Por la ventanilla se asoman asustados los muchachos que, después de bajarse del tren y ver las indicaciones, llegan al Comedor Santa Cecilia aún con temor. Sin embargo, puede más el instinto de sobrevivencia que late en los estómagos vacíos de los migrantes que se acercan pidiendo ayuda, pues pasan días movilizándose en la bestia, donde se agotan sus reservas de alimento. El trabajo de voluntariado de las mujeres que laboran allí todos los días es enorme.
A temprana hora preparan los alimentos en tanto que alistan la ropa que será entregada en donación a las decenas de hombres, mujeres y niños que diariamente les piden ayuda, sin discriminar a la población local que necesita apoyo para el sustento diario. Así se reparten alimentos calientes por la mañana, durante la tarde y aún a las once de la noche, pensando en ofrecer ayuda a quienes huyen de la violencia y la pobreza, sean nacionales o extranjeros.
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La coordinadora del Comedor del Migrante Santa Cecilia, Irma Leticia Valles Ortega, desde hace quince años comenzó a trabajar en esta labor humanitaria y recuerda que fue gracias a que observó el trabajo del activista Jesús Torres Fraire y del padre Miguel Ángel Cervantes, ambos ya fallecidos, que decidió seguir esta huella de apoyo a los hermanos que se encuentran de paso por Torreón.
“Creo que fue un bonito legado que ellos dejaron. Este es un trabajo hermoso que en verdad hay cansancio pero es muy gratificante cuando el migrante se va y te llena de bendiciones y te da las gracias. No hay mejor pago que eso. Te preguntan si tienes algún sueldo y pues no, soy voluntaria. Qué más que las bendiciones que el señor nos manda y que los hermanitos migrantes nos dan”.
Irma sabe que el trabajo cotidiano fluctúa de acuerdo a las necesidades. Así durante la tarde o noche pueden saciar el hambre de hasta 75 personas en tanto que el fin de semana pueden llegar más de 120 personas buscando la cena.
“Les damos sus alimentos y la ropita que nos donan y a veces cobijas y colchonetas porque duermen aquí afuera, en la banqueta. Todas las noches se quedan aquí a dormir. Podemos ayudar por la gente que se da cuenta de que existe este bendito lugar; ellos nos hacen donaciones esporádicas a través del padre Toño (Antonio Mata Rendón), o en su momento con el joven Aldo Valdez y un grupo de amigos que consiguen cobijas. Siempre tratamos de que todos sean atendidos, nadie se queda sin comer, a todos se les atiende y se acomodan afuera”.
De esta manera y colocando bolsas, algunos cartones y las cobijas en la banqueta, los migrantes duermen con cierta tranquilidad afuera del comedor, que se ubica en la Calle Querétaro 120 y la avenida Torreón, en la colonia Las Julietas, a poca distancia de la parroquia Santa Cecilia.
“Ahorita el flujo de personas está ganando Venezuela, vienen familias completas. En verdad es impresionante porque llegan con bebés de dos o cuatro meses. Para gloria de dios, anteriormente sí hacíamos actividades y antes de la pandemia vendíamos comida afuera de la iglesia, terminando la misa. Aquí mismo en el comedor para poder costear los complementos: el aceite, el consomé, pero ahorita ya no es necesario porque más gente se suma; la gente que conoce este hermoso proyecto, se suma con donaciones”.
Irma Leticia comentó que cuando se trata de familias completas se les canaliza a la Casa del Peregrino, de Cáritas, para que allí puedan dormir. Se trata de una suma de voluntades que permite que los migrantes en verdad sientan un momento de paz después de soportar durante semanas de tránsito los cambios climáticos, la angustia de dejar sus países y el temor de sufrir un accidente, robos o cualquier otro tipo de violencia.
Para poder hacer algo mejor por estas personas y que puedan recibir un trato digno, acotó la entrevistada, la población debe salir de su zona de confort y tratar de verlos y entablar un diálogo para comprender su dolor.
“Son personas que valen, vienen necesidades tanto físicas como emocionales, psicológicas, y necesitan comer algo y qué bonito que nos demos la oportunidad de escucharlos y de vivirlos porque mientras no salgamos de nuestra comodidad y no estemos frente a ellos viendo sus necesidades, siempre será lo mismo y hay que tratar, como lo tenía Chuy Torres que en gloria esté, su Centro de Día Jesús Torres Fraire, tener algo digno no sólo para el migrante sino para todo el que necesita porque su ayuda era de tiempo completo”.
Los sagrados alimentos
Aunque Irma considera que al momento existe respuesta, también sabe de cierto que para ayudar se necesitan manos para cubrir necesidades básicas como el simple hecho de darles de comer y de beber.
“Cuando llegan aquí llevan dos o tres días sin comer ni beber y eso es lo primero que se atiende. Luego les permitimos que carguen las baterías de sus teléfonos; que quieren una prenda, un suéter o una cobija, se ve luego de que comen, igual con los medicamentos que necesiten”.
Los consumibles de todos los días son huevo, arroz y frijoles. No se puede manejar un menú diario porque a veces no se cuenta con los ingredientes necesarios. Estos básicos junto con las tortillas son indispensables por que un grupo de 15 personas puede consumir hasta tres carteras de huevo y cuatro kilos de frijoles.
“¿Qué es lo que yo hago? Llego temprano y preparo sopa, arroz, frijol y un guisito si hay donación. Por ejemplo la donación que me da Laura Dávalos que me trae cada mes desde abarrotes, pollo y verdura. Si tengo pollo lo coso, lo preparo y si viene un grupo de 10, 15 o 5, que así llegan les damos el huevo con salchicha, frijoles y su salsita pero que no pique ellos no les gusta el picante”.
Después de verle la pancita llena a los niños, a los muchachos y a los adultos, Irma Leticia apunta que se llena de gozo y dice que su cansancio se lo ofrece a dios porque puede estar cerrando el comedor y entonces llegan nueve personas buscando comida y ella no puede darles la espalda.
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