos solas”.
Se hace célebre la Mamá Grande
Ceci Flores lleva nueve años como buscadora. Empezaron a decirle ‘Mamá Grande’ por ser una de las más activas y comprometidas en Sonora, pero el sobrenombre se convirtió en la metáfora de su vida porque ahora la llaman de otros estados para que vaya a buscar a otros hijos desaparecidos.
Si en el país hay 52 mil cuerpos sin identificar en los Servicios Médico Forenses o Semefos, dos mil fueron encontrados por el colectivo al que Ceci pertenece. Sin quererlo, ella se convirtió en una de las madres buscadoras más visibles, inspiradoras, criticadas y controvertidas.
A principios de febrero, un reporte de ‘MilenIA, Central de Datos e Inteligencia Artificial’ reveló que las madres buscadoras y los desaparecidos le arrebataron la conversación digital a los grupos del crimen organizado y sus exponentes, como ‘El Mencho’, ‘El Mayo’ o ‘Los Chapitos’.
Desde septiembre de 2023, cuando Ceci alzó nuevamente la voz en un video para pedirle a los cárteles piedad para las madres buscadoras y ayuda para hallar a sus hijos, las redes sociales estallaron en reacciones y comentarios. Fue entonces que la señora comenzó a abrirse un inmenso espacio como ícono de esta lucha que habla mucho de nuestro tiempo mexicano.
Pero ser mediática no necesariamente la blinda contra las amenazas. Por un lado, sabe que “les estamos quitando la fama a los cárteles, que ya no se habla tanto de estos y les estamos robando ese protagonismo…”, pero por otro, dice que se sienten “más vulnerables por estar más en la mira”.
Es cuando tienen más miedo. “Creemos que ellos pueden perjudicarnos en vez de beneficiarnos porque hay muchas madres amenazadas, como yo; desplazadas de su estado; desaparecidas como Lorenza Cano. Otras a las que les han quitado la vida, como Angelita Meraz, de Tecate. Para nosotros es una mediatización y si nos atemoriza”, responde la activista en entrevista con MILENIO.
De 2010 a la fecha han sido asesinadas 11 madres buscadoras y dos padres; una más está desaparecida, Lorenza Cano, luego de ser secuestrada en Guanajuato en enero pasado.
Su autoridad moral entre sus compañeras, las familias con desaparecidos, la ciudadanía e incluso el crimen organizado es porque habla claro y con total honestidad:
“Todo el tiempo he dicho que busco a un inocente y a un culpable [sus dos hijos], pero los busco con el mismo amor y la misma fuerza”.
Es más, Ceci ha adoptado a otro desaparecido, Gilberto López, porque su madre y su hermana murieron por enfermedad y ya no queda familia que lo busque.
“En honor a ellas estoy aquí, y él es parte de mis desaparecidos. Yo represento su búsqueda y sé que algún día Dios me dará la oportunidad de que vuelva a casa”.
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¿Quién es la familia de Ceci Flores?
El 30 de octubre de 2015 en Los Mochis, Sinaloa, Alejandro Guadalupe, de 21 años, iba en su camioneta al trabajo cuando dos compañeros le pidieron un ride.
Al parecer, los colegas tenían vínculos con el crimen; “mi hijo estaba con ellos y también se lo llevaron”, revive Ceci.
En 2019, unos 12 hombres armados ingresaron a la casa de Marco Antonio, de 31 años, en Hermosillo, Sonora, y se lo llevaron junto con su hermano menor Jesús Adrián, de 13, quien estaba de visita.
Supo quiénes fueron, por qué se los habían llevado y dónde los podían tener: “Di con una de las personas que se los llevó, fui a su domicilio y hablé con él”.
El 10 de mayo la llamaron porque le darían su regalo por el Día de las Madres en un monte a las 00:00 horas; “ahí me entregan a mi hijo menor, pero no al mayor, por lo cual sigo en la búsqueda”.
Mamá Grande explica que Alejandro llevaba un mes casado cuando desapareció y no tenía nexos con ningún grupo criminal.
Marco Antonio sí tenía problemas con un cártel porque vendía droga, pero a ella le da igual: “los dos son mis hijos”.
Comenzó su búsqueda en Sinaloa y después en Sonora. No hay un día en que se aparte de su teléfono para contestarles a las víctimas o deje de ir a las búsquedas. Cecilia tuvo hijos e hijas, seis en total. Una de ellas, Milagros de Jesús, dice: “Nosotros perdimos a nuestros hermanos y a mi mamá también”.
De los seis hijos, tres se convirtieron en activistas; la mayor, Cecilia Guadalupe, es presidenta de un colectivo de Sinaloa y busca a su hermano Alejandro Guadalupe.
Milagros tiene un colectivo de jóvenes buscadores que ayudan a las madres que quieren, pero no pueden buscar, y esa organización va creciendo por todo el país; Jesús, el hijo menor recuperado, es buscador y presta ayuda a huérfanos e indigentes. Por seguridad, se reservan el nombre del cuarto hijo.
“Yo tenía 14 años cuando desapareció mi primer hermano. Prácticamente, cambié mi mochila por una pala y se me acabaron las ganas de todo. Pensaba: si yo caigo, mi mamá va a caer y vamos a caer todos, tenemos que ser el pilar de mi mamá y eso creo le ayuda a ser fuerte. Y todos salimos a buscarlos”, dice Milagros.
El mes pasado Ceci y su colectivo hallaron un cementerio clandestino en la costa de Hermosillo, Sonora, con restos de unas 50 personas, de las cuales 18 eran mujeres. “Las imágenes son tremendas, como una semana estuve sin dormir, por cómo estaban los cuerpos y porque nunca habíamos encontrado a tantos cuerpos y a tantas mujeres”.
Sus hijos nunca le pedirán a Mamá Grande que deje las búsquedas, pero sí le ruegan que descanse porque su salud se deteriora: tiene los pulmones afectados por tanta putrefacción de los cuerpos hallados y por el polvo que respira.
“Una vez se desmayó y se salió de la carretera, salió con temas del corazón, y es por el cansancio que tiene su organismo”, explica Milagros.
Pero ‘Mamá Grande’ no se arredra:
“Si tenemos conocimiento de unos cuerpos y nos mandan la ubicación, y hasta fotografías, se me hace inhumano no ir a recogerlos para que vayan a casa. Es por amor a nuestros desaparecidos, esperando que en algún momento alguien haga lo mismo por mis hijos”.
Ella no está completa: le arrancaron a dos hijos
Un día en la playa, Jesús, el más pequeño que aún no sabía caminar y estaba en la orilla de la playa, “miró que venía una ola y no caminó, corrió, y mi mamá también salió corriendo detrás de él”, cuenta Milagros con risas discretas.
Ceci siempre fue cariñosa y protectora con sus hijos. Les hacía tortillas de harina o caldo de pollo. “Nos traían bien arreglados, nos íbamos de viaje y visitábamos a mis abuelos. Mis hermanos pequeños, Alejandro y yo éramos los más apegados. Nos decía que éramos muy faldilludos”, revive Mili, como le dice su madre.
“Somos bien chipilones, nos acostamos con ella y nos hace piojito y le decimos: ‘mamá, ocupamos más tiempo contigo’, pero ella nos dice: ‘ustedes están bien y tus hermanos no, tengo que salir a buscarlos’. Y entendemos que no podemos ser egoístas y pedirle que deje las búsquedas porque nosotros estamos completos y ella no. A ella le arrancaron a dos hijos”.
Antes de ser buscadora, dice Milagros, su mamá tenía corazón de “pollito de granja”, “porque todo le afectaba, aunque no fueran problemas suyos”.
Ceci se describe como ermitaña, sin amigos ni amigas. “Siempre fui del trabajo a mi casa, así nos enseñaron nuestros padres. Y también nos enseñaron a no quedarnos callados ante las injusticias y a no dejar que nadie nos pisoteara. Mi papá decía: ‘si dejas que te peguen yo te voy a pegar otra vez’, y en la casa me castigaban. Aprendí que si alguien me pegaba una cachetada, yo le pegaba como cinco”.
“Eso, creo, me hizo tener esa fuerza y a enfrentar cualquier situación por más crítica y dolorosa que fuera, a no huir de la realidad”.
También perdió a su marido. Cuando se volvió buscadora él decidió irse y aunque la dejó en buena situación económica, el dinero se fue acabando con los años y las búsquedas. Ahora ella vende ropa, cosméticos y todo lo que pueda, además de que recibe donaciones.
Pero algo que sí la hace flaquear son los falsos avisos de que encontraron a sus hijos.
“Le dicen que es mi hermano y en el ADN resulta que no. Tres veces le ha pasado y en una, resultó que era el hijo de una compañera”, revela Milagros.
Fue con las madres buscadoras que Ceci aprendió a socializar, a tratar con la gente y tener una respuesta para todo y para todos.
“Mi mejor terapia es buscar a mis hijos, nadie me entiende mejor que otra madre que hace conmigo una búsqueda. Cuando alguien cae, entre nosotras nos ayudamos, le decimos: el mismo dolor que sientes, lo siento yo. Pero no podemos rendirnos porque somos la única esperanza para que ellos vuelvan a casa”.
Las autoridades no los van a buscar, sentencia con seguridad, si quisieran ya lo hubieran hecho, tienen tecnología, maquinaria, recursos. “No lo hacen porque para ellos nuestros hijos son estadísticas, un delincuente menos”.
A ellos también los buscarán sus madres
Pero el número de madres que quiere seguir va disminuyendo. “Están aterrorizadas por lo que está pasando, son amenazadas, desplazadas, desaparecidas y asesinadas. No quieren saber de búsquedas”, dice la activista.
Entretanto la gente confía más en ellas que en las autoridades, los anónimos para localizar a personas siguen llegando por teléfono o su página. “A veces pensamos que son las mismas personas que les arrebataron la vida porque nos mandan hasta fotografías”, pero también por el mismo medio llegan las amenazas:
“Nos mandan personas ejecutadas, decapitadas, en pedazos, y nos dicen que así nos van a dejar porque no queremos dejar de buscar. Que nuestros hijos eran una escoria de la sociedad que merecían ser desaparecidos. Pero les comento que nadie es Dios para estar quitando la vida y nadie merece desaparecer”.
Y les recuerda algo que quizá logre resonar en esos seres aparentemente sin escrúpulos: “Les digo que el día que ellos desaparezcan, no olviden que habrá madres buscadoras que los van a buscar”.
Y no sólo eso. Aludiendo a los grupos criminales, señala que “siempre les hacemos este llamado, que ya no nos amenacen, que no nos desaparezcan y no nos maten porque matan la única oportunidad de que ellos vuelvan a casa… nosotros las madres somos la única esperanza de que ellos, un día, vuelvan porque su mamá primero se va a acercar a nosotros que las autoridades”.
A decir de Ceci, ahora cuando un hijo desaparece los familiares hacen eso: recurren a ellas y no a otras instancias.
“Porque saben que nosotras sí hacemos la búsqueda de desaparecidos y las autoridades solamente los van a criminalizar y los van a revictimizar. Y esos expedientes van a estar cerrados en un escrito, van a ser una firma… nosotras no ocupamos tantos protocolos para salir a buscar y la búsqueda es inmediata”.
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Diáspora de buscadoras
En el país no hay un registro oficial de cuántos colectivos de madres buscadoras existen. En 2021, la entonces titular de la Comisión Nacional de Búsqueda, Karla Quintana, dijo que eran 120 grupos. MILENIO tiene registros en 29 estados, y sólo no hay en Yucatán, Campeche y Tabasco.
Raquel Maroño, investigadora del Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia, explica que cada vez hay más colectivos de madres buscadoras porque se dividen, fenómeno que está ocurriendo al interior de estos al menos por tres razones: no están de acuerdo en dialogar con el crimen organizado; deciden hacer búsquedas más focalizadas o no quieren sacar más restos hasta que haya condiciones para el trabajo forense.
Porque como están las cosas, las buscadoras terminan entregando cuerpos a las autoridades para que los vuelvan a perder, señala la investigadora y parte de la Red Lupa, programa que monitorea la implementación de la Ley General de Desaparición Forzada en todo el país.
La sorpresa del hallazgo de MilenIA, Central de Datos e Inteligencia Artificial sobre la importancia de las madres buscadoras y los desaparecidos en la conversación digital, es que ellas lograron darle la vuelta a la narrativa que criminaliza a las víctimas, dice Maroño. Ya no se las califica como “daños colaterales”, a la usanza del gobierno de Felipe Calderón.
Ahora se encuentra una respuesta de mayor comprensión por parte de la sociedad, ya no está tan presente el discurso que las criminaliza.
La investigadora explica que “no sólo por lo dicho por Ceci Flores, sino porque hay más espacios artísticos en los que se habla de la desaparición y las tareas de las buscadoras, en películas, series y en escuelas, con índole preventiva. Y de las propias buscadoras, de visibilizar su trabajo para que nadie tenga que vivir lo que ellas”.
Por último, Ceci llama a la ciudadanía a ser más empática y a unirse a su lucha.
“Si hay 5 mil desaparecidos registrados en Sonora, con que hubiera 5 mil familias en campo todos los días… ¿tú crees que nos iban a desaparecer? No, porque no les iba a convenir a las autoridades”.
Peticiones a la CIDH
Representantes de colectivos de búsqueda presentaron ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) una serie de peticiones para proteger la integridad y la vida de las buscadoras, esto en el marco de su 189 periodo de sesiones que se realizó en Washington.
Durante la sesión, las buscadoras y las organizaciones asistentes lamentaron la falta de interés por parte de las autoridades mexicanas de asistir de manera presencial a la audiencia y que no se contara con una representación de alto nivel. Además, acusaron que la implementación de la nueva Estrategia Nacional de Búsqueda “solo reduce los números de personas extraviadas; pareciera que solo busca minimizar la crisis”.
Ante la ausencia de la titular de la Comisión Nacional de Búsqueda, Teresa Reyes Sahagún, en su lugar acudió la directora general de Vinculación y Políticas Públicas, Xasni Pliego, quien se limitó a hablar sobre el fortalecimiento de las acciones de búsqueda.
MO