"El sueño americano es una verdadera pesadilla; no vale la pena arriesgarse"; pollero hidalguense

Sánchez, nos relata difícil realidad que atraviesan los migrantes para cruzar la frontera a los Estados Unidos

La comunidad migrante sigue su camino pese a los abusos que enfrentan. | AFP
Alejandro Evaristo
Pachuca /

Habló con su pareja y fue claro, ya no se adaptaba y al no haber trabajo, no había futuro en México. Regresó a Estados Unidos y habían pasado unos cuantos días cuando le llamaron para informarle que su pareja se había ido de casa junto con su hijo.

Regresó y durante 15 días la buscó, la encontró y habló con ella, el ofrecimiento era volver para juntar dinero y poder construir su casa en el terreno que habían comprado, le pidió solo un año para poder concretar el plan. Ella aceptó y volvió a EU, pero no estaba solo, iba con un chaval del pueblo, a quien prestó dinero para la aventura.


Al llegar, su hermana lo recibió con malas nuevas: la historia se repitió, su pareja otra vez se había ido. Trató de localizarla vía telefónica sin éxito y tuvo que regresarse, no habían pasado ni cuatro días. La encontró, habló con ella y la mujer ya no quiso, se fue y le dejó al pequeño de dos años.

“Sánchez” se deprimió. Estuvo seis meses en el pueblo hasta que decidió volver a trabajar. En ese medio año varias personas se acercaron a él porque alguien les había dicho que llevaba gente a EU, “cuando decido volverme a ir me voy con 12 personas. Le hablo al compa de Querétaro, un bato como de 26 años que me caía muy bien porque tenía un don de convencimiento. Yo llegué con él y las 12 personas que traía a Querétaro, a Cadereyta, en los límites con Hidalgo; él les habló y los convenció porque era muy chingón y aceptaron. Me llevé el primer jale…”.

Solo pagó la mitad de su pasada porque llevaba gente: “se cobraban 600 dólares, entonces me dijo que a mí me cobraría solo la mitad y que a la gente le iban a decir que les cobrarían 700 dólares, ‘entonces ahí te vas a quedar tú con 100 dólares de la gente’, y pos yo me emocioné porque se me iba a quedar una lana. Cuando llegué comenzaron a buscarme y a decirme que les ayudara porque sabían que yo podía pasarlos, me hicieron famoso… ya me estaba buscando gente aquí en México”.

Sus servicios eran requeridos con mayor frecuencia.

Ya había otras 14 personas dispuestas a pagarle para que los cruzara a EU. Vino por ellas al pueblo, los llevó hasta la frontera y ahí se estancó porque el tipo que le ayudaría a pasarlos era vicioso y tenía ya varios días desaparecido. Llamó al patrón, le explicó que ya no tenían dinero, ni comida y que el guía no aparecía y les había abandonado en la ciudad. En repuesta le envió 12 mil pesos y le dio instrucciones para que fuera a buscar otro guía a Caborca que también trabajaba para él. Los encontró drogados.

De regreso a Altar, alguien se dio cuenta de sus actividades y le ofreció trabajar para un nuevo patrón y organización. Aceptó y se entrevistó con él. Resultó ser una buena persona que no solo le ayudó a resolver el problema y pasar a los paisanos detenidos en la frontera, también le mejoró la oferta salarial y le brindó total apoyo.

“Él ya me daba 400 dólares por cada uno. Les cobrábamos mil dólares y 400 eran para mí solo por llevarlos hasta el punto donde pasarían, a veces yo iba con ellos y me brincaba unos días solo para andar en el cotorreo…”.

Negocio y riesgo

El nuevo patrón era bien honesto y trataba bien a la gente, recuerda “Sánchez”, tenía muchos guías que trabajaban para él, “era un bato muy cincho, muy derecho. De esa vez que nos dejaron tirados en la ciudad sin dinero, yo tenía miedo porque pensaba que nos iban a secuestrar o algo, pero él llegó al otro día tempranito para darnos de desayunar y eso y hasta preguntó si ya queríamos salir. Yo le dije que ‘cuando usted quiera’ y él me responde ‘aquí salimos a la hora que ustedes quieran, ustedes mandan, usted es mi patrón porque usted trae gente’. Salimos como a las 12 del día por el desierto y nos mandó con nuestro lonche y todo. Cruzamos y dejé a la gente y me regresé porque ya tenía más gente esperándome. Así empecé a chambear”.

Recuerda haber conocido a uno que, como él trabajaba para el mismo patrón, se conocieron en un viaje y se hicieron muy amigos, hasta compadres: “trabajando con el patrón nos aventamos como unos cuatro años, yo hacía viajes cada mes”.

“Sánchez” no tiene un estimado de la cantidad de veces que viajó a la frontera para llevar y cruzar a migrantes desde Hidalgo, aunque también había personas originarias de Puebla, Chiapas, Guerrero y Oaxaca, incluso tenía que ir por ellos hasta esas ciudades, reunirlos todos en Hidalgo o Querétaro y de ahí salir en grupo a la frontera, donde su nuevo amigo ya le esperaba.

Dice que al principio ganaba poco porque “no sabía bien todavía cómo estaba el pedo”, pero luego llegaron al arreglo de los mil dólares con 400 para él. “Los brincábamos y los llevábamos hasta donde fueran. Él me dijo que me daba ese dinero porque yo iba por ellos y los llevaba y todo y que una vez aprendiéndome la ruta yo iba a caminar solo con ellos y ahí fue donde mi compadre me dijo que le pagaban 150 dólares por ‘pollo’ que guiaba, él conocía todo el puto desierto; entraba desde Agua Prieta hasta Nogales, te conocía todas las pinches fronteras (…)”.

Ahí fue cuando se dio cuenta del negocio. En alguno de los viajes le quedaron casi 350 mil pesos libres pero como se la pasaba “en el puro desmadre” se le acababa. “De a jodido me llegué a llevar en un viaje más de 4 mil dólares solo para mí”.

Sin chapulinear

Su compadre le dijo que había veces que se tenía que esperar hasta dos semanas para que le dieran un jale porque había muchos guías, y se ofreció a acompañar a “Sánchez” cuando tuviera que cruzar gente: “yo le dije que de los 400 dólares que me iban a dar por cada ‘pollo’ pos yo le daría 100 dólares pero el compromiso era que los tratáramos bien, los cuidáramos machín y los lleváramos, pero sin brincar al patrón porque él es quien tenía la charola con la mafia. Además, en esto no puedes chapulinear porque te chingan”.

“Llegábamos a cualquiera de las casas de seguridad del patrón donde nos trataban muy bien y la gente estaba contenta porque no tenía que esconderse, podía salir a cualquier hora a comer, a comprar, a cenar, sin pedo. Se sentía uno más libre”.

Después de 5 años “el patrón se retira y se queda al mando su hermano, que era más estricto y la neta ya no me gustó chambear con él y empezamos a chambear solos, pero igual apalabrados con el alto mando de que íbamos a chambear, pero teníamos que pagar una cuota”.

Algunas anécdotas

“Sánchez” no tiene la cifra exacta, pero haciendo cálculos dice que solo en esos cuatro o cinco años trabajando con su compadre pasó a más de 550 personas al otro lado. Ya no regresaba a trabajar, solo entraba algunos días, a veces hasta una semana.

“Y me la pasaba pisteando y cotorreando porque llegaba con feria y eso que a mucha gente le hice el paro porque eran conocidos o era gente de ahí del pueblo y nunca me pagaron o yo no les cobraba; en uno de los últimos viajes lleve nueve personas que no me pagaron, pero ya me dejaban una casa en Nezahualcóyotl, una pinche Hardley, un bocho de esos convertibles mamalones y no quise agarrar nada porque eran familiares de mi cuñado. Yo les conseguí casa y no me pagaron hasta les compré una camioneta para que se fueran a un jale que habían conseguido en Virginia y que me costó como 2 mil 500 dólares…”.


“… una vez llegó un chavo bien pesado, nadie quiso preguntar nada, ni quién era ni nada, pero llegó con un montón de guaruras armados y en camionetas de lujo; el patrón nos dijo que teníamos que brincarlo y lo hiciéramos sin riesgo, sin problemas y sin molestar. El chavo tendría unos 20 y tantos y, en algún momento su camiseta se le levantó y nos permitió ver que llevaba una enorme pistola escuadra en la cintura de puro oro. Luego me enteré que al parecer era hijo de uno muy, muy pesado que habían agarrado y por eso tenía que salir del país. Éramos como 17 guías nada más para asegurarnos que llegara bien y sin problemas a Phoenix. Ahí lo recogieron otras camionetas y otro montón de personas armadas…”.

En una casa de seguridad encontró una caja de balas grandes y se le hizo fácil tomar una y guardarla en una bolsa. Cuando estaban cruzando los pescó la maña y cuando le encontraron el proyectil lo golpearon y le exigían que les entregara el arma, solo hasta que su compadre intervino y les convenció de que “Sánchez” era un “pollo” y que había encontrado la bala tirada en el camino. “Me empezó a regañar enfrente de ellos: te dije que dejaras esa madre porque nos ibas a meter en un pedo acá con los amigos y no hiciste caso, ora aguántese…”.

“No más me acuerdo y se me enchina la piel. En una de las tantas pasadas por el desierto, en un grupo como de 27 personas, iba un chavo y no le notamos nada raro, excepto porque conforme nos íbamos adentrando él se sofocaba más y más hasta que de plano se desvaneció dos veces. Cuando fue momento de descansar un rato empezó a gemir y luego a gruñir, echaba como espuma por la boca y tenía mucha fuerza, los tuvimos que controlar como entre cinco. Decía que nos iba a matar y lo sometimos a golpes, la verdad. Luego empezó a hacer un viento frío y se escuchaban cosas. Por el miedo hicimos un círculo alrededor de él y agarrados de la mano nos pusimos a orar. Solo así se calmó y se quedó bien dormido. Cuando despertó no recordaba nada de lo que había pasado”.

Alguien “lo puso” y fue detenido. Recibió una condena superior a seis años de prisión por contrabando de personas, pero por buen comportamiento y otras argucias de su abogado se la redujeron. Quedó en libertad hace pocos meses y, contrario a lo que pudiera pensarse, quiere volver a cruzar paisanos al otro lado… lo estoy pensando. 

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