• Cuando la fe suena a tambor: el Día de la Virgen y la historia viva de los matachines en el Noreste de México

  • En pueblos y colonias de La Laguna, la danza de los matachines mantiene vivo un sincretismo que une fe, memoria y tradición comunitaria.
Torreón, Coahuila /

En la región de La Laguna, territorio compartido por Durango y Coahuila, la danza de matachines, también conocidos en otras regiones como matlachines o matlatzines, es mucho más que un vestigio de la fusión de lo prehispánico con lo católico, que tiene un mayor foco durante las celebraciones a la Virgen de Guadalupe.

En pueblos, ejidos y colonias, en las que MILENIO estuvo presente, el sonido de los tambores y el tintineo de los cascabeles evocan algo que atraviesa siglos: la unión entre fe, memoria y comunidad.

Aquí, la danza no es únicamente una ceremonia, sino un pilar cultural que sobrevive a los cambios generacionales, que teje identidad y que confirma el sincretismo que distingue a esta zona del noreste de México.

Migrantes, haciendas y devociones que echaron raíz

De acuerdo con especialistas locales y registros culturales elaborados para la región, el arraigo de los matachines en La Laguna se consolidó sobre todo en el siglo XX, cuando miles de migrantes provenientes de estados como Zacatecas, Aguascalientes y San Luis Potosí llegaron para trabajar en haciendas, campos agrícolas o comunidades rurales en expansión.

Estos grupos trajeron consigo sus imágenes religiosas, sus formas de rezar y las danzas con las que celebraban a la Virgen de Guadalupe, a San Judas Tadeo, a la Santa Cruz o a diversos santos patronos.

En este proceso de adaptación al entorno lagunero, las danzas se fortalecieron hasta convertirse en instituciones comunitarias. Lo que antes pertenecía a un conjunto de danzantes, con el tiempo se volvió identidad de barrios enteros, de capillas, de ejidos o colonias que asumieron la danza como parte de su patrimonio espiritual.

En localidades rurales de Durango y Coahuila, las peregrinaciones actuales confirman la vigencia de esta tradición que se niega a desaparecer, pues las nuevas generaciones aprenden a danzar y tocar los sones.

Matachines. (Verónica Rivera)

Estilo lagunero: una identidad propia

Aunque el origen histórico de los matachines está relacionado con danzas europeas, como las moriscas o las danzas de espada documentadas desde el siglo XVII, en La Laguna esta tradición adoptó una personalidad inconfundible. Los trajes, los pasos y la música se adaptaron al paisaje, a las comunidades y a sus devociones particulares.

En muchos grupos tradicionales, los danzantes utilizan camisa roja de satín o popelina, calzón a media pierna, medias, huaraches, nagüillas adornadas con carrizos, cuentas, espejos y cascabeles. Portan además sonajas de huaje, arcos y flechas simbólicas, herencia de un antiguo estatus de “guerrero ritual”.

Las coreografías incluyen figuras muy propias de la región, como los “cruzamientos”, las “serpentinas” y los “ondeos”, que varían según el grupo y la ocasión.

La música también mantiene un equilibrio particular entre tradición y adaptación: el violín y la tambora continúan siendo los instrumentos fundamentales, aunque en algunas danzas se integran acordeones o teclados para ajustarse a los recursos de cada comunidad. Esta combinación, lejos de diluir la esencia, permite que la danza se mantenga viva, cercana y accesible.

Las danzas se fortalecieron hasta convertirse en instituciones comunitarias. (Verónica Rivera)

El mestizaje en movimiento

La versión lagunera de los matachines es fruto directo del mestizaje. Al legado colonial europeo se sumaron elementos de comunidades indígenas que habitaron esta zona durante siglos. De ese encuentro surgió una danza cargada de simbolismos, donde el ritual, la resistencia cultural y la devoción religiosa se entrelazan con fluidez.

El investigador regional Juan Ernesto Jurado Osuna describe esta tradición como una manifestación que “vive en la herencia, la memoria y la migración”.

Cada grupo, explica, incorpora variaciones según su historia, su ambiente y la espiritualidad que lo guía. Así, la danza se convierte en un organismo vivo, que respira y se transforma de acuerdo con las comunidades que la practican.

Este carácter dinámico explica por qué, a pesar del paso del tiempo, la tradición continúa expandiéndose. En municipios laguneros como Lerdo, Gómez Palacio, Torreón o Matamoros, son decenas las danzas que año con año participan en peregrinaciones, procesiones y fiestas patronales, integrando a niños, jóvenes y adultos mayores en un mismo acto ritual.

La versión lagunera de los matachines es fruto directo del mestizaje.(Verónica Rivera)

Las voces de la tradición

María Inés Ibarra, coordinadora del grupo Cuatlicue Tonatzin, lleva 25 años danzando y hoy en día acompaña a tres generaciones de su familia. Originaria de Villas de la Merced, recuerda que su madre fue una de las fundadoras, junto con el director general Ezequiel Romero.

“Yo empecé a los 8 años. Ahora somos un grupo de 20, sin apoyo de nadie. Las niñas que vienen son mis nietas. Los niños también son bienvenidos, pero requieren más responsabilidad. Todo lo hacemos nosotros: los trajes, la pintura, los diseños”, explicó a MILENIO.

Los precios de los trajes varían según la complejidad: uno sencillo cuesta cerca de 500 pesos; uno muy elaborado puede superar los 7 mil o 10 mil.

Las plumas, asegura, son fundamentales porque representan el avance del danzante: “Cada batalla te da una plumita. El copal tiene un valor espiritual enorme”.

La danza, para ella, es oración: “Nosotros rezamos con los pies. El sahumador lleva nuestras oraciones a mi Padre Santísimo. El caracol abre los cuatro vientos y limpia el camino”.

Las plumas son fundamentales porque representan el avance del danzante. (Verónica Rivera)

Los jóvenes que heredan la música

En el barrio de Ejido Ana, el grupo Los Misioneros reúne a jóvenes que han encontrado en la danza una forma de disciplina, fe y aprendizaje autodidacta.

Alejandro, de 16 años, interpreta el violín; Luis Gerardo, de 20 años, toca la tambora, ambos con mucha devoción por la Virgen de Guadalupe.

“Aprendí violín viendo. Algunos sones vienen de canciones populares: huapangos que se adaptan a violín y tambora. Ensayamos todo el año, tres o cuatro veces al mes”.

El color morado del grupo responde a decisiones internas. Y, aunque apenas llevan tres años con la formación actual, la danza original tiene mucho más tiempo en Rancho de Ana.

Cada integrante fabrica su propio traje. (Verónica Rivera)

Una tradición que empieza desde un año de edad

En la Nueva Aurora de Torreón destaca la danza José Ortiz López, que suma siete años de historia y cuyos integrantes van desde un bebé de un año ocho meses hasta adultos de 35.

“El grupo nació porque la gente se juntó sola. Somos unos 30 danzantes. Todo se hace con devoción a la Virgen de Guadalupe. A mí sí me ha hecho milagros, especialmente en la formación del grupo”, comenta Luis Gerardo Ortiz Álvarez, quien cumple su manda con bastón después de una complicada enfermedad.

Cada integrante fabrica su propio traje y el grupo se caracteriza por el uso de colores rojo, amarillo y verde; solo van con la tambora y la melodía la hacen con los huaraches.

La Laguna, al ritmo de los matachines: tradición, fe y comunidad (Verónica Rivera)

Una tradición que respira y camina

En La Laguna, la danza de los matachines no es espectáculo ni acto turístico: es un sistema de transmisión cultural que involucra fe, familia, oficio y memoria.

En cada peregrinación, en cada calle polvosa de un ejido, en cada barrio que prepara su capilla, la danza sigue recordando que esta región fue fundada por migrantes, haciendas, pueblos indígenas y una devoción que nunca ha dejado de moverse.

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El resultado es una tradición que se reinventa sin romper su esencia; que se hereda sin imposición; que se practica para agradecer, pedir, sanar o simplemente permanecer.

Y, mientras haya quien toque el tambor, quien ensarte cascabeles, quien pinte un traje o quien enseñe un paso nuevo con la fe católica, La Laguna seguirá escuchando el corazón de sus matachines.

e&d

  • Alejandro Castañeda Alvarado
  • Reportero de a pie; egresado de Ciencias de la Comunicación de la FCPyS -UAdeC. Criado entre La Laguna y Zacatecas; hincha de Santos, músico frustrado y contador de historias desde la trinchera del periodismo.

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