Sudoración en manos, voz seca y ataques de pánico ha sufrido Karen durante el proceso de enfrentar que toda su familia se contagió de coronavirus en 11 días y, que enfrentó sola, pues las autoridades sólo realizaron una llamada de seguimiento.
Karen, de 30 años, no solo experimentó dolor intenso de cabeza y de cuerpo, pérdida del sentido del gusto y del olfato, cansancio extremo, síntomas comunes en covid-19, sino también la pesadilla de enfrentar pensamientos recurrentes de muerte, de miedo ante la posibilidad de abandonar a sus hijas y de perder el control, ya que en solo 11 días toda la familia se contagió.
“Es horrible. Tenía mucho miedo a la muerte. Todos los días, constantemente. Es traumático”, explica Karen en entrevista con MILENIO tras recordar que en una ocasión le hablaron para decirle que vaya al hospital en caso de problemas de saturación. No hubo más de las autoridades.
Sergio, su esposo, hombre sano de 28 años y encargado de una obra de construcción, presentó el domingo 3 de enero los primeros síntomas, dolor de cuerpo y cansancio extremo. Al siguiente día se despertó con fiebre, dolor intenso de cabeza y con escurrimiento nasal.
En la línea de emergencia habilitada le recomendaron acudir a un kiosko donde se hacen pruebas rápidas de coronavirus gratuitas, la cual arrojó un resultado positivo; sin embargo, Karen no fue diagnosticada con coronavirus.
Tras recibir los resultados, llevó a su marido a casa porque los centros de salud y hospitales estaban saturados. No había suficientes médicos para tantos pacientes; mientras su marido seguía ardiendo en fiebre.
Karen aceptó el consejo del amigo médico de su madre, que le recetó azitromicina, oseltamivir, paracetamol, aspirina y un antibiótico. Sólo en ese tratamiento gastaron más de 1 mil 300 pesos. Como Karen salió negativa, la decisión fue aislar a Sergio en un cuarto de su pequeña casa.
Sin embargo, Karen debía entrar a suministrarle comida y medicamentos porque su marido estaba demasiado débil. Solo tres días después de salir negativa, el jueves 7 de enero, Karen recuerda: “amanecí con dolor de cuerpo muy fuerte, como si me hubiera pasado un tren encima.
“Perdí el olfato y el sentido del gusto; comencé a sufrir dolor de cabeza intenso” y el sábado 9 de enero, “desperté con dolor en todo cuerpo, con cansancio extremo; me sentí muy decaída, además, sigo teniendo visión borrosa. No podía hacer nada”.
Volvió a hablar a Locatel, mandó mensaje SMS con la palabra covid19 al 51515 y recibió su folio. Solo recibió como recomendación efectuarse, de nuevo, la prueba.
“Marqué a Locatel y me dijeron que los sábados y domingos también hacían pruebas en los kioskos; sin embargo, fui a Estadio Azteca y a un centro de salud, pero ninguno estaba dando servicios. Tuve que irme a un médico particular”.
Le hicieron una prueba rápida en un consultorio de la colonia, por un costo de mil pesos, incluyendo 200 pesos de la consulta. Salió positiva y, el médico particular, prácticamente recetó la misma lista de medicamentos recomendados a su marido.
Localizar el tratamiento y, luego juntar para comprarlo, comenzó a convertirse en un problema severo debido a la falta de dinero de la familia, ya que su marido solo cobra por trabajo realizado.
Karen es una mujer centrada y mantiene bajo control su trastorno obsesivo compulsivo. Sin embargo, comenzó a exacerbarse su problema mental con temores recurrentes de pérdida, de pensamientos negativos. A veces no podía controlarse y gritaba a todo pulmón.
El contagio de su hija Valeria, de 9 años, aumentó su malestar emocional. La pequeña presentó dolor intenso de cabeza, de pecho y espalda el 11 de enero. Los ataques de ansiedad chocaron son la sintomatología de Karen. Se sentía en extremo cansada a causa del covid-19, pero solo dormía cuatro horas en periodos, una hora seguida, despierta una hora y media después, y así a diario.
Volvió a marcar a las líneas de ayuda. Pero nadie contestó. No había respuesta del otro lado. Pacería que el sistema telefónico colapsado. Karen empezó a experimentar sudor en las manos, voz seca, falta de sueño, tampoco comía nada. Tenía terror de abrir la puerta donde su madre le dejaba lista la comida.
El miércoles 13 de enero, Paula, la menor de 7 años, presentó algunos síntomas, dolor de pecho y falta de olfato. Sus malestares no fueron tan intensos como el resto de la familia, pero igual salió positiva. Ambas menores también tomaron medicamento y la familia debió invertir en las pruebas diagnósticas y en tratamiento. Sus gastos, en esa ocasión, ya se elevaban a más de 4 mil 600 pesos.
“Tuve problemas con mi esposo. Se sentía muy mal, pero yo también. Ese de día me dio ataques de pánico, sudoración en las manos, pensamientos catastróficos, se me secaba la boca, opresión y dolor en el pecho, sentía que me faltaba el aire, taquicardia. Ver las noticias me afectó. Sabemos que no hay una cura, que la gente se está muriendo, y uno piensa que se va a morir tu familia, o que yo me voy a morir y dejaré sola a mis hijas”, recuerda.
En medio del ataque de ansiedad y la dificultad para dormir, Karen empezó a experimentar tristeza, “me sentía sola” y la idea de perder a una hija, de no saber dónde internarlas en caso de falta de saturación adecuada y saber que no hay camas ni tanques de oxígeno, la hundió más en la desesperación.
“Ver a mis hijas enfermas me preocupaba. Afortunadamente se informó a la escuela y no hubo problema. La pérdida del gusto y del olfato hizo que perdiera también el hambre y me preocupaba enfermarme más por no alimentarme bien”, comenta.
Un psiquiatra le recomendó tomar quetiapina -que le costó 300 pesos- para controlar la ansiedad y estar más controlada.
“Hago mucha oración y aunque quiero retomar mi vida me canso mucho. Subir una escalera es cansadísimo, aún tengo dolor de cabeza pero no es tan intenso y también punzadas, visión borrosa”.
En el día 17 de su enfermedad por covid-19, los síntomas disminuyeron un poco. Karen piensa que el virus desaparece en 14 días y lo que ahora siente, cansancio y falta de energía pueden estar relacionados con las secuelas o forman parte de su mente.
Está buscando el mejor momento para volver a salir y efectuarse una prueba o una tomografía que dimensione el daño pulmonar o de otros órganos vitales. “No sé si esto es normal, no sé si es mental o físico. Eso es muy angustiante para mí”.
Su marido Sergio decido incorporarse a su trabajo antes de tiempo porque si no se presenta no hay paga. Ahora, los gastos de la enfermedad se cuadriplicaron, superan los 10 mil pesos en tan solo 11 días. Sin considerar el resto de los gastos comunes.
“Él llega a la casa cansadísimo, me dice que piensa que va a morir de un dolor de cabeza”.
El reto de Karen ahora es abrir la puerta de su casa. Siente terror de asomar la cabeza y salir a la calle. No sabe si sigue contagiando, si ya pasó lo peor del virus, si todo es un invento de su imaginación. Nunca le contestaron del otro lado de la línea.
RLO