La danza al ritmo del tambor y el violín, del sonar de los huajes y de los pasos marcados por los huaraches se abrieron paso hasta el altar del Diviño Niño a quien le cantaron las mañanitas con gritos que se han fusionado con el ritmo de la cumbia colombiana en la colonia Parque Hundido de Gómez Palacio, donde María Victoria Ramírez desde hace 15 le rinde culto al niño Jesús a quien le pidió naciera con vida su cuarta hija.
“Yo ya tengo más de quince años haciéndole reliquia porque yo me ponía muy mala; hace 15 años en mi embarazo me dio la diabetes y me puse muy mala y por eso prometí hacerle su reliquia cada año al Divino Niño, que en la preparación de la reliquia sólo estamos mis hijos, mi esposo y yo”.
En la gestación de Yoseline, su cuarta hija, María Victoria debió ampararse a un ser divino, pues los doctores le diagnosticaron preeclampsia, complicación caracterizada por presión arterial alta y signos de daños en otro sistema de órganos, más frecuentemente el hígado y los riñones. Generalmente, la preeclampsia comienza después de las 20 semanas de embarazo en mujeres cuya presión arterial había sido normal.
“Sí me vi muy mala, pero de ahí prometimos que si las cosas salían bien, le hacíamos su reliquia al Divino Niño cada año porque duré aproximadamente una semana en el hospital, me controlaron la presión y ya me hicieron la cesárea”, comentó.
La preparación de la reliquia inicia cuando todavía no hay luz de día y si bien la señora María Victoria dijo que su familia hace un ahorro durante todo el año para cumplir con la promesa, las vaporeras con las siete sopas ya están listas cuando ella todavía mueve dentro del perol los 70 kilos de carne de cerdo que servirán en el asado.
“Fueron 70 kilos de carne para este año porque el año antepasado hicimos 50; el año pasado no la hicimos por la pandemia pero este año hicimos un poquito más porque cada año viene más gente, ya se hizo una tradición. Rezamos a las dos, terminamos de rezar y empezamos a repartir. Como a las cuatro y cuatro y media ya terminamos”.
Mientras ella continuaba en las labores de la cocina, los jóvenes y niños que integran la Danza Teban llegaron marcando el ritmo cantando las mañanitas en el altar del Divino niño, seguido, literal, por el Pávido Návido al estilo de Valentín Elizalde.
Se trata de una colorida danza de plumas y mantas atadas al cuello con la imagen de la virgen de Guadalupe. Tanto hombres como mujeres portan camisa blanca y faldones de múltiples colores, mismos se mueven y avanzan al ritmo de la música demostrando respeto frente al altar al cual llegan para cumplir con una parte fundamental de este encuentro comunitario donde se comparte la fe, la música y una comida que dura hasta que las enorme cazuelas se vacían por completo.
EGO