Alejados de la mancha urbana y de los beneficios que conlleva vivir en la ciudad, María Mireya Burciaga enfermó de estrés recientemente. En La Goleta en Gómez Palacio, ejido donde vive con su esposo, no faltan los servicios públicos ni el trabajo en los establos pero en medio de la pandemia sus hijas le preocupan y más aún el pensar si tienen para comer.
“De lo mal que ando sí quería descansar. Pensé que estaba contagiada, yo de hecho digo que no tengo miedo, si de eso me toca ni modo, lo que sí me da miedo es pensar en mi mamá que está enferma de artritis reumatoide y su medicamento le baja defensas. Ella no puede ir al IMSS y yo voy por ella y pensé que capaz que me traje el virus al rancho”.
Ella repite constantemente que si le toca morir espera la bendición de dios, pero le molesta el encierro en el que está viviendo. Mayela dice que el estrés se incrementa porque debe pensar en sus hijas.
“Ella acaba de llegar a la casa, no tiene bebés pero dura de a montón para venir por lo mismo, su esposo es peluquero, renta un local y ahorita con la pandemia va muy poca gente porque tienen miedo. A veces le hablo y le pregunto qué pasa, y me dice que no tiene dinero, me estreso porque pienso que mi hija no tiene ni qué comer.
“Son muchas cosas: me estreso por la otra que tiene niños, por esta que vive lejos y por la escuela de mi hija en casa que tenemos que lidiar con el internet y el pago del semestre, que deben hacer descuento porque pagas internet, no usas las instalaciones de la escuela, usas tu luz. Ahora, si dios no deja llegar nos toca la luz, el agua y el cuatrimestre de 4 mil pesos y la mensualidad de ella”.
Le afecta aumento en escuelas
Mireya dice que le aumentaron 400 pesos en la Universidad Autónoma de Durango por una credencial que emiten, pero el pago no para aunque le den clases por línea. Su hija estudia para ser contadora y es un logro extraordinario llegar a la universidad, aunque deba pagar no semestres sino cuatrimestres.
“No hay gasto corriente que justifique el pago. Con los niños hubo programas en la televisión y nos atareábamos muchísimo. Mi hija me decía que la clase del niño era a tales horas y yo diciéndole que se pusiera atento y listo, y le hacía preguntas sobre qué se trató el tema, luego les dieron fechas y entregaron tareas y ahora mi hija me dice que de nada sirvió porque a todos los niños calificaron por igual”.
Ella le da gracias a dios de que su esposo trabaja en un establo y ahí no para el trabajo. Ahí no hay días festivos porque las vacas comen y sus patrones no perdonan. Allí su marido recibe guantes, gel y cubrebocas y ella siente que está protegido.
RCM