Cuando era solo un niño, Martín Galván ilusionó a todo el cruzazulismo; sin embargo, ese niño nunca creció y terminó por ser una gran decepción.
Sí, porque en los primeros días de 2008 –el 5 de enero para ser precisos– Martín entró al libro de récords del futbol mexicano al jugar cinco minutos en el duelo de la extinta Interliga entre La Máquina y Monterrey. A sus 14 años con 10 meses, el niño oriundo de Acapulco, Guerrero, llamó la atención de todo mundo.
lo que vino después fue una oleada de elogios y buenos presagios, empezando por su técnico, Sergio Markarián, quien no dudó en calificarlo como un “crack”, y cada jugador de Cruz Azul que era cuestionado sobre el histórico debut de Galván no vacilaba en augurar una gran carrera para canterano celeste.
El niño estaba en la palestra y nadie dudaba que con la guía de Markarián –quien en ese momento había rejuvenecido a la plantilla con jugadores como Villaluz, Andrade, Lugo, Orozco, Domínguez– esa joya maduraría en tiempo y forma, solo era cuestión de esperar.
Y parecía que todo iba bien, aunque Markarián se fue a mitad de año, Martín siguió entrenando con el primer equipo al grado que su momento soñado llegó en noviembre… corría la Jornada 16 del Apertura 2008, cuando Benjamín Galindo decidió debutar en la Liga MX a Galván, convirtiéndose en el segundo jugador más joven en debutar en el futbol mexicano –el primero fue Víctor Mañón del Pachuca– con 15 años, ocho meses y 25 días.
De esta forma Martín Galván, el niño prodigio de Cruz Azul ya había llegado a Primera, pero faltaba lo más complicado: mantenerse.
Y LLEGARON LAS INDISCIPLINAS
Desde los 14 años Martín Galván se convirtió en la eterna promesa de Cruz Azul. Fue constante en los entrenamientos del primer equipo, pero nunca dio el paso definitivo para consolidarse. Pasó Markarián, Benjamín Galindo y llegó Enrique Meza al timón del La Máquina, al tiempo que el niño llegaba a la adolescencia y de ahí los errores que marcaron su carrera.
Martín se sabía diferente, especial, por eso no creyó que fuera tan grave la indisciplina que cometió con la selección mexicana Sub 17 en septiembre de 2009. En plena concentración, al futbolista se le hizo fácil meter mujeres al hotel donde estaban hospedados. Su falta no pasó desapercibida y fue marginado del Mundial de la especialidad.
Él mismo no encontraba razón al castigo. “Fue una indisciplina que no está permitida en el hotel, en el pasado hay casos así en la (Selección) Mayor y en varios lugares, pero lo toman como si nada y solo conmigo tomaron una grave medida, yo no estaba en contra de que me castigaran, pero no pensé que fuera con no ir al Mundial”, dijo en ese entonces y después, en una entrevista con La Afición, reiteró que muchos de sus compañeros le tenían envidia por estar ya patrocinado por una de las marcas deportivas más importantes.
En fin, así fueron pasando los meses y los años. Ya no era habitual que Galván entrenara con el primer equipo; es más, iba y venía entre La Noria y Ciudad Cooperativa con el Cruz Azul Hidalgo, hasta que en 2014 empezó su peregrinar en el Ascenso MX: Correcaminos, Atlante, Reynosa, y ya en la Liga Premier de México con el Pioneros de Cancún.
En 2017 dio el salto al Viejo Continente, no como lo figura que se esperaba que fuera, sino como un exiliado que buscaba mantener viva su carrera. El Salamanca de la Segunda B de España –una tercera división– lo acogió. De la noche a la mañana, el niño prodigio de Cruz Azul se perdió por completo. Creció, pero no como todos auguraban. A sus 27 años solo trata de prolongar su tiempo en las canchas.
SFRM