Miguel Herrera lo hizo de nuevo, calificó al América a su quinta Liguilla consecutiva, otra vez por encima de los 30 puntos, cantidad que muchos equipos ni siquiera han olido. El Piojo es garantía de asistir al banquete de la fiesta grande.
Es cierto que el torneo de América no ha sido regular, más bien todo lo contrario, el mismo Piojo ha reconocido que fue un Apertura 2019 bueno a secas y es consciente que el sitio en el que está sentado le demanda más, mucho más.
Miguel es un entrenador que no deja indiferente a nadie es —como América— amado u odiado. Lo que nadie puede negar es que se trata de un personaje con un carácter bien marcado. Pero —también— hay que diferenciar al Miguel persona del Miguel entrenador, porque incluso dentro del gremio arbitral (con quien ha sostenido distintos desencuentros) lo tienen en un concepto de buena persona, lo que indican los silbantes es que se transforma cuando el balón empieza a rodar.
El Piojo defiende sus intereses, eso no se puede dudar, sus formas en el banquillo pueden no gustar a la grada, a los aficionados, a la prensa, a los árbitros… Protesta por naturaleza todo aquello que considera va en contra de su bandera, y muchas veces lo hace de formas que le acarrean los duelos directos con los árbitros.
Cuando llegó a América lo hizo con la ambición natural de todo ser humano, alcanzaba la silla más deseada por cualquier entrenador (nacional o extranjero). Esa que es capaz de proyectar o hundir carreras; con Miguel pasó lo primero, llevó a América al protagonismo, le transmitió la sangre perdida al equipo azulcrema. Lo regresó a la primera plana por los buenos resultados y no por los fiascos, enterró sus complejos y revitalizó su esencia ganadora.
El Piojo no se formó como jugador en Coapa, tampoco como entrenador, pero no le hizo falta para entender la filosofía que irradia el club. Se mimetizó con América que parece el que más siente esos colores.
El actual significado de América en el futbol mexicano no podría entenderse sin Miguel Herrera, porque su gestión —arropada siempre por el apoyo directivo del dueño y los presidentes deportivos a los que les ha extendido su agradecimiento—le ha significado títulos a la institución, que es lo que más vale en este deporte.
En 2011 llegó sin estrellas en los hombros, y en Coapa se ha bordado dos Ligas, una Copa y un Campeón de Campeones, blasones que le han valido el reconocimiento de ser —para muchos— el mejor entrenador mexicano en la actualidad.
Cuando se fue en 2013 no lo hizo por no cumplir las expectativas, al contrario, se marchó porque tenía los argumentos para salvar a la selección nacional y también entregó buenas cuentas, porque no fue lo futbolístico lo que le abrió la puerta de salida.
En su regreso a América en 2017 tuvo la encomienda de repetir la historia, no tuvo miedo al reto, echó a la basura ese famoso dicho de que segundas partes nunca son buenas, Miguel demostró que la capacidad y la actitud están más allá de frases hechas, que el trabajo consistente es el único camino al éxito.
Con Miguel hay garantía de estar en la Liguilla y eso ya representa un plus en lo deportivo y en lo económico, además se garantiza estar en la pelea por el título. Y en América, las celebraciones volvieron. Su segunda Liga levantó a América como el equipo más ganador del futbol mexicano, algo que presume el aficionado americanista en cada tertulia, una razón que le echa en cara al resto de aficionados de otros equipos. Y la Copa representó el fin a una sequía de ese trofeo. Eso lo ha hecho posible la gestión del Piojo.
Y eso lo ha ganado siendo temperamental en el banquillo, porque América no se puede permitir tener un tempano como entrenador. Miguel va a lo suyo y lo hace bien, ahí están sus números 9 Liguillas en nueve torneos con América, en los que siempre ha alcanzado como mínimo las semifinales. Se dice fácil, pero para eso debe trabajar mucho, se debe convencer al jugador, se debe aprender de errores, cometerlos de nuevo y levantarse. Y el Piojo lo ha hecho.
Y el Miguel persona es un tipo bonachón, que habla de frente y siempre tiene tiempo para atender una petición y cuando no puede, de manera educada ofrece su disculpa, pero no se marcha dejando la palabra en la boca. A veces suelta uno que otro albur, las groserías —siempre en el tono bromista— adornan las charlas con él y nunca lo hace de manera irrespetuosa. Sí, parece que se habla de una persona totalmente distinta, pero no lo es. Miguel Ernesto Herrera Aguirre es único e irrepetible y aunque a veces en este mundo importe más lo malo que lo bueno, el Piojo tiene mucho bueno en lo deportivo y en lo personal.