En el sector Ampliación 21, al oriente de Monclova, Coahula, habitan más de 60 familias en casas de cartón, lámina y hule, donde se pueden observar en las puertas, a veces simples pedazos de tela, letreros con la leyenda: “En casa y sin comida”.
“Mucho sufrimiento, más uno que ya está grande y ya no puede trabajar; aquí estoy recogida con una nieta que yo críe, pero estoy en la calle”, dice acongojada, Amelia Ibarra Zúñiga.
La pobreza y el desempleo son en este momento la otra cara de la pandemia, en uno de los municipios coahuilenses más afectados por el covid-19. Porque en Monclova, si no mata el covid, lo hace el hambre, la desnutrición y la falta de ayuda.
Las oportunidades de trabajo son pocas. Alfonso Hernández, por ejemplo, busca salir a la calle y llevar algo de alimento para su familia. Pero no siempre consigue vender su producto; “soy vendedor ambulante, de repente ganamos y de repente no”, señala.
Las restricciones sanitarias para evitar contagios no entienden la necesidad de llevar sustento a casa, pues en las últimas semanas no para todos, el hecho de salir a vender estaba entre las actividades esenciales. Los mercados, centros comerciales, boutiques u otras tiendas que empleaban a personas fueron obligadas a cerrar durante dos meses.
Pero el hambre sigue. Por eso se dan casos como el de Vicente, un niño de 11 años que en lugar de quedarse en casa con su abuela, es enviado a lavar carros de donde lo rechazan, ya que por su edad se encuentra dentro de los grupos considerados vulnerables con riesgo de contagio. “Yo no creo en eso, es la verdad”, responde el menor.
Vicente, junto con sus hermanos, el mayor de 16 años y otro de 12, se encuentran a cargo de su abuela María de Lourdes Muñiz. “Tenemos que darles de comer a las criaturas, los niños luego se van a intentar lavar carros para comer, pero ni ahí los quieren ocupar, regresan con sus manitas vacías”, relata la mujer.
Para estos pobladores, el hambre es una pandemia más dura.
RLO