La afición de Cruz Azul ha decidió sublevarse, incluso al propio coronavirus. Sí, prácticamente desde que comenzó la Liguilla, las principales porras de La Máquina se han congregado tanto en el hotel se concentración -en las famosas serenatas- como a las afueras del estadio Azteca para demostrarle su apoyo incondicional al equipo. Sin sana distancia, algunos -o varios- sin cubrebocas, todos repegados, cantando y gritando.
El pasillo de la fe
Previo al arranque de la semifinal de vuelta, y ya varias decenas de fanáticos se acomodaron a unos metros de la puerta de entrada para el camión de Cruz Azul. Pasaron los minutos y el número aumentó de manera acelerada. El Circuito Azteca es territorio celeste.
Sacan las mantas y las despliegan, ellas marcan el límite. Ya son cientos las gargantas que se han congregado; sí, con nulos protocolos y cuidados, ahí están todos los sectores que representan al cruzazulimo: hombres, mujeres, niños, adultos... Los cánticos se repiten una y otra vez; por un momento se salta, por otro solo se grita, en otro se agitan los brazos, todo es una fiesta.
Se escuchan los tamborazos, los silbidos y la euforia; acá no existe el temor al covid, solo una pasión llamada Cruz Azul; sí, la misma que se renueva l recicla cada seis meses.
Llega el momento, se acerca el autobús del equipo. y la emoción se acrecenta. Salen los papeles al aire, las porras y cánticos son más fuertes, la bombas de humo inundan está atmósfera. El pueblo celeste está en éxtasis.
Es cosa de unos minutos, es un desenfreno total, sin miedos ni nada, solo fe de que este Cruz Azul, su Cruz Azul, por fin los haga gritar de felicidad.
FCM