Mucho antes de que saliera el sol, en casa de don Antonio Analco y su esposa doña Inés Campos todo era movimiento. Las cerca de 50 personas allegadas al conocido tiempero de Xalitzintla comenzaron a recoger sus bolsas de dormir, sus sarapes y tiendas de campaña para iniciar la jornada, luego de lo que fue una noche fría a los pies de los volcanes.
Analco es hijo y nieto de tiempero, oficio en el que hoy cumple 48 años de subir por lo menos cuatro veces al año; el primer ascenso es cada 12 de marzo, por el cumpleaños de don Gregorio Chino Popocatépetl, como llaman los lugareños al volcán, luego el 2 de mayo -también ahí-, y el 3 del mismo mes, al Iztaccíhuatl, días en los que pide por buenas lluvias para las tierras de labor, pues ya comenzó la siembra.
La última subida del año es el 30 de agosto cuando se celebra el Día de Santa Rosa de Lima, fecha en que cumple años doña Rosita, como llaman cariñosamente al Iztaccíhuatl, “La Volcana” y día en que se agradece la temporada de lluvias.
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Inicia el peregrinar
En los linderos de Santiago Xalitzintla, la comunidad más cercana al cráter en esta cara del volcán, se ha fijado como punto de encuentro para esta salida, misma que fue gestionada ante las autoridades del Parque Nacional Izta-Popo, quienes inicialmente restringieron la salida a solo 15 asistentes a causa de la pandemia por el covid-19.
Sin embargo, la gente quiere tanto a don Antonio Analco que no llegaron esos 15, pues desde un día antes, acudieron a su casa decenas de personas de las ciudades de Puebla, Cholula, México y San Nicolás de los Ranchos. Casi 200 subieron con él, no al “ombligo” -tradicional centro ceremonial-, sino al costado norte del volcán.
Después de dejar sus vehículos en el lugar conocido como Los Arcos, en Paso de Cortés, los peregrinos iniciaron una caminata de casi dos horas, la mitad de la escarpada montaña que requirió el mayor esfuerzo de todos ellos, hombres, mujeres, niños y algunos ancianos, cargando ofrendas.
Pese a las decenas de personas, don Antonio Analco hizo un ritual íntimo, en el que se ofrendó un mole poblano con pollo, tamales, arroz y tortillas, preparado todo especialmente por la esposa del tiempero, doña Inés Campos, a lo que se sumó fruta, verduras, semillas, granos, flores, atole, cerveza y mezcal.
Metidos en su ofrenda, mientras rezan, don Antonio recibió los presentes, los bendijo y ofreció a los volcanes antes de ponerlos en el mantel que llevaron para ello. Colorido, voluminoso, oloroso, apetitoso quedó el cuadro de la ofrenda, mientras don Antonio y su esposa rezaron con profundo respeto, deseando que lo presentado fuera del gusto de Don Goyo, a quien en una cruz de madera, le dejaron un calzón, una camiseta, dos camisas, un pantalón y un sombrero, todo puesto vistiendo la cruz, cubierto por manojos de flores.
El descenso fue festivo, alegre, pues los peregrinos bailaron la Danza de la Varilla o de Las Campesinas, donde trece listones son desenredados y vueltos a enredar en torno a una garrocha de cerca de dos metros de altura, mientras don Antonio toca con su armónica para que todos bailen, principalmente los que suben por primera vez.
Cerca de las dos de la tarde, la fiesta culmina en casa del tiempero y su esposa, quienes ofrecen arroz rojo, mole poblano con pollo, tortillas hechas a mano y refrescos a los peregrinos, quienes ya relajados, sonrientes y reviviendo lo sagrado y lo profano del día en honor al Popo, reciben ahí una muestra más, pero no la última de la generosidad de los anfitriones.
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