Lo de Julio –como le decían a casa del abuelo– abrió sus puertas hace unas semanas en Oxford 35, en la colonia Juárez, a una cuadra de Sonia (el restaurante inspirado en la abuela, esposa de Julio). Y como explica David Fajardo Delgado, el chef ejecutivo del grupo: “Es una especie de cantina con unos toques de bodegón y rosticería. Estamos apuntando a tener un buen producto que sea accesible para todos”.
Hay tres momentos en el día, dice David: “Los desayunos con huevitos a la sarteneta de hierro fundido o tostas con espárragos; a medio día entre semana tenemos un menú ejecutivo de $250, de rosticeros; y el tercer momento es desde las 6 de la tarde en el que queremos posicionar ‘la hora del vermuth’, ya más libre con los restos del rosticero en unos taquitos, o unos platillos más creativos. Y ya llegada la noche, con un whisky, un mezcal o una copa de vino”.
Mientras el chef habla sobre el restaurante, llegan a la mesa –no estoy exagerando–: una mezcla de distintas aceitunas marinadas, un hummus con verduras rostizadas, un chorizo español al vino tinto, una prochetta fría con encurtidos y un arancini de calabaza con alioli y parmesano. Así, todo junto.
Es uno de los conceptos en Lo de Julio, platillos al centro de la mesa para compartir entre amigos o con la familia. Es una buena idea, aunque aún mejor es el sabor.
Voy en orden de mis favoritos: las aceitunas son las campeonas, de verdad, podría comerlas el resto de mis días. El chorizo español es jugoso y sabroso, acompañado de un pan tipo baguette que hacen en su panadería en el segundo piso y próxima a abrir al público. La competencia está ruda con los arancini, bolitas de arroz con calabaza, empanizadas y cubiertas con alioli y parmesano.
El hummus claramente hecho en casa con la verdura rostizada en su punto, y la prochetta, tradicional en Uruguay.
Todo esto acompañado con una copa de vino tinto, que en este caso era portugues: fresco y ligero. Los vinos los van rotando y ofrecen distintas etiquetas por copeo.
Segundo tiempo
Esto no terminó ahí. Llegaron los fuertes: dos pollitos rostizados diferentes, unos sorrentinos de espinaca y una milanesa de res.
Los sorrentinos ganaron la batalla, son una especie de raviol relleno de espinaca, pollo y tocino, en una crema de parmesano. Las proteínas no se quedan atrás, los pollos, uno con sal de romero, puré de papa rústico y ensalada de coles de Bruselas (punto extra por esta última, buenísima), y el otro con puré de calabaza tatemada, papa aplastada y brócoli rostizado. Cerró la carrera la milanesa, que como dijo el gerente: “Para mí es mi infancia en Argentina”. Es un platillo que sabe a hogar, con una carne de res empanizada, acompañada de puré de papa.
Llegó la dulzura
Aunque parezca increíble llegaron tres platos para seguir compartiendo: un panqueque (crepa) caramelizado de dulce de leche uruguayo y duraznos quemados, un panna cotta de cardamomo con frutos rojos y ajonjolí, y un bolillito con crema de mascarpone e higos rostizados con miel.
bgpa