Mientras los sicarios del clan Arzate García se alistaban para asesinar a Alonso Arámbula Piña, El Trébol —integrante del Cártel de Tijuana—, la Secretaría de Marina emitió un comunicado que evidenció la penetración del crimen organizado en Ensenada, Baja California, el epicentro de la más reciente masacre en el país.
Era un mensaje escueto fechado el 19 de mayo que llegó por la tarde a los chats de los reporteros de la fuente militar. Las Fuerzas Armadas en México presumían una victoria pírrica: la Segunda Región Naval había interceptado tres contenedores con 39 mil 820 kilos de cocaína que llegaron por mar hasta el puerto de Ensenada. Tres contenedores entre miles que todos los días llegan a ese enorme muelle.
El último párrafo era una declaración de optimismo que no duraría ni 24 horas: "Estas acciones son parte de las operaciones de vigilancia marítima, aérea y terrestre que efectúa la Armada de México para inhibir la acción delincuencial".
Pero en la tarde siguiente, los pistoleros de los hermanos Alonso y René Arzate García —ligados al Cártel Jalisco— llegaron a las costas de San Vicente para interrumpir a balazos el "Cachanillazo", una carrera de vehículos tipo razer de ambiente familiar.
En minutos, asesinaron al Trébol, jefe de plaza del cártel que desde la década de los 80 está establecido en el estado, junto a 10 personas.
La masacre demostró a los ensenadenses que el valor de la vida se devalúa rápidamente en su ciudad, donde los policías municipales pueden quedarse con las armas enfundadas mientras hombres embozados queman entre 200 y 300 casquillos para sumar una nueva masacre al tablero de las atrocidades.
Reporteros locales silenciados por el crimen organizado y vecinos, conversaron con MILENIO y coincidieron en que el pico de violencia inició hace cinco años y está relacionado con la llegada de los representantes de Nemesio Oseguera Cervantes, El Mencho, quien dio la instrucción de arrebatar el puerto de la ciudad al Cártel de Sinaloa y a células rebeldes del Cártel de Tijuana. Una batalla en tres bandas.
Ensenada, joya de la corona
Ensenada es, desde el siglo pasado, una posición clave para el trasiego internacional de drogas.
Su puerto es una bendición y, al mismo tiempo, una maldición: detonó el crecimiento económico, pero también atrajo al crimen organizado que reconoció su valor como uno de los cinco puertos más vigorosos del país, junto al de Lázaro Cárdenas, Manzanillo, Veracruz y Altamira, de acuerdo con un diagnóstico de la Secretaría de Marina.
Todos los días, una cantidad insuficiente de empleados debe recibir y examinar miles de contenedores provenientes de China, Corea del Sur, Malasia, Costa Rica, Italia, España, Marruecos, entre otros países que todos los días inciden en el tráfico global de cocaína y precursores químicos para hacer fentanilo.
Lo hacen porque en el caos, el crimen organizado mueve y disimula sus cargamentos.
Esa relevancia la conocían bien los hermanos Arellano Félix, igual que El Chapo Guzmán y El Mayo Zambada, quienes por décadas pelearon por esa terminal marítima, aunque sin salpicar tanta sangre.
Eran los tiempos en que el narcotráfico no era un negocio tan globalizado y era más importante conquistar ciudades fronterizas con Estados Unidos, como Tijuana, que puertos conectados con Asia.
A pesar de esa disputa, la ciudad se mantuvo por años en una relativa paz, tanto que Ensenada se volvió una hermosa contradicción: por meses, lo único violento que había eran las olas de verano que se aprovechan para surfear.
Fuera del agua, la vida languidecía hasta con pereza, tanto que a la ciudad se le nombró "La Bella Durmiente del Pacífico".
La matanza de 1998 en el rancho El Rodeo, Ensenada —que dejó 19 asesinados— fue considerada en su tiempo como una rareza. Un estallido de violencia que parecía incapaz de repetirse.
Los amaneceres dorados y los domingos soporíferos daban la impresión de que ahí se vivía al margen de la violencia desatada por la "guerra contra el narco".
Pero desde que el Cártel Jalisco Nueva Generación se unió a la pelea, hace un lustro, el puerto ya no es el mismo.
Entre mafias chinas y capos japoneses
Ahora, la palabra masacre está asociada a hechos cotidianos: "El Cachanillazo", el multihomicidio de seis personas el año pasado en Playas de Chapultepec, los tres asesinados en San Antonio de las Minas, los cuerpos hallados en la fosa clandestina del Roble.
Ni los perros en las zonas turísticas se salvan: en febrero pasado, un agente canino de la Fuerza Estatal murió a balazos en una emboscada de sicarios en la ruta del vino.
La lucha no es por miles de dólares, sino millones. La DEA publicó en la Evaluación Nacional de Amenazas de Drogas 2020 que, en mayo de ese año, agentes mexicanos decomisaron 169 kilos de precursores químicos para hacer fentanilo.
La droga estaba escondida entre bolsas con supuesto jabón en polvo. La ruta deja ver la importancia internacional del puerto: el cargamento salió de Shanghai, China, luego llegó a Busan, Corea del Sur y desde ahí navegó hasta Ensenada. El valor callejero del decomiso superaría los 20 millones de dólares.
En octubre de 2020, otro cargamento con precursores químicos llegó al puerto de Ensenada: 16 botes con unos 28 kilos cada uno de acetaminofeno, ideal para hacer fentanilo. Los contenedores marcaban que la mercancía provenía de Yokohama, Japón, bastión de la mafia nipona Yakuza.
El golpe disgustó al Cártel de Sinaloa, que horas después desplegó una manta contra la titular de la Aduana Marítima en Ensenada, Pamela Lilian Romero: o devuelves lo decomisado o pagarás con tu vida.
Desde entonces, al menos seis trabajadores del puerto han sido asesinados en extrañas circunstancias.
Ese aumento de homicidios dolosos provocó que el año pasado el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal nombrara a Ensenada como la séptima ciudad más peligrosa del mundo con una tasa de 76.9 asesinatos por cada 100 mil habitantes.
Peor que Kingston, Jamaica, o San Pedro Sula, Honduras, íconos de ciudades ingobernables.
“Ensenada de Todos los Muertos”
El puerto de Ensenada, además, tiene dos valores extra: está ubicado a sólo 110 kilómetros de la frontera con Estados Unidos, por lo que en menos de 90 minutos, una carga de drogas que llegó por mar podría estar en tierra en Tijuana o Tecate.
Y está a 82 kilómetros del Aeropuerto Internacional de Tijuana. Controlarlo es crucial para cualquier empresa criminal.
La cruzada por ese punto en el mapa ha provocado fenómenos de violencia poco vistos en esas costas donde se remojan los mejores viñedos mexicanos: este año, el 3 de mayo, fue hallado en un domicilio en Lomitas el cadáver de una mujer de 63 años con un cable alrededor del cuello como un torniquete mortal; doce días después, otro cuerpo en un domicilio —ahora de un hombre— en El Porvenir; 24 más tarde, los restos de un alguien sin una mano fueron hallados en una camioneta en Francisco Zarco.
Los efectos de la violencia se sienten desde hace tres años, cuentan los habitantes: las clases se interrumpen cuando aparecen mantas con anuncios de “limpias sociales” como la que colgaron afuera del CECATI 83, en los viñedos ya se paga “derecho de piso” a muchachos armados y la vida nocturna se está apagando.
El rally del “Cachanillazo” es la más reciente pérdida en la ciudad portuaria arrebatada por tres cárteles. Nadie sabe aún si se repetirá el siguiente año. O si el próximo torneo de surf atraiga la siguiente matanza.
Lo que muchos sí saben es que tanta violencia debería reescribir el nombre oficial de la ciudad: pasar de “Ensenada de Todos los Santos” a “Ensenada de Todos los Muertos”.
MO