La tarde del 20 de agosto del 2011, aficionados del equipo de Santos Laguna se preparaban para asistir al partido de la jornada 6 del Torneo Apertura frente a Monarcas Morelia. Un encuentro que pintaba como cualquier otro, nada extraordinario y que el público quería disfrutar, ilusionado con ver a su equipo sacar una victoria ante un rival incómodo, sin imaginar que ese día marcaría la vida de muchas personas.
El calor envolvía a La Laguna y Santos trataba de encontrar los buenos resultados con Diego Cocca como director técnico. Morelia con Tomás Boy caminaba con altibajos, pero se mantenía también dentro de los ocho primeros lugares, así que en lo deportivo se percibía un duelo muy parejo.
Marcelo tenía 9 años de edad cuando acudió a ese partido. Su papá había conseguido entradas y lo llevó junto con uno de sus primos. El recuerdo que tiene de ese día fue de alegría por tener la oportunidad de asistir al estadio luego de dos años de no hacerlo, así que ese sería una tarde muy especial, o así lo pensó.
“Mi papá tenía esos boletos, a mí me gustaba mucho el futbol, soy seguidor del Santos. Estaba emocionado, tenía dos años sin asistir. Sentí una emoción muy grande y no por el partido en sí, no importaba el rival. La emoción era por ver al equipo y vivir el ambiente del estadio”, recuerda.
A pocos kilómetros de ahí se preparaba Jesús para asistir al partido, acudiría con su primo Humberto tras conseguir entradas para la zona de plateas. Aunque al principio no tenía claro asistir, pocas horas antes del encuentro decidió aceptar la invitación y llegaron una hora antes del cotejo.
En otro punto de Gómez Palacio, Durango, Raymundo aceptó la invitación de su tío para asistir al partido entre Santos y Monarcas. Se entusiasmó con estar presente en el momento en que Oribe Peralta pudiera marcar su gol número 100 en Primera División.
“Fui al estadio con mi tío y un primo, recuerdo que en ese partido podía ser el gol 100 de Oribe, se supone que la gente iba a levantar cartelones para celebrar, así que yo quería ser parte de eso. Sentí que por la manera de jugar del equipo tendría la fortuna de ver ese momento”.
Fue amplia la asistencia de público, así que los accesos se congestionaron, principalmente por la carretera Torreón-San Pedro, cuando faltaba una hora para iniciar el encuentro. En los alrededores todo transcurría con normalidad, los puestos de venta de alimentos, camisetas y todo tipo de accesorios.
Los puestos de vigilancia eran los que normalmente se instalaban para cada día de juego en el Corona. La gente llegó con toda tranquilidad, muchos niños acompañaron a sus papás ese día y cuando inició el partido, la disputa en la cancha fue muy pareja. Del lado de Santos defendía el arco Oswaldo Sánchez, por Morelia lo hacía el argentino Federico Vilar. La gente estaba feliz apoyando a su equipo.
Todo cambió en instantes
Al cumplirse 40 minutos de acción, comenzaron los momentos de pánico. El balón estaba en el área de Santos y comenzaron a escucharse detonaciones de arma de fuego de distintos calibres por el lado norte, algunas ráfagas eran de armamento de grueso calibre.
Vilar corrió a gran velocidad desde su área hacia el otro extremo para ingresar al túnel hacia los vestuarios, le siguieron el resto de jugadores y árbitros.
Daniel Ludueña y Oswaldo Sánchez se dirigieron hacia la tribuna en busca de sus familias para resguardarlos. El pánico se apoderó del lugar.
“Estábamos en la parte de sombra, cerca de la torre del lado izquierdo, casi en la esquina, algunas filas arriba. El portero Federico Vilar se encontraba frente a nosotros, recuerdo un ruido fuerte, un estruendo y lo vimos correr. Nos preguntamos qué estaba pasando, entonces se empezó a escuchar más fuerte y continuo. La reacción de mi papá fue ponernos pecho a tierra, me cubrió con su cuerpo para protegerme y yo estaba asustado, no entendía bien lo que estaba sucediendo, era una sensación extraña, estaba sacado de onda. Lo que más me preocupó fue ver a mi papá asustado, a mi primo que es mayor que yo, por eso me asusté, pero no entendía qué pasaba a mi alrededor”, describe Marcelo.
De pronto la gente de las tribunas bajas comienza a saltar a la cancha, algunos se resguardan detrás de las estructuras de los anuncios, hay gente llorando, algunas mujeres entran en pánico y no saben a dónde correr o qué hacer.
“Me sentí muy estresado, mi papá me dijo que me calmara que no pasaba nada, que todo se tranquilizaría. Estaba encima de mí, cubriéndome, como dispuesto a recibir las balas por mí. No sé cuánto tiempo pasó, creo fueron como 6 minutos lo que estuvimos en el piso, luego tardamos 40 minutos para salir del estadio. Lo que pude entender de la situación, por lo que me explicó mi papá, era que se estaban peleando afuera, que a nosotros no nos iba a pasar nada. Luego mi primo dijo que se estaban dando de balazos”.
Marcelo junto con su papá y su primo abandonaron el inmueble cuando todo estaba en calma, salieron hacia uno de los estacionamientos contiguos a toda prisa, subieron al vehículo con rumbo a San Pedro para tomar la autopista y así evitar aglomeraciones en su trayecto a Gómez Palacio.
"Casi todo el trayecto de regreso a casa me fui agachado, al llegar platicamos y me decían que me calmara, estaba estresado. Fue hasta el día siguiente que supimos bien lo que pasó, cómo estuvo, lo que pasó en las afueras del estadio, pero sin duda fueron momentos de miedo, estrés y tensión”.
“Ahora lo recuerdo como un momento loco, de euforia, recuerdo a la gente correr, gritar, no es bueno, pero me queda como de enseñanza para estar siempre alerta, precavido y, sobre todo, saber cómo reaccionar. Cuando estoy con los amigos platico esa experiencia que tengo muy presente en mi memoria”.
Momentos que no se olvidan Raymundo tiene muy presente cuando empezó a escucharse el sonido de las balas: “giré la vista hacia atrás y empecé a percatarme de que la gente comenzó a correr entre los asientos y en la cancha vi que los jugadores estaban corriendo. Mi tío me gritó que me tirara al piso, no recuerdo cuánto tiempo estuvimos en el suelo, pero noté que había intercambio de disparos de arma de fuego, se escuchaba fuerte y claro, había confusión porque no se sabía si era dentro del estadio o afuera”.
Al estar pecho al suelo, estaba en shock, no sentía miedo, ni tranquilidad, estaba aturdido. Los teléfonos celulares no tenían señal, no había manera de comunicarse con sus familias para tranquilizarlas. El temor fue mayor, ya que eran tiempos de alta inseguridad en la región, con balaceras constantes.
“Camino al estacionamiento escuché el rumor de que un balazo había entrado al palco, hace unos días nos acordamos de eso y alguien me comentó que fue así, esa persona me confirmó que en un palco donde estaba había un impacto. Ese acontecimiento me marcó y ahora, al salir de la ciudad, cuando me preguntan de dónde soy y les respondo, de inmediato sale a relucir aquel día de la balacera”.
A Raymundo le llamó la atención la manera de reaccionar de la gente, cómo se guardó la calma, que no hubo tanto pánico.
Confusión y crisis Jesús no olvida los momentos desesperantes que vivió aquella tarde del partido junto con su primo Humberto.
“Cuando escuchamos las detonaciones, yo no sabía de qué se trataba, solo vi a la gente correr de un lado a otro, algunos comenzaron a esconderse. Pensé que era un pleito en la tribuna, luego salimos por el nivel Victoria y ahí una persona disparaba con una pistola hacia afuera, nos tiramos al suelo y nos arrastramos, se escucharon cristales rotos y la desesperación de unas jóvenes las hizo entrar en crisis. Luego ya no se escucharon disparos, hubo una tensa calma, como cuando deja de caer la tormenta y el sonido del ambiente parece más claro. Pero no sabíamos si era mejor quedarnos donde estábamos o abandonar el estadio”, recuerda Jesús.
Pasó una hora para dejar el lugar y en el trayecto había algunas grúas remolcando automóviles que sufrieron pinchadura de neumáticos, ya que el comando armado que perpetró el ataque dejó en la carretera púas para que no les dieran alcance.
Algunos pudieron observar cuatro vehículos color blanco donde se transportaron los agresores, quienes huyeron con rumbo a Francisco I. Madero, Coahuila.
Quienes vivieron esos momentos hoy los recuerdan con mucha tranquilidad, pero no olvidan los momentos de angustia y desesperación que vivieron en el TSM, en aquel partido que meses después reanudaron y que ganó Monarcas 0-2. Pero lo ahí sucedido marcó para siempre a quienes lo vivieron.
CALE