Una noche en la suite más cara de Londres, parte 2

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El nuevo penthouse del Mandarin Oriental es la habitación de hotel más cara, ¿pero lo vale?

Hotel Mandarin Oriental de Hyde Park (Shutterstock).
Lucy Kellaway
Ciudad de México /

Durante el resto de la estancia decidí pensar como un oligarca para ver si me gustaba más. Abrí la botella de champaña que sudaba en un cubo de hielo plateado y traté de entrar en el estado de ánimo. Reflexioné que a los oligarcas les encantaría la lámpara de mármol y dorada con su sombra esmerilada y los patos de bronce en la pared del pasillo. Sin embargo, me temo que podrían haber estado tan decepcionados como yo por el balcón. Corre a lo largo de toda la suite y tendría una vista directa a Hyde Park, si una pared sólida no hubiera ocultado la vista. Solo las copas de los árboles eran visibles por encima de ella.

Los oligarcas necesitan mucho espacio, por lo que las tres habitaciones dobles, dos salas de estar, un comedor para ocho personas, tres baños, dos medios baños más y dos cocinas eran los adecuados. Aprobarían el vestidor con sus tres rieles largos, el refrigerador de vinos y dos cajas Aspinal de cuero acolchado, una para cinco relojes y la otra para una colección considerable de joyas. Ningún objeto de valor oligárquico podría esperar un lugar más cómodo para pasar la noche.

No sé si a los oligarcas les encantan los televisores, pero si así es, les espera algo que les va a encantar. Hay ocho de ellos contados, cada uno del tamaño de una pequeña pantalla de cine, excepto el que está integrado en el revestimiento de mármol alrededor del baño.

Es posible que no se encuentren con un televisor en ninguno de los cinco baños, pero podrían consolarse jugando con el sistema de control del inodoro con 12 funciones. Como no soy un oligarca, me quedé sin palabras: presioné un botón al azar y un poderoso chorro de agua se disparó entre mis piernas, lo que provocó que gritara de alarma. Como no llevaba mis lentes para leer, presioné los botones para intentar que se detuvieran, pero finalmente tuve que llamar a mi hija para pedirle ayuda. 

Uno de los botones debe haber operado un sistema de calefacción del asiento, ya que la siguiente vez que visité el baño me desconcerté más al encontrar el asiento caliente como si alguien más acabarla de usarlo.

Entonces, ¿quién se hospeda realmente en este esplendor? Le hice la pregunta a la gerente, quien dijo que principalmente eran familias privadas, con algunos jefes de estado. El único otro huésped que había ocupado la suite desde la reapertura 10 días antes era un miembro de una familia real, que la reservó durante cinco noches, lo que les costaría 210,000 libras solo por la habitación. Todo lo demás es adicional, me aseguró, incluso el desayuno.

Cuando pregunté cómo justificaban cobrar tanto, ella citó tres cosas: la ubicación (entre el parque y las tiendas de Knightsbridge); historia (la reina aprendió a bailar allí, y Churchill se hospedó allí durante la guerra); y el servicio. El Mandarin Oriental ha inculcado en todo su personal tres valores basados ​​en lo que los huéspedes modernos realmente quieren: ser competente, tener energía -y su favorito- amabilidad. Señalé que la leche que pedí todavía no llegaba; Agarró el teléfono y apareció rapidísimo.

Más tarde tuvimos motivos para poner a prueba esta amabilidad cuando no pudimos hacer que el tapón del baño funcionara. Una llamada a la recepción produjo un experto que lo arregló dándole un golpe, a esto le siguió el mayordomo, quien se agarró las manos y se disculpó tan profusamente y con tal extensión que fue un alivio cuando finalmente se retiró. Cuando más tarde no pude averiguar cómo apagar la enorme tele de mi habitación, conseguí que mi hija lo hiciera.

Una vez en la oscuridad, no necesitaba ser un oligarca para estar muy satisfecha. Las cortinas blackout (oscuras), operadas por un interruptor de la cama, eran seguramente más oscuras que lo que mantuvieron a Churchill a salvo durante la guerra. Más notable aún era el silencio. No había ruido del exterior. No el ruido de los carros. No había un coro del amanecer. No se escuchaban los golpes de los ejes del elevador, e incluso dentro de la suite el sonido no viajaba: cuando llamé a mi hija en la habitación de al lado, ella no escuchó nada.

Estar en la cama era como estar en una cámara de aislamiento sensorial. Las sábanas tan suaves y la cama tan cómoda que apenas me di cuenta de estaba en una. Y si las almohadas no son precisamente de tu agrado (si fueron del mío) había un “menú de almohadas” en el que puedes pedir más.

En la mañana fuimos a desayunar. La vista del parque desde la planta baja es preciosa. Los árboles goteaban con el verde de la primavera y afuera de la ventana, la gente trotaba a caballo. La comida era perfecta, y el servicio era competente y amable. 

Lo único malo era que, si ya había pagado 42,000 libras, podría sentirme ofendida por el hecho de que me cobraran 34 libras por cabeza por el desayuno continental. Pero me estaba olvidando, si fuera un oligarca ni siquiera lo notaría.










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