Mucho se ha escrito sobre Elizabeth (Isabel) Alexandra Mary Windsor, pero no es mucho lo que se ha hablado sobre la niña de grandes ojos azules, hija de Isabel y Jorge, a quien todos describían como sensible, alegre y bien portada. Para hablar de Elizabeth también hay que hablar de Lilibeth, el apodo cariñoso con el que su abuelo comenzó a llamarla ante la dificultad de la niña para pronunciar su propio nombre. Lilibeth la llamó también por muchos años el príncipe Felipe, y es también el nombre que su nieto Harry y su esposa eligieron para su hija; muy a pesar de los escándalos y en un guiño que nos recuerda que, no importa qué, la familia es la familia.
Isabel es la reina de Inglaterra y soberana de otros 15 estados y solo tres personas, todos varones, han reinado más tiempo que ella. Pero también es Lilibeth, la chica que a los 18 años recibió como regalo su primer perro corgi, cuya descendencia preservó por siete décadas más. Ella es la imagen que ha aparecido en monedas, billetes y timbres postales, y también es la joven que manejó camiones y aprendió de mecánica durante la guerra. La reina Isabel es la mujer que viste con colores vivos sólidos y sombrero para que siempre la vean, pero también es la hija que recibió dos consejos clave por parte de su padre: “Sé neutral; eres la reina de todos, no eres una política” y “háblale a la gente directamente, ellos quieren escucharte”.
Isabel es la mujer que, como todos, ha cometido errores y faltas que se han potenciado por ser quien es, y también es la niña que a los 14 años pronunció un discurso en la radio para hablar en nombre de los niños desplazados por la guerra. Es la mujer que muchos esperaban débil, quien ha puesto su vida y la de su familia sobre las brasas, y también es quien ha cumplido con lo que ella consideraba su deber por sobre todas las cosas, y esto nunca puede tener solo páginas color de rosa.
Tan solo 10 años tenía la entonces princesa cuando pasó de ser la tercera, a ser la siguiente en la línea de sucesión. Esto después de que su tío, Eduardo VIII, decidiera abdicar a la corona a prácticamente un año de haber sucedido a su difunto padre, Jorge V. El motivo por el que Eduardo renunció a ser rey se llamaba Wallis Simpson, una chica estadunidense cuyo historial incluía dos divorcios y ningún vínculo con la realeza. Nadie lo sabía aún, pero a partir de entonces el romance, propio y ajeno, marcaría la vida de su majestad.
Después de aquel escándalo sin precedentes, el padre de Isabel asumió el trono, y aquella vida de feliz familia de cuatro, conformada con sus padres y su hermana Margaret, quedó atrás. Al haber dos hombres antes que ella, Lilibeth creyó que podría vivir una vida tranquila y normal por largo tiempo, pero una vez que su padre se convirtió en rey, el cronómetro comenzó a correr rápidamente hacia atrás. Jorge VI era un fumador compulsivo, y aquello terminó en una extirpación de pulmón que fue mermando su salud más rápido de lo que la futura reina vio venir.
Su propia familia
Isabel es reina y también ha sido una mujer enamorada. Felipe de Grecia y Dinamarca era todo lo que sus padres no deseaban para ella y que, por supuesto, a ella le encantó desde el primer momento. Todo estaba en contra: su nacionalidad, sus apellidos, los matrimonios de sus hermanas con nazis y la supuesta locura de su madre. Es decir, el combo perfecto para el amor prohibido.
Isabel y Felipe comenzaron una relación epistolar, y es bien sabido que dos que intercambian letras tienen grandes posibilidades de caer en las profundas aguas del amor y del “nada es imposible”. Cuando Felipe volvió de la guerra, la familia real lo invitó a su casa varias veces e incluso lo llevaron de vacaciones, pensando que la excesiva convivencia los llevaría al hartazgo. Pasó justo al revés. Fue precisamente en uno de esos viajes en el que Felipe le propuso matrimonio a Isabel. El rey, resignado, les pidió que el anuncio oficial se hiciera hasta que ella cumpliera 21 años.
La pareja mantuvo su romance lo más oculto posible, hasta que la prensa los descubrió lanzándose miradas cómplices en una boda, lo que hizo más difícil acallar los ya existentes rumores: la querida princesa estaba enamorada del griego danés y cantaba por los rincones una de sus canciones favoritas, “People will say we’re in love”. Para calmar las aguas y lograr que las encuestas de aprobación pasaran de 40 a 60% antes de la boda, fue necesario organizar una fuerte campaña de relaciones públicas que incluyó un cambio de nombre; el príncipe se convirtió en Felipe Mountbatten.
Isabel es reina y también ha sido madre. Justo un año después de la boda, dio a luz a su primer hijo. Para la tranquilidad de todos, fue niño. Una tranquilidad tambaleante, considerando que la futura sucesión ha sido más bien un vaivén que se ha movido al ritmo de las pasiones, el amor y el escándalo. Más tarde llegarían Andrés, Ana y Eduardo.
Mucho se ha criticado esta faceta suya, lo cierto es que fueron pocos los años que pudo dedicar a ello. El 6 de febrero de 1952, estando de viaje en una reserva de Kenia, Lilibeth se desvaneció para dar paso a Elizabeth R (R de Regina, que significa reina) tras recibir la noticia de que su padre había muerto víctima de una trombosis.
Setenta años han pasado desde aquel día que cambiaría su vida y la de toda su descendencia. Aunque ya sabía que eventualmente así sería, tuvo que asumir su cargo de forma repentina y poner el deber sobre el dolor de haber perdido a una de las personas más importantes de su vida, entre otras cosas.
Además de princesa y reina, Isabel ha sido hija, hermana, suegra, abuela, bisabuela, ejemplo, villana, enigma y hasta estrella de cine al lado de James Bond. Sus matices son varios y extremos. Hace apenas unos meses, la revista inglesa The Oldie quiso otorgarle el reconocimiento como Anciana del año. Isabel, que durante 95 años ha sido un poco de todo, se negó a recibirlo y declaró: “Eres tan viejo como te sientes”, seguramente en nombre de Lilibeth.
bgpa