La Jarita, ejido de Gómez Palacio en el olvido que alberga a seis familias; aún usan fosas sépticas

Tras años de tener la escuela en desuso por malas condiciones, los niños regresaron a clases, ya que se les habilitó un espacio en un hospital aledaño.

La Jarita, ejido de Gómez Palacio. | Roberto Amaya
Lilia Ovalle
Gómez Palacio, Durango /

El regreso a clases de los niños que van a la escuela del ejido La jarita en el municipio de Gómez Palacio, Durango, fue muy emotivo, ya que su escuela permaneció en desuso durante años porque el edificio se fue cayendo a pedazos. 

En el Centro de Salud se les concedió un espacio donde una maestra capacitada por el Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe), hoy ofrece los contenidos de primaria y secundaria.

Pese a este esfuerzo, el núcleo comunal está a un paso de su extinción; con calles sin pavimentar y una línea de luz general, allí se mantienen seis familias, todas con parentesco. 

El resto de los habitantes se fue a la cabecera municipal a buscar nuevas oportunidades de vida porque en el ranchito, dijo Elizabeth Ramírez Sánchez, esposa del comisariado ejidal, se mantienen abandonados y el día de reyes a los niños les tocó ver la rosca, pero en la televisión. Ninguna autoridad pensó en llevar comida o regalos al lugar.

La llamada cuesta de enero representa un arranque económico tormentoso para la clase trabajadora que durante diciembre disfrutó de las fiestas y regalos, en tanto que al iniciar el año debe pensar de nueva cuenta en estirar el gasto y volver a la rutina. Pero en un ejido donde todo es precario, lo que las mujeres consideran es que el gobierno no debe ignorarlos, aunque sea verdad que se mantienen invisibilizados.

Niños regresaron a clases utilizando el Centro de Salud. | Roberto Amaya

Con los adornos navideños aún colocados en algunas macetas, el recuento es doloroso. No hay pavimento y las familias aún utilizan fosas sépticas. La luz led acentúa durante las noches la oscuridad en que viven en una calle sin nombre en tanto que los conductores de los camiones de las maquilas que reparten a los obreros por las rancherías, pasan a exceso de velocidad sin considerar que podrían atropellar a algún niño. En La Jarita no hay canchas deportivas, apenas tres columpios que se mecen vacíos en medio de una tolvanera.

“Aquí más que nada sí nos hace falta mucha ayuda y sí pesa mucho la cuesta de enero. Aquí somos nada más seis familias con ocho niños. Entonces nosotros lo que logramos en la comunidad es tener la alegría todavía… que los niños sientan que aquí se vive la navidad y los Reyes Magos a pesar de que estamos en un rancho en el olvido, porque es el rancho más alejado de Gómez Palacio”, comentó Elizabeth.

Familias señalan que los servicios públicos son deficientes

En cuanto a los servicios públicos, ella apuntó que el agua en invierno sí la logran tener en casa, pero ya para febrero o marzo cuando comienza a sentirse el calor, el consumo se incrementa y es por ello que un camión cisterna del Sideapa debe proveerlos y llenar megatanques con los cuales deben limpiar los domicilios y lavar ropa, y también usarla para el aseo personal y el consumo humano. En cuanto a la escuela, ella misma en el pasado se hacía lonche para esperar a sus hijos en otro ejido.

“La escuela no tiene luz ni agua; no es apta para que les den las clases a los niños y por eso les dan las clases en el Centro de Salud, que apenas se abrió, yo creo que hace dos meses. Fueron muchos años que no funcionó. Yo con mi niño y mi niña de seis años, tengo ahorita una de 18 y uno de 16, yo me la pasé navegando en bicicleta o a pie hasta el ejido Morelos; era de todos los días llevarlos caminando. Ahí me la pasaba desde la mañana y hasta las dos de la tarde que salían de la escuela, yo hacía lonche también para mí”.

Ejido La Jarita en Gómez Palacio, Durango. | Roberto Amaya

Vivir de sembrar la tierra para otros

Elizabeth Ramírez Sánchez dijo que el ejido no produce. Es por ello que los hombres se emplean como jornaleros y trabajan en las labores aledañas donde riegan decenas de hectáreas cargadas de alfalfa y sorgo forrajero. Décadas atrás La Jarita tuvo una población nutrida y decenas de familias se sentían seguras porque había luminarias y hasta casetas de vigilancia en la entrada debido a que, aledaña, había una hacienda.

Incluso a falta de teatros o cines, tenían ligas deportivas de béisbol y fútbol. Pero la hacienda decayó y ahora sus ruinas se mantienen en remate. La gente comenzó a migrar a Bermejillo y Gómez Palacio. Ahora, en retroceso, las mujeres mantienen estufas de leña en los corrales porque los camiones repartidores de gas no llegan a la comunidad. Ni los de recolección de basura, motivo por el cual instalaron una fosa a la que, cuando se llena de desperdicios, se le prende fuego.

“Un doctor y una enfermera vienen una vez al mes. Nos consultan y traen medicinas que nos dejan para lo que necesitemos. La luz sólo está en estas casitas porque son las que habitamos desde el consultorio, pero antes yo lo que le pedía a la señora presidenta, Leticia Herrera Ale, que de perdida nos pusieran luz en la escuela porque todo eso está muy oscuro. Yo le pedí que nos apoyaran, que de casa en casa nos visitaran para que miraran porque sí necesitamos mucha ayuda porque estamos en el olvido”.

María Guadalupe Cabrera tiene 82 años y desde pequeña la llevaron desde Guadalupe Victoria a vivir a La Jarita. Ella recuerda que un tiempo estuvo muy poblado el ejido pero ahora la vecina de al lado es su nuera y del otro lado tiene a una hija.

“Este rancho estaba grandecito y había mucha gente. Pero ahora hay muchas casas solas y las gentes se fueron saliendo; mi hijo es esposo de ella (Elizabeth), a mi hija la tengo en la otra casa, es mi familia porque mi hija vive en la orilla del rancho. Aquí casi nadie. La basura allá para la orilla la quemamos, vamos y le prendemos fuego, por el tajo de Tlahualilo, el viejo. Para que no quede regada. No tenemos drenaje, con las fosas hacemos”.

Dona Lupita dice que mientras haya escuela para los niños y trabajo para los hombres, ellas no se moverán. Además dijo que es beneficiaria de la pensión para adultos mayores que otorga el gobierno federal. Al cobrar con tarjeta, cada vez que necesita ir por despensa paga con el plástico sin temor a perder el efectivo. Como a sus hijas o nueras, su hijo también la mueve a ella en su camioneta para comprar alimentos o el gas.

Interior de una vivienda en el ejido La Jarita. | Roberto Amaya

La educación, en el límite

Karina Trujillo es la maestra del pueblo. Originaria del ejido Morelos, a sus treinta años fue seleccionada para asumir la escuela en La Jarita, que tiene una población menor a una decena de niños y adolescentes.

Aunque ella llegó acondicionando el lugar para que los niños se sintieran a gusto, sabe que se requiere de dinero para pintar la fachada y arbolar el sitio.

“Este es en realidad el Centro de Salud. Pero nos prestaron este espacio y ellos están en la segunda pieza. La escuela necesita agua, sí hay luz pero el agua se deposita en un tinaco y debemos sacar de allí el agua para las necesidades básicas. Este lugar está chiquito, y la población de niños es muy pequeña. Yo tengo primaria y secundaria".
“Del ejido no sé mucho, pero la escuela es esa finca que está destruida. Tiene muchos años así, cayéndose y sin ventanas y los niños iban a la escuela a Morelos, pero como llegaron más niños recibieron el apoyo de Conafe”.

El problema, resumen las mujeres, es que para sus familias todo queda lejos y el gobierno, ni siquiera para pedir el voto, se acuerda de ellos. Avanzar hacia lo que llaman progreso es casi imposible pues para poder salir en las camionetas de los hombres, primero deben llenar el tanque de la gasolina. Y eso se hace con dinero y en una estación que está a kilómetros de distancia de la comunidad.

“Aquí no llegan las despensas pero deberían pensar en nuestros niños y traer una cobija o una ropita, un detalle porque son niños y están en la espera, como el día de la rosca de reyes… ellos sí piden pero pos no hay dinero. Hay tanta cosa que ven en la tele y se les antoja”, comentó Elizabeth.

arg



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