Hablar de las panaderías más antiguas de Tampico es referirse a toda una tradición artesanal y recordar esa magia que hace la harina en manos expertas. Es viajar a través del tiempo y evocar esa mezcla de olores, sabores y colores que, ayer como hoy, han deleitado el paladar de las familias del puerto.
Es, para muchos, recordar lo mejor de la infancia o de la juventud y revivir momentos entrañables con familiares y amigos mientras se disfrutaba una pieza de pan dulce o de blanco para acompañar una taza de café, chocolate, atole o champurrado. Una costumbre que se ha ido transformando, pero cuya esencia perdura en hogares y sitios de reunión.
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Conchas, orejas, quequis, bisquetes, chilindrinas, chichimbrés, roscas, hojaldras, besos, cocoles, campechanas, banderillas, piernas, garibaldis, polvorones, budines, ojos de buey, moños, bigotes, piedras, novias, encarcelados, mantecadas, manitas, taquitos de piña, cada una con su propio sello y su creatividad, son un verdadero gozo a los sentidos.
Un arte desde 1834
Desde mediados del siglo XIX, ya había en Tampico siete panaderos franceses y dos españoles, menciona el investigador José Castañeda en su libro “La Fonda de la Bolsa”.
Se cree que los primeros trajeron el “pan francés”, también conocido como “blanco”, “bolillo” o “birote”. Hacia 1835, seis panaderías integraban ya el censo de establecimientos comerciales del puerto.
Para 1863, el peso del “pan francés” variaba entre 16 y 18 onzas y los señores Burgos, Trapaga, Lafont y Rivera lo vendían a 11 y 21 pesos de entonces.
El Dato.El origen del “pan francés”
Llegó a nuestras costas desde el siglo XIX. Elaborado con agua, harina de trigo, levadura y sal, también se le conoce en algunos sitios como bolillo y birote.Sería un derivado del pan desarrollado en Viena, Austria, en esa época, cuando empezaron a funcionar los primeros hornos a vapor, ayudando a que la corteza estuviera crujiente y la miga blanca, apunta el investigador José Castañeda. En 1866 se empiezan a retirar de México las tropas francesas tras su segunda intervención armada en nuestro país.
María Antonia Alanís escribe en su libro “En el Tampico aquel”, que entre las diversiones de las mujeres porteñas de finales del siglo XIX, estaban las visitas que se hacían las amigas por la tarde.
La anfitriona, entonces, ofrecía junto con el café, pemoles, chabacanes y chichimbre, para luego perder la noción del tiempo platicando.
Con el paso del tiempo, ya entrado el siglo XX, el consumo de pan se hizo costumbre en la ciudad mediante su elaboración artesanal, refiere información del Archivo Histórico del Ayuntamiento.
Añade que, en los años veinte, casi la totalidad de las panaderías de Tampico y de la entonces Villa Cecilia (hoy Madero), pertenecían a comerciantes de origen chino.
En noviembre de 1926, según reportaba el periódico El Mundo, se temía que hubiera escasez de pan en la ciudad debido a que las panaderías chinas estaban en riesgo de ser clausuradas.
Y es que un inspector del trabajo dependiente del gobierno estatal, había señalado que los establecimientos incumplían la ley laboral vigente en el estado, dado que no tenían un solo trabajador mexicano.
Hornos de barro
Sobre los orígenes de la elaboración del pan en Tampico, el historiador Adrián Pérez Sobrevilla narra que las primeras piezas se elaboraban en forma rústica con hornos construidos de barro y piedra del tipo volcánica y posteriormente con ladrillos refractarios que llegaban importados de Europa para la naciente industria petrolera.
En algunos hogares, las amas de casa optaron por preparar pan o galletas caseras en sus horas de carbón y leña para evitar comprar en panaderías, pero la costumbre predominante y que llegó para quedarse fue “ir por el pan”.
Es así como dichos establecimientos fueron alcanzando un desarrollo importante en Tampico. Y es que, ¿a quién le dan pan que llore?
“La costumbre de tomar café con pan por las tardes quizá venga de otros lugares, era la llamada merienda y no se contraponía con el desayuno que también era un café con pan o galletas”, refiere Pérez Sobrevilla en entrevista.
Una panadería emblemática
Ubicada sobre la calle Aduana frente a donde estaba la tienda Woolworth en el centro de la ciudad, la panadería El Molino hizo historia en Tampico.
“Toda la gente que salía de trabajar en los edificios Águila y Corona pasaban por ahí y se detenían a comprar pan todos los días, que te despachaban en una bolsa de papel de estraza, amarrada con un hilito. Los padres de familia siempre llegaban a sus casas con pan”.
El emblemático negocio era propiedad de Carlos Arcelus, dueño del café Elite y yerno de don José González, quien a su vez tenía la icónica panadería El Recreo en la avenida Hidalgo, misma que cerró sus puertas en 2021 después de casi 100 años de historia.
Pérez Sobrevilla recuerda las clásicas margaritas, pan blanco, conchas, cuellos, ojos, orejas, peines, chichimbres y máscaras, piezas que en aquel entonces se cocían en hornos de leña de encino, ébano y mezquite.
“Es una historia de casi cien años y se llamó así porque antes ese era el nombre de la colonia Lauro Aguirre. En ese lugar se elaboraban las famosas margaritas con que se hacían antes todas las tortas, que por cierto antes solo se les embarraba frijol, se le ponía un poco de carne y verdura, ahora llevan de todo”.
Se llevaba en carretas
En carretas cerradas con canastos en su interior y jaladas por un caballo, era como las grandes panaderías repartían su producto a expendios más pequeños y a las tiendas de la esquina.
En los años 40 existía también la panadería La Paz, propiedad de César González en la antes llamada calle Amargura, hoy Alfonso Alarcón.
Otro negocio importante era La Colorada, situado en calle Obregón frente al Parque Méndez y propiedad de Rodolfo Montoto Ventura, miembro de una familia española que cuando se marchó de Tampico, adquirió el hotel Elcano en Acapulco.
Fue esa misma familia la que abrió el establecimiento El Mejor Pan, que hace la delicia de chicos y grandes.
Un negocio de gran tradición en la avenida Hidalgo, el cual se incorpora a la oferta existente en los años 40 y principios de los 50.
“Adquiere el prestigio de elaborar el mejor pan blanco de la ciudad, también llamado pan francés, birote o bolillo”, expone el investigador.
Recuerda que la panadería La Luna en la populosa colonia Del Golfo fue también parte importante del Tampico antiguo.
La Yolanda, de Leoncio Salaburu en la calle Altamira, también dejó una huella relevante en la industria del pan.
Otras que continúan haciendo historia en la ciudad son La Flor de México y La Espiga, mismas que se han visto afectadas por la desigual competencia de las tiendas de autoservicio y algunas marcas de panadería industrial.
Pérez Sobrevilla refiere que antes era complejo abrir una panadería, debido a los sindicatos de trabajadores, que se iban a huelga ante el menor conflicto.
Por ello, restaurantes como El Selecto, hacían su propio pan. Ubicado a unos pasos de la plaza Hijas de Tampico y los mercados municipales, este negocio se mantiene vivo hasta la fecha.
Pese a las complicaciones que enfrenta la industria por la pandemia de covid y el alza en insumos como el gas, luz, agua y materias primas como la harina, el azúcar y demás, la mayoría de los expendidos ha salido. “En Tampico somos panaderos, comemos pan todos los días”, afirma.
Frases con pan
- Las penas con pan son menos
- Más bueno que el pan
- El pan de cada día
- Al pan, pan y al vino, vino
- Es pan comido
- No está el horno para bollos
EAS