¿Qué distingue a Josué de cualquier muchacho mexicano? En su caso podría caminar por la calle sin que por la apariencia la gente pensara que es extranjero. Pero el acento centroamericano, el tenis a un paso de romperse y la mochila en su espalda son motivo suficiente para ser detenido mientras se moviliza por las calles de Gómez Palacio, en Durango.
“Cuando te regalan un plato de comida allá (en Venezuela), tú ves que el hambre duele más que una bala”, afirmó Josué quien intenta cruzar la frontera hacia los Estados Unidos. Por eso se mantiene espiando el paso del ferrocarril. Fue así que conoció la labor comunitaria que mantiene Claudia Elena Ríos Villegas quien a sus 57 años le da de comer a los migrantes.
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“Estoy operada de rodilla, soy diabética e hipertensa pero gracias al tren mi vida cambió; yo me ponía insulina pero gracias a esas correteadas que me daba para alcanzar el tren ya tengo el año que no uso insulina y que me siento bien. Necesitaba hacer ejercicio y pensar en otras personas. Gracias al tren recuperé poquita de mi salud y hasta un sentido de vida me dio”, comentó Claudia.
En entrevistas para MILENIO, Claudia, Josué y Franklin, éste último migrante colombiano que viaja con su esposa y su hijo y que asumió el liderazgo de su grupo, hablan sobre los traumas que genera la búsqueda de oportunidades en un país donde los trabajadores del Instituto Nacional de Migración realizan férreas pesquisas para su detención, ocasionando incluso estampidas donde adultos y niños han perdido la vida.
“Ellos nos ven como una estadística más, no como seres humanos: si nos pasa algo o no nos pasa nada, a ellos no les importa; (a) lo que es (son) las autoridades competentes, pues hay que huirles, más a los uniformados que a los malandros como tal porque los uniformados son los que hacen desastres con nosotros”, precisó el Josué.
Una bicicleta para Josué
Claudia nos recibe en su casa y de inmediato nos sentamos en la cocina a platicar. Ella desea conseguir una bicicleta para que Josué continúe su viaje hasta Chihuahua. Es un chico venezolano que quiere trabajar en los Estados Unidos; aunque sabe que el sueño americano se ha fracturado, no es lo mismo cobrar en bolívares o en pesos que en dólares.
“Él viene y desayuna en la tarde. A veces se queda dormido en el piso. En el camino perdió su bicicleta y le dije que íbamos a ver si podíamos conseguirle una y también hemos estado yendo al tren para ver si trae migrantes porque vienen escondidos y yo no los veo. Ya hay cuatro trailas de migración y luego luego los agarran. Hemos estado yendo a las seis de la tarde que más o menos es la hora que pasa”.
Apoyós de agua, alimento, ropa y medicamento
Claudia sabe que muchas mujeres al ser madres intentan apoyar a los migrantes en su paso por México con agua, alimento, ropa o medicamento; del sur al norte se comunican y comparten información y para ello es fundamental el apoyo de las familias porque en muchos sentidos se convierten en primeras respondientes ante accidentes, como los que sufrieron en hechos distintos un hondureño que fue arrastrado por el tren y que hoy, amputado, sigue en Lerdo, Durango, movilizándose en una silla de ruedas, y un venezolano que desde cayó permaneció en coma hasta que falleció.
En el caso del proyecto 'Ayuda de Corazón', son los hijos y nietos de Claudia los que alimentan las redes sociales, en tanto que por whatsapps está atenta a los avisos de otras mujeres e incluso de maquinistas que advierten de personas perdidas, lesionadas o de trenes descarrilados. Claudia tomó conciencia del fenómeno cuando llevó a sus hijos a la biblioteca que se ubica en el parque La Esperanza y vio a los muchachos.
Lanza bolsitas con comida a migrantes
Fue así que un día les dijo que les daría de comer e incluso pensó en formarlos sin pensar que terminaría lanzando las bolsitas con empanadas dulces porque le dio temor cuando los vio correr hacia ella. El hambre aprieta y la necesidad de ellos es enorme, dijo.
“Así comencé a aventar la comida… y comencé a hacer los videos pero no los subía y una amiga me dijo: ¿Por qué no los subes? Yo empecé en junio del año pasado y el día que cumplimos un año compramos un pastel y nos fuimos al tren. Antes me ponía a abrir el pan para ponerle salchicha, jamón y queso amarillo o blanco, con tomate y cebolla, pero empecé a ver que le quitaban la verdura o me encontraba los pedazos de queso tirados, entonces ahora son de un pedazo de salchicha o jamón”.
Esta señora por un buen tiempo paraba su camioneta y donde pasaba el tren con migrantes comenzaba a tirar los alimentos, apoyada por su familia. Ahora hace comidas calientes y la lleva a las vías del tren o donde las personas le dicen que hay migrantes escondidos.
“Ahora ya uso el Facebook y le pregunto a mi nieto si quiero meter algo, pero él me hace los Tiktok, tiene doce años y usamos el Whatsapps, el Facebook y el Tiktok, sí tenemos Instagram pero mis nietos manejan las redes y yo hago el contacto".
“Los muchachos que están en los Estados Unidos le pasan los teléfonos a los que luego quieren alcanzarlos y les dicen que yo los ayudo pero en la red del Whatsapps hay personas en Ciudad de México, de Chihuahua, Zacatecas y muchas en Guanajuato. Yo sola, de pronto pido ayuda, que me hagan una sopa, le digo a mi hermana o a una amiga”.
Claudia Elena atiende a cualquier persona migrante sin discriminar edad, sexo o raza porque recuerda que a su hijo como migrante le tocó dormir abajo de un árbol, en la calle. Es por ello que ayudó a acercar a la frontera a un grupo de africanos, o a un hombre italiano, así como a todos los migrantes centroamericanos que de Haití, El Salvador, Venezuela o Colombia llegan a Gómez Palacio, ciudad duranguense que colinda con Torreón, Coahuila.
De Venezuela y Colombia con los gringos
A Josué aún la fisonomía lo delata como un adulto joven pero sus expresiones son las de un hombre que debió buscar mejores ingresos para apoyar a su familia. Harto de la propaganda política, de que los jóvenes sean captados por la milicia o el crimen, y de ese signo de prometer sin cumplir, decidió salir de su nación aunque para ello debiera pedalear y luego montarse en el lomo de acero de La bestia y cruzar el territorio mexicano.
“Me impulsó más que todo los familiares que se quedan en Venezuela teniendo en cuenta de que no hay futuro para ninguno, entonces para darle algo mejor a la familia había que salir; en mi caso soy el más joven y el más capacitado".
“¿Cómo planifiqué este viaje tomando en cuenta que no tenía ningún tipo de financiación? Lo hice porque no podía esperar que alguien resolviera mi vida. Tomando en cuenta de que el comunismo en Venezuela es fatal tenía, sí o sí, que resolverlo y no pensar mucho en eso. Una de las cuestiones que el gobierno aplica para que los jóvenes se queden es la milicia pero no da las bases porque cuando te regulan un plato de comida allá tú ves que el hambre duele más que una bala”.
Aunque fueron otras las motivaciones de Franklin para salir de Colombia junto a su mujer y su hijo, es la misma violencia la que oprime a los pobres y la que hace que se muevan para sobrevivir. En medio del ruido que genera el paso del tren, con sus cuarenta años piensa en cruzar la frontera con los Estados Unidos para poder descansar. Mentalmente.
“Transitar por México ha sido horrible, horrible. Veníamos en una caravana como de 3 mil 500 personas y mataron un poco de gente en la caravana, un carro. Yo creo que ustedes lo vieron. De ahí seguimos pero la gente desesperada se tiraba de los puentes, antes de llegar a Juchitán. Y de ahí Migración ha estado a la par de nosotros pero aquí no, amén Dios. Ese accidente lo provocó Migración que nos venía correteando y cuando todo mundo agarra pa’la carretera corriendo murió una niña de ocho años y su papá. Aquí tenemos los videos".
“Estamos sufriendo pero aquí vamos en el camino con mi esposa y con mi hijo, somos desplazados por la guerrilla. Por eso el propósito es llegar a los Estados Unidos. La gente aquí nos ha tratado muy bien, nada que ver con la policía y migración. Ahorita ya hemos dormido como tres noches en el desierto pero nos regalaron pan y ya comimos, venimos de San Pedro de las Colonias. El pueblo mexicano es noble, pero ningún gobierno nos quiere en su país”.
Franklin le pregunta a sus compañeros de viaje a cuántas personas secuestraron en Juchitán. Algunos chicos le responden que al menos fueron 500 personas. De semblante agotado, Franklin lleva medio año moviéndose desde Colombia hasta el norte de México, y aunque lucen todos están adelgazados por el hambre y el cansancio, apuntan que prefieren morir en el intento que detenerse a descansar con riesgo a que los detenga el personal de migración.
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