Los muros de piedra de los edificios dañados, aquellos que fueron edificados en 1873, inmuebles que sin decir nada cuentan historias de miles de personas que pasaron por el entonces tren México-Veracruz, entonces conocido como "El Jarocho".
Hoy cercado, con una barda edificada hace no más de cuatro años, comentan vecinos, y resguardado por la Policía Industrial Bancaria de Hidalgo (PIBEH), elementos que impiden que pobladores, transeúntes y visitantes conozcan del legado ferroviario de esta comunidad de Tepeapulco, la cual en su momento fue un punto de conexión con el Estado de México (Edomex) y Veracruz.
Conocido entre algunos como "Irolo Texas", debido a la fuerte afluencia de migrantes en este punto que buscaban llegar al sueño americano, cuando “El Jarocho” tenía la tarea de transportar a miles de personas.
La comunidad de Irolo en Tepeapulco tiene pocos habitantes, poco más de mil 800 de acuerdo a los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) del 2020, pero mucha historia oculta.
Cerca de 15 a 20 minutos de Ciudad Sahagún se encuentra una pequeña desviación, un letrero oculto y poco llamativo enuncia en letras blancas “Irolo”, un camino de terracería lleva a esta comunidad hidalguense que permanece oculta entre montañas de concreto heredadas por fábricas de distintos rubros, siendo una papelera la más cercana a los hogares.
El tránsito es muy bajo, casi inexistente, camiones de volteo de alto tonelaje sortean las vialidades improvisadas de terracería, algunas lodosas por las recientes lluvias, mismas que contrastan con el verde de los campos de cultivo y pastoreo donde los locales llevan a sus borregos, vacas y otros animales de granja a pastar.
La actividad es poca, incluso la Hacienda Pulquera de Irolo, construida en 1870, ahora está invadida por tractocamiones que parecen usar el Casco de la edificación como un patio de maniobras, la industria superó a la historia, el borroso nombre “Irolo” apenas resalta del arco central donde se ve un vehículo estacionado.
Historia de la antigua estación del tren México-Veracruz en Irolo
En las entrañas de esta comunidad se oculta la antigua estación del tren de pasajeros México-Veracruz, el cual operó por 62 años, su silbido aún resuena, pero bajo la concesión de Ferrosur transporta materiales, no personas, como en su momento. Decenas de personas viven a su lado, pero pocos conocen su historia, su legado.
El primero de enero de 1873, aún bajo el mando de Porfirio Díaz, nació el Ferrocarril México-Veracruz, también llamado “El Jarocho”, un tren de pasajeros y carga que brindó servicio entre la Ciudad de México (CDMX) y Veracruz, pasando por Estado de México (Edomex), Hidalgo, Tlaxcala y Puebla; en su momento operado por Ferrocarriles Nacionales de México, desde 1937 por decreto del presidente Lázaro Cárdenas, hasta la descentralización de la red ferroviaria nacional en 1995 y subsecuente extinción de la paraestatal Ferrocarriles Nacionales de México en 2001, cuando vuelve a ser operada por una compañía extranjera, Canadian Pacific Kansas City.
El último viaje de este coloso que brilló durante la época de oro de Ferrocarriles Nacionales de México, salió del Puerto de Veracruz y concluyó de regreso a la estación de Buenavista (CDMX) el 18 de agosto de 1999.
¿Cómo es el estado actual de la estación Irolo?
Hasta hace unos años, cuatro para ser precisos, aún se podía admirar las edificaciones de este tren, el letrero viejo y oxidado “Irolo” al frente de la estación, la cual cuenta con sólo un andén para los pasajeros y dos vías de circulación del tren, ahora utilizados para transporte de carga.
En la actualidad bardas perimetrales resguardan el inmueble histórico, el cual incluso cuenta con un registro del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), registro 130610120001, una clave de ubicación ferroviaria S-0078, y de acuerdo a la dependencia federal se mantiene como parte de la ruta troncal con terminal del Valle-Veracruz; en cuanto a las edificaciones complementarias a la estación enlista: bodega, muelle de carga, escape, casas de sección y selectivo; incluso la sede es considerada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) patrimonio ferroviario de México.
Desde 1999 que cesó el servicio de transporte de pasajeros en este punto, la estación Irolo pasó a manos de Ferrosur, empresa dedicada al transporte de materiales en el centro y sureste de México, aunque MILENIO acudió a la antigua estación para confirmar las condiciones en las que se encuentra actualmente, los elementos de la Policía Industrial Bancaria de Hidalgo (PIBEH) impidieron el paso, no solo del equipo de este medio, sino en general de la gente.
Incluso los vecinos advierten a los visitantes que buscan conocer este punto que será imposible pasar. Un portón verde, descuidado, gastado es el portal a la historia. Cada golpe en su estructura metálica hace eco en el recinto ferroviario, no hay respuesta. A los pocos minutos se acerca un automóvil rojo, un joven conduce y emite un saludo amigable. No conoce la historia, condiciones o algo significativo de la estación, “yo sólo vengo a traer y recoger personas a la estación. Es para lo que me pagan, no conozco nada más del lugar”, sentencia.
Ante unos cuantos sonidos de claxon el portón verde se abre de par en par, tres elementos de la PIBEH se postran en el pequeño espacio, permiten el paso del vehículo, pero dejan ver un poco de las condiciones del recinto. El edificio principal, bodega, muelle de carga y las casas de sección se encuentran en abandono total, utilizados por los guardias de seguridad. Su labor es de resguardo, confirman que la empresa que los contrató fue Ferrosur; desconocen si el INAH realiza trabajos de conservación, se limitan en sus comentarios y buscan a toda prisa cerrar nuevamente el portal a la historia, se despiden y el legado vuelve a la tumba.
¿Se puede ver la antigua estación?
Una persona que carga con una carretilla sale de un inmueble pequeño, edificado recientemente junto a la barda que impide ver la estación de tren:
“Si quieren ver un poco más pueden seguir unos metros más, ahí donde acaba el camino de terracería están las vías, pueden cruzar del otro lado, como si fueran al panteón, de ahí se ve un poco más la estación, pero del otro lado también pusieron la barda”, expresa.
Irolo dista mucho de sus años de gloria, al menos lo que se puede apreciar, bardeado con alambre de púas y vigilancia constante, a sus espaldas se erige a la distancia el panteón municipal, el camino que lleva a este camposanto permite ver un poco de las vías y a lo lejos los inmuebles, lo único que pueden ver los pobladores y visitantes, pero la historia sigue y algunas personas aún recuerdan el silbido del tren, no el de carga que los interrumpe el sueño, sino aquel que los llevaba a Veracruz, Puebla, Tlaxcala, ese que llamaban “El Jarocho”.