Edificada en el siglo XVII, la ex hacienda de San Juan Raboso, localizada en el municipio de Izúcar de Matamoros, floreció por su alta producción cañera; no obstante, hoy se encuentra en ruinas y solo es posible ver unos cuantos paredones.
Su primer propietario fue Alonso Raboso de la Plaza, quien fue el Alguacil Mayor de Puebla de los Ángeles. Sus ganancias sirvieron para dar vida al convento de Santa Rosa, ubicado en la Angelópolis.
“Su hijo fue sacerdote y su hija monja (...) por eso su padre fue el principal patrocinador del convento”, destaca el arqueólogo Raúl Martínez Vázquez, cronista del municipio enclavado en la región suroeste del estado de Puebla.
El historiador menciona que la siembra y cosecha de caña en la región inició aproximadamente en la segunda mitad del siglo XVI, porque las condiciones fueron favorables, lo que detonó el desarrollo de las consideradas fábricas de azúcar en la zona: “Están detectadas 19”.
La de Raboso constaba en su área habitada de tres hectáreas, en las que se localizaban la casa del patrón, caballerizas y un templo. En su parte industrial, un acueducto, el trapiche, extensas bodegas, los chacuacos y un área para la producción de alcohol. El acueducto era alimentado por el río Atotonilco.
Raúl Martínez Vázquez narró que con su propia planta de luz y un ramal del ferrocarril se permitió la distribución del azúcar, por lo que se le consideró la segunda hacienda azucarera más importante:
“El ferrocarril llegó a Izúcar en 1890. Los principales promotores fueron los hacendados. Algo importante es que cada una hizo su propia vía (...) la de Raboso cruzaba la ciudad”.
En ese sentido, comentó que las haciendas fueron las primeras en tener electricidad en la región, reflejo de contar con los avances tecnológicos de finales del siglo XIX.
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En el área industrial había sobre una base una grúa para transportar hasta el final del acueducto la caña para su molienda en el trapiche. Después, estaba la caldera y su chimenea de salida. Ahí se ponía a cocer el jugo. Luego éste se procesaba para hacer el azúcar. El sobrante de la molienda se empleaba para la elaboración del alcohol.
“Todo lo que quedaba de la caña servía para destilarlo y convertirlo en alcohol. Nunca las haciendas le dieron mucha importancia al alcohol, aunque hacían aguardiente, pero no en una cantidad grande. Era un subproducto”, dijo el cronista.
Ese espacio tenía su propio chacuaco y en él hay una placa donde se nota: año de 18()7:
“Le falta un número. No ha sido posible descifrarlo”, dijo. El templo fue ocupado para el culto hasta 1973 cuando registró los estragos del sismo que tuvo como epicentro Ciudad Serdán. La cúpula se colapsó.
Uno de los llamativos del recinto, son sus columnas de cantera y su techo del siglo XIX, llamada bóveda catalana, una combinación de rieles y ladrillos. “ Aquí no hay esas piedras, sino calizas, lo que refleja su poderío económico”. También atrae la rueda del molino que por su peso tuvieron que dejar.
Otro de sus dueños fue Mateo Vicente Musitu y Zalvide-Goitia “por ahí del año 1780 y de él se cuentan muchas leyendas, entre ellas, que obtuvo su fortuna tras hacer un pacto con el diablo”.
Después, la familia Maurer, originaria de Atlixco, fue su propietaria e implementó un esquema más productivo:
“Ellos fueron dueños de Raboso más o menos entre 1916 y hasta los años 30 cuando se la ceden por un adeudo a Williams O. Jenkins por un préstamo (predatorio)”.
El estadounidense fue quien determinó que dejara de aplicarse el modelo de pequeñas industrias azucareras y concentró todo en Atencingo, por lo que se creó el ingenio con el traslado de toda la maquinaria de las haciendas:
“Hasta que llega el momento que son abandonadas y por eso están así, en una ruina. Él determinó el modelo que sigue estando vigente. La gente sigue sembrando caña”.
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Ex hacienda debe su nombre al apellido de su propietario
A 15 kilómetros de la cabecera municipal de Izúcar de Matamoros se localiza la ex hacienda de San Juan Colón, cuya extensión fue de dos hectáreas, sin embargo, el latifundio llegó hasta Huaquechula, un corredor de casi 8 mil hectáreas. Destacó por la producción de caña de azúcar y aguardiente.
Detrás de sus paredes se notan los restos de la fábrica de azúcar del siglo XVII. Su primer propietario fue don Juan Ramírez Regalado, en 1609. Se estima que este predio tuvo, por los menos, siete dueños.
En 1875, don Vicente de la Hidalga la amplió y remodeló. En 1903 este ingenio tuvo una producción récord de mil toneladas de azúcar en panes, tipo marqueta.
Al morir don Vicente, en 1924, su viuda vendió el ingenio a Williams Óscar Jenkins, así como el de San Felipe Rijo y el de San Lucas Matlala, que también eran de su propiedad.
Estos espacios tienen su nombre porque en algún momento, uno de sus propietarios se apellidó Colón, aunque por un tiempo también fue conocida como la hacienda de los Padres.
Siguiendo la usanza de la época, el predio estaba dividido en la zona habitacional y la fábrica para lo cual instalaron el acueducto y los chacuacos, en uno de los cuales cuelga un marro antiguo, así como una vía del tren, de la cual también solo quedan los restos.
El acueducto, fabricado con ladrillo y piedra caliza, era alimentado por el río Ahuehueyo, llamado así por los numerosos ahuehuetes a su alrededor. Su altura es baja y le dejaron un hueco en el centro para aligerar la carga, además de darle un toque diferente al diseño.
Esta, como el resto de las haciendas de la zona, siguió un mismo patrón en su esquema, pero se le colocó en el patio trasero un espacio lúdico, que incluyó un laguito artificial y en el centro de éste una casa de muñecas, un espacio donde jugaban los hijos del hacendado o del administrador.
También llama la atención que en una de las áreas se localiza lo que llaman la chimenea de juguete, pues a diferencia del resto que siguen en pie en la región, esta es de una dimensión mucho menor.
Contrario al resto del inmueble, donde el paso del tiempo y los sismos le cobraron factura, la Iglesia de estilo neogótico está intacta y es empleada en las festividades católicas por la comunidad. Su santo patrono es San Juan Bautista.
Esta fue construida a principios de 1600 y a mediados del siglo XIX fue remodelada con el estilo representativo arquitectónico propio del arte gótico medieval. Se le agregó la fachada, donde principalmente muestra arquivoltas, molduras que forman una serie de arcos concéntricos decorando el arco de las portadas; y torres con ajugas o picos.
“Ya existía una iglesia previa, pero le hacen una gran remodelación arquitectónica. Estamos hablando en los auges del Porfiriato y entonces estaba de moda que la gente se trajera los modelos de Europa para vestir, joyería y arquitectura. Era la moda, que le decimos los estudiosos de la arquitectura, los estilos historicistas, es decir, elementos góticos o románicos, que se traen de Europa, pero obviamente esto no embona aquí, por eso se le llama historicistas porque no son parte de la historia de México”, dijo el cronista.
Asimismo, señaló que el 11 de diciembre de 1881, monseñor Leandro Treviño arribó desde la capital de Puebla para consagrar el templo. En la puerta del edificio está inscrito el año junto con un cordero. Destacan los vitrales originales, emplomados en color azul, que se estima son franceses o españoles.
La capilla contó con un reloj cuya caratula alguien se robó. Por las campanas que existen se sabe que fue fabricado por la empresa alemana-judía La Esmeralda Hauser-Zivy.
Cabe señalar que el recinto religioso sufrió daños en el sismo del 2017 y una parte de su recuperación está inconclusa por parte del INAH.
En la parte trasera se localiza la puerta de campo y en ese sitio hay un puente que combina en su construcción piedra caliza, piedra bola y ladrillo. Se trata de un arco rebajado que sigue dando paso a los lugareños.
En 1914, en este sitio se enfrentaron el ejército federal y las fuerzas zapatistas, lo cual derivó que la hacienda fuera abandonada y después adquirida por un particular.
Actualmente su dueño es un morelense ligado a la industria de la construcción, quien ya empezó a delimitar su propiedad, desconociéndose cuál será la ocupación que le dará. Vale decir que el predio quedó dividido por el camino comunal.
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