A los diecisiete años, María Guadalupe decidió casarse con José Luis. Su madre había muerto y su padre decidió tener una nueva pareja que no la aceptó. Ella entonces se aventuró a salir por vez primera de su núcleo familiar. Por fortuna José Luis ha sido un gran compañero. De la misma edad y con los mismos valores y amor por el trabajo, esta pareja cumplió ya medio siglo unida.
En el camino formaron seis hijos y todos hicieron a su vez sus propias familias. Y aunque María Guadalupe y José Luis vivían de manera independiente, tras la pandemia perdieron sus trabajos como empacadores. La depresión se alojó en Lupita quien enfermó.
Aún tiene una leve parálisis que resiente en uno de sus ojos. Los labios no los logra mover con naturalidad, situación que queda oculta detrás del cubrebocas. Ella no ha podido concluir sus terapias de rehabilitación porque sencillamente no hay dinero para eso. Aún así, dice, no ha salido del todo de la depresión.
“En este marzo cumplimos ya siete años de trabajar como empacadores. Comencé a los sesenta. Antes tuve varios trabajos, por ejemplo en Woolworth cuando tenía la cafetería, trabajé con los señores Zarzar cuando tenían una dulcería; en la Clínica del Magisterio, y tuve otros trabajos desde chica, me casé a los 17 años. Desafortunadamente falleció mi mamá, entonces mi padre se volvió a casar y pues sabes que una con madrastra nomás no, entonces por salir de la casa me casé”.
Doña María Guadalupe Rivera Luna se siente orgullosa de su esposo. Teniendo la misma edad, ella prepara empanadas y él sale a la calle a venderlas. Ella dice que en el pasado preparaban a los hijos con una visión para el trabajo. Es por eso que hasta antes de que iniciara la pandemia era empacadora en Walmart y José Luis en Al Súper. Fue justo el 19 de marzo cuando les dijeron que ya no podrían trabajar.
“Esta es casa precisamente de una de mis hijas. Nuestra casita es de renta pero con la pandemia no pudimos pagar y mi hija nos trajo para acá. Nosotros trabajamos vendiendo empanaditas, y aparte yo reciclo cartón, envases, y lavo y plancho ajeno; vienen y me traen la ropa, se las lavo y se las plancho y la recogen".
“Al principio nos dijeron que teníamos que tener nuestras manos cubiertas con guantes y ponernos cubrebocas y así íbamos, estábamos muy bien pero ya cuando nos dijeron que definitivamente no, ahí sí nos agarró de sorpresa y fue cuando nos deprimimos mucho, al menos yo más que mi esposo porque él me dijo que no me desanimara, que dios no nos iba a desamparar, pero el trabajo es también una terapia porque no te sientes como un mueble más; platicas con la gente, con los empleados y te sientes útil, al estar empacando nos sentimos útiles”.
Aunque María Guadalupe reconoce que los clientes a veces renegaban e incluso los maltrataban, el empacar no es tan sencillo como se ve y ahora confirman que no pueden siquiera abrir la bolsa. Otra actividad a la que tuvo que renunciar fue el ser catequista en el Centro Saulo.
Sencillamente no pudo sumarse a la virtualidad debido a que no cuenta con una computadora. Si algún lector se interesa en ayudarla donándole una computadora que no use y se encuentre en buen estado, puede llamar al DIF Torreón para poder hacer contacto con ella.
Necesitan volver a trabajar
Sin que los legisladores intenten impulsar una iniciativa de ley para regular este trabajo que realizan los ancianos y niños, las empresas en medio de la crisis sanitaria no han asumido una responsabilidad social con los empacadores que hoy, se mantienen en una mayor vulnerabilidad que las empleadas del hogar.
Los empacadores apuntan que algunas empresas “les regalaron” mil pesos en una tarjeta para adquirir víveres o alguna despensa al inicio de la pandemia, pero luego debieron impulsar actividades emergentes para llevar el sustento a sus hogares.
Norma Leticia Castañeda Fernández, directora de Desarrollo Humano del Sistema DIF Torreón, explicó en entrevista que después de que en marzo del año pasado las gerencias de las tiendas de autoservicio pidiera a los empacadores permanecer en casa, el gobierno municipal debió aplicar estrategias para apoyarlos.
“En cuanto al padrón de adulto mayor, se contabilizaba a mil 06 personas, pero en la actualidad son 946 personas porque algunos han fallecido por el problema de covid o por otras enfermedades. A partir de la pandemia se les ha apoyado con despensas, con kits de sanitizantes, con pollo y leche, y los empacadores que vienen y solicitan una canalización con los psicólogos o con la tanatóloga son atendidos”.
La funcionaria dijo que a los adultos mayores se les ha podido canalizar a la brevedad con las trabajadoras sociales para atenderlos en sus necesidades, porque lo que se busca es no perderlos de vista.
Contabilizar 60 defunciones en un lapso de 10 meses ha sido una gran pérdida que se relaciona con enfermedades propias de la edad, con los contagios por covid-19 pero también con la depresión que sencillamente baja sus defensas y los expone.
“El equipo de lo que son los promotores les hablan por teléfono y están al pendiente de cómo están, les preguntan qué necesitan y la respuesta de ellos es que quieren regresar a empacar tanto para solventar su situación económica como también para restablecer su terapia ocupacional”.
Aunque Norma Leticia Castañeda apunta que muchos de ellos cuenta con la beca que otorga el gobierno de la República, se insiste en sondear su condición a través de llamadas telefónicas y los promotores se concentran en hacer presencia para que no se sientan solos.
“Sí se hacen visitas esporádicamente, tenemos 10 promotores divididos en la atención del adulto mayor y en el área de menores empacadores que integran un padrón de 436 menores en las tiendas de autoservicio, ahora ya bajó como a 310; en algunas tiendas ya se integraron y son 199 menores los que están activos”.A pesar de que el semáforo sanitario pasó a naranja en la entidad, los riesgos de contraer el nuevo coronavirus persisten, particularmente ahora en los niños. En ese sentido se le cuestiona a la funcionaria si es conveniente que reinicien el trabajo.
CALE