'La Piel Roja' en Tehuacán, leyenda de una joven decepcionada del amor

Quienes la recuerdan, la describen joven, con un vestido pegado, cubierta con un mantón y altísimos tacones; así la verían en el Parque Juárez hasta el fin de sus días.

Parque Juárez de la ciudad de Tehuacán. (Andrés Lobato)
Rafael González
Puebla /

En los años treinta del siglo pasado, sentada en una banca del Parque Juárez de la ciudad de Tehuacán, Puebla, justamente frente a La Lonja; o caminando en el barrio del Carmen, en la llamada zona roja de esa localidad, era posible ver noche tras noche a una joven mujer.

Quienes la recuerdan, la describen con un vestido pegado, cubierta con un mantón, altísimos tacones de aguja y con el pelo negro de mediano tamaño con un fleco sobre la frente.

Desde entonces y hasta el fin de sus días, en julio de 1952, pintó sus mejillas con exceso de un llamativo tono rojo. Por esa peculiaridad quienes la divisaban la llamaban con el sobrenombre de “La Piel Roja”, mismo que poco a poco se hizo del dominio público.

Aunque se desconoce bien a bien qué la orilló a dedicarse a la prostitución, nació la leyenda que todo se originó por la llegada de una mujer a la entonces pequeña y apacible ciudad, que en aquel entonces recibía innumerables enfermos de males hepáticos quienes buscaban curarse tomando de sus aguas minerales.

En esa época la mayoría de los vecinos se conocía y saludaba, por lo que era fácilmente identificar a los visitantes.

Narran que por esos años vivía en céntricas calles un joven matrimonio, que aunque de condición económica modesta, parecía muy feliz. Como era costumbre de la época, ella se dedicaba a las labores del hogar, y él era un trabajador en una casa de huéspedes.

A dicho sitio llegó un día a hospedarse una joven mujer, a quien su médico le había aconsejado para aliviar de sus cólicos hepáticos, ingerir diariamente dos litros de agua de los manantiales de Tehuacán, lo que le ayudaría a deshacer las piedras de la vesícula.

Queriendo hacer amigos, la visitante empezó a entablar largas charlas con el joven empleado de la casa de huéspedes. Incluso fue habitual verlos acudir a los manantiales para tomar la milagrosa agua.

Dicen que una cosa llevó a otra, de la amabilidad de un empleado hacia un huésped, siguió la simpatía y casi sin darse cuenta estaban envueltos por una atracción mutua que no tardó en convertirse en una pasión arrolladora.

Al correr los días y sintiéndose mejor de salud, la fuereña anunció su despedida, a la par que en un arrebato derivado de su interés por el joven mozo, le propuso irse con ella. El muchacho sin pensarlo le dijo que sí.

Llegado el día ambos abordaron el tren que los acercaría al sitio donde podrían amarse libremente.

Cuando la joven esposa descubrió lo ocurrido cayó en una profunda melancolía de la que ningún razonamiento pudo sacarla. Dejó de comer, dormir y arreglarse. El abandono fue tal que sus cercanos empezaron a preocuparse por su salud.

Hasta que un día, después de una mala noche de insomnio, se alistó, se puso su mejor vestido y se maquilló. Como no tenía tal costumbre usó carmín de más en sus mejillas. Fue así como se integró a la zona roja de la ciudad.

Quienes la conocieron, indicaban que lo había hecho despechada y decepcionada porque su esposo no había sabido valorarla como una mujer honrada.

Pasó durante años por todas las penurias, abusos y cuanto trae aparejado este oficio. Pasó de mano en mano creciendo cada vez más su dolor hasta que un día se sintió muy enferma del cuerpo, porque del alma estaba muerta hacía mucho.

Ella misma se internó en el Hospital Municipal, adonde la muerte piadosa la sorprendió. Para esos momentos sus familiares y amigos se habían alejado y olvidado de ella, por lo que fueron almas piadosas las que le dieron sepultura.

Esta leyenda, a la que se le realizó modificaciones del original, se encuentra publicada en la obra Leyendas, Tradiciones y Consejas Populares de Tehuacán, de Guadalupe Martínez Galindo.

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