Huérfanos, viudas y pobreza, las consecuencias del covid-19 en un “pueblo fantasma”

La comunidad optó por guardar silencio sobre el brote de contagio masivo y ahora ha dejado múltiples secuelas en sus pobladores.

Un campesino recolecta flores. (Archivo/Cuartoscuro)
Blanca Valadez
Puebla /

San Juan el Chico forma parte de los “pueblos fantasmas” de México, pues no figura en el mapa ni tampoco aparece en el sistema de datos de México, a pesar de que el covid-19 ha dejado huérfanos, viudas y familias empobrecidas, luego de su paso por esa zona rural.

En ese pueblo, adscrito al municipio de Huejotzingo, Puebla, vive Juana G. Jiménez, cuyo marido falleció el 28 de junio por falta de recursos para cubrir los 9 mil 600 pesos semanales requeridos para acceder a las tres sesiones de hemodiálisis, requeridas en un hospital particular de Apizaco, Tlaxcala.

La familia de Juana carece de seguridad social y todos los trámites efectuados en el Centro de Salud conocido como “La Chicalotera”, en San Andrés Cholula, se paralizaron luego de que la atención se volcó en la atención de la emergencia sanitaria.

Solo tenían para pagar una sola sesión, porque a raíz del confinamiento se vino abajo toda la venta de las cosechas de frijol, maíz, chícharo, calabaza, rábanos, chile poblano, cebolla, cilantro, haba, lenteja, y “finalmente” su marido falleció, comentó Silvia Jiménez, hermana de la viuda.

En esta localidad se acostumbra a velar a los muertos, por lo que llevó a cabo la ceremonia fúnebre el 29 de junio, incluso, acudieron elementos de Protección Civil para evitar aglomeraciones, pero ni eso evitó que amigos y gran parte de los dolientes se infectaran con el virus.

Juana, de 40 años, comenzó a desarrollar “gripe y tos” dos semanas después de enterrar a su marido, justo en el mes de julio. El médico de la zona hizo todos los estudios y, en efecto, dio positivo a la prueba de covid-19.

Su hijo Adalberto, de 24 años; dos de sus cuñados, Francisco y Daniel; su suegra Petra, de 57 años, y el tío Salvador, de 58 años, hermano de la suegra, también se contagiaron en julio. En San Juan el Chico todas las familias viven juntas, relató Silvia, por lo que el virus se propagó entre cuñados, sus esposas, hijos y amigos.

Por lo menos 20 personas se contagiaron a partir que acudieron al velorio y el virus se replicó de manera acelerada en esa comunidad, conformada por alrededor de 2 mil habitantes; casi todos campesinos, con casas construidas a base de láminas y pisos de tierra, construidas con sus propias manos.

Algunos de los afectados sólo tuvieron fiebre y a la semana ya estaban bien, otros tardaron más en recuperarse y al parecer sanaron. “No sabemos si hubo más contagios porque mi cuñado era muy querido y varios de sus amigos vivían en pueblos cercanos”, comentó la entrevistada.

En el caso del tío Salvador, la muerte llegó en agosto y días después “se llevó” a Petra. “Ella llegó a saturar 20 por ciento de oxígeno en sangre, era de las personas que más quería a Juana”, dijo. Ambos fallecieron en su propia casa. Ambos fallecieron en su propia casa.

El Hospital Las Margaritas queda a una hora y media de distancia, mientras que el Centro de Salud “La Chicalotera”, se encuentra a una hora de camino, aproximadamente.

Pero más allá de la distancia y del severo endeudamiento familiar –pues firmaron pagarés para acceder a tanques de oxígeno (cuya renta superaba los 6 mil 500 pesos), medicamentos de patente y la atención médica en su hogar–, todos decidieron no internarse, ante el temor de fallecer en el hospital.

Se corrió el rumor que las personas del pueblo que fueron hospitalizadas fallecían en cuestión de horas y sólo recibían las cenizas de sus parientes. Ante este temor, decidieron quedarse en casa. “Adalberto llegó a saturar 79 de oxígeno en sangre y, aunque está joven, quedó con severas secuelas”, comentó.

“Las imágenes reflejan como que el virus deformó sus pulmones, uno de ellos parece una manzana mordida”, explicó Silvia en entrevista con MILENIO.

Sólo Daniel, cuñado de su hermana e hijo de Petra, se encuentra hospitalizado, porque “su llenó su pulmón de agua”.

La familia de Juana vivía y comía de la siembra, pero toda se perdió ante la imposibilidad de cuidarla por la enfermedad. Incluso, se han quedado sin comer varios días y los gastos se siguen acumulando. Tan sólo la visita del médico llegó a costarles 2 mil 800 pesos, pero en el pueblo, esas deudas que superan los 50 mil pesos se deben de cubrir. Afortunadamente, el médico tratante ha sido solidario ante la ahora extrema, pobreza de la familia.

La comunidad optó por guardar silencio sobre el brote de contagio masivo. Se resguardó, bajó las cortinas y en algunas casas colocaron moños negros. El número de huérfanos ha crecido, pero hasta ahora, nadie se ha ocupado de ellos.

En algunos hogares se ve el contagio como una maldición o un castigo, que podría desaparecer a los habitantes de San Juan el Chico. Pero existen familias que no están dispuestas a dejar de celebrar las fiestas del patronales y menos aún los 15 años en grande. Sólo los ancianos se han encomendados a Dios para evitar más muertes y desgracias en esa zona rural, que no aparece en la geografía de México.

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