Iglesias en Michoacán resisten balas del narco, pero no ausencia de feligreses

El padre Isaac Barajas cuenta que la última vez que los sicarios profanaron un templo quedó prácticamente destruido por las ráfagas de los cuernos de chivo.

Siglas del CJNG se encuentran en las paredes. (José Antonio Belmont)
José Antonio Belmont
Michoacán /

La parroquia de San José Obrero resistió el calibre 50 del narco, pero cuando las balas ahuyentaron a su feligresía, no pudo más y, tras 60 años, ahora tendrá que cerrar.

Y es que en la cuna de Nemesio Oseguera CervantesEl Mencho, líder del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), en la Tierra Caliente de Michoacán hasta la Iglesia es víctima del crimen organizado.

El padre Isaac Barajas cuenta que la última vez que los sicarios profanaron el templo, quedó prácticamente destruido por las ráfagas de los cuernos de chivo.

Ese día incluso usaron “bombas” al interior de la parroquia y destruyeron la pila bautismal de piedra, según recuerda el religioso encargado desde hace cinco años de ésta, la única iglesia en San José de Chila.

“Aquí me ha tocado bailar con la más fea”, dice el sacerdote.

Para los sicarios, este templo es estratégico por la ventaja que da la altura del campanario, donde además de descargar la lluvia de balas, también pueden resguardarse detrás de un par de columnas y de las campanas de concreto que a la fecha tienen varios orificios de bala.

Las huellas de la guerra entre el CJNG y los cárteles Unidos de Michoacán también quedaron en la imagen de la Virgen de Guadalupe y en el techo de lámina de la parroquia.

Incluso, algunas ventanas todavía no tienen vidrios desde que se reventaron cuando explotaron las minas artesanales que los sicarios sembraron en las calles.

Fue tal la deshonra en esa ocasión que el propio Obispo de Apatzingán, Cristóbal García tuvo que venir a esta ranchería para hacerle “un acto de desagravio” al templo de San José Obrero.

Pero este fue solo un capítulo de todo lo que ha pasado en esta parroquia, lo que quizá no ha ocurrido en alguna otra, y es que durante años el narco prácticamente la secuestró.

“El templo fue víctima de los maleantes, fue su fortín, su madriguera”, lamenta el padre Isaac.

No hay feligreses

Cuando el Ejército entró a estas comunidades serranas hace seis meses, la parroquia de San José de Chila dejó de ser un búnker para el narco y regresó la paz a la región.

“El gobierno tomó la decisión de que ya no se estuvieran burlando de ellos (…) ahora la gente de la violencia está como desaparecida, son fantasmas”, afirma el párroco.

Pero ahora él y su templo enfrentan una nueva problemática: los cientos de pobladores que huyeron por la violencia, muchos a Estados Unidos, no han regresado a estas rancherías que, en los hechos, son pueblos fantasma con calles de terracería vacías, casas abandonadas, incluso algunas todavía marcadas con las siglas del CJNG, otras más, y hasta escuelas, con las marcas de bala de grueso calibre en sus paredes.

“Lo que quería la gente era salvar la vida y a su familia, ya sin importarle todo lo que se quedaba”, evoca el sacerdote.

El padre Isaac calcula que en San José de Chila deben haber unas 15 familias con dos o tres integrantes máximo; y a la misa de mediodía del domingo en la parroquia de San José Obrero llegan entre 25 y 30 feligreses.

“Si lo comparamos con otros pueblos es poco, en El Aguaje, por ejemplo, que es un pueblo que se volvió fantasma pero ahora está como reviviendo, llegan 80 a misa, se llena el templo, se ve mucha diferencia”, explica.

Esto ha hecho imposible cubrir las necesidades de todo lo que conlleva un templo y más uno usado por el narco como parapeto. “¿Se acuerdan del último enfrentamiento que les conté?”, remite el padre Isaac. “Costó 60 mil pesos reconstruirlo, resanarlo y pintarlo”.

Por lo que la decisión está tomada: a mediados de agosto la parroquia de San José Obrero se quedará sin un sacerdote de planta y solo abrirá los domingos cuando vendrá el padre Patricio Madrigal de El Aguaje para exclusivamente oficiar misa de 12.

“No es lo mismo vivir aquí que venir a una misa”, exclama.

Esta decisión no sólo afectará a San José de Chila como sede parroquial sino a varias comunidades que también atendía el padre Isaac Barajas y que ahora tampoco tendrán un sacerdote cerca.

La más cercana, sólo separada a unos cuantos metros por un río, es Naranjo de Chila, municipio de Aguililla, ranchería donde nació Nemesio Oseguera.

“Que dios los ampare aquí porque no va a haber un sacerdote que esté día y noche”, clama la señora María de Jesús, quien apoya al padre Isaac como secretaria, sacristana y hasta cocinera.

Marichuy, como la conocen en la región, se fue a vivir a Naranjo de Chila para trabajar a cambio de una pequeña remuneración en la parroquia de San José Obrero con el padre Isaac.

“Estoy preocupada porque voy a quedar desempleada”, dice con pesar. “¿Qué voy a hacer? Pues yo creo que también irme, regresar a Apatzingán de donde vengo y ahora hay que ver cómo salir adelante”.

Hace unos días, habitantes de San José de Chila fueron a hablar con el obispo de Apatzingán para tratarlo convencer de que no los dejara sin un sacerdote de planta, pero no hay vuelta atrás en la decisión y es que tampoco hay religiosos suficientes para todas las parroquias de la Diócesis.

El padre Isaac Barajas adelanta: “Ya hay otras comunidades que están en peligro de quedar sin sacerdote”. 

ledz

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