Bahia Bakari, la niña que sobrevivió una caída de avión y a los dientes de los tiburones

Bahia Bakari tenía 12 años cuando desafió a la muerte. Un tribunal de París acaba de escuchar la historia de la única sobreviviente (152 fallecieron) del avionazo de Yemen.

Bahia Bakari, joven francesa de 25 años. (Reuters)
Ciudad de México /

Ante los ejecutivos de una productora cinematográfica, un guionista de cine de terror presentaría la idea con grandes gestos faciales, amplios giros de brazos y el histrionismo de quien siente en piel propia la inevitabilidad de la muerte.

Interior. Noche. Niña, 12 años, viaja con su madre y se asoma por la ventanilla de un avión comercial tan viejo y deteriorado que huele a baño y tiene moscas. La aeronave empieza a caer en un lugar remoto de un océano lejano. Exterior. Noche. Enorme golpe contra el mar. 

Del centenar y medio de personas, la mayor parte muere horriblemente. La niña es de las pocas que milagrosamente quedan con vida. En los brutales torbellinos de la aeronave que se hunde en las aguas, de alguna manera logra salir a la superficie. No sabe nadar, no trae chaleco salvavidas y, si faltara algo, la zona está plagada de tiburones. No hay barcos cerca, cualquier equipo de rescate tardará en aproximarse muchas horas o tal vez días… si es que llega. Las voces, los gritos de otras personas se van apagando, desaparecen, no sobrevive nadie más. La chica se aferra a un fragmento del fuselaje. Y resiste.

A algunos de los presentes les parecería exagerado, inverosímil, jalado de los pelos. Sólo un productor aventurado o incauto apostaría por la realización de la película. Pero ocurrió en la vida real, frente a las Islas Comoras, a las 02:00 horas del 30 de junio de 2009. 


Y la protagonista, la hoy joven francesa de 25 años Bahia Bakari, ha dado los detalles de lo que vivió en el escalofriante testimonio que presentó el lunes pasado ante un tribunal de París, en el juicio que familiares de las víctimas llevan contra la aerolínea Yemenia Airways por homicidio involuntario.

Bahia Bakari presentó su testimonio ante el tribunal de París. (Especial)

Caída y resistencia


Agua salada con queroseno. Ante la corte, la hoy joven sonriente y carismática recuerda el fuerte sabor que penetraba su lengua y sus encías, el olor que mareaba sus sentidos. El mar picado sacudía el pequeño trozo de avión al que se sujetaba. 

En la oscuridad total, “La niña milagro” –como ha sido llamada por la prensa– escuchaba voces de mujeres que pedían auxilio en francés y en comorés. Se iban perdiendo. Ella también gritó “sin mucha esperanza” porque “no podía ver cómo salir de esa situación”.

Habitantes de un banlieu (barrio de la periferia) de París, Bahia y su madre volaban a Moroní, capital de Comoras, para acudir a una boda. Habían cambiado de aviones en Marsella y luego en Sana’a, en Yemen, y ya les habían pedido ajustarse los cinturones de seguridad para aterrizar, después de 14 horas de viaje. La niña trataba de divisar las luces de la costa cuando sentí una turbulencia, pero nadie reaccionó así que me dije que debía ser normal”.

En la sala del tribunal, la escuchaban más de cien familiares de las víctimas. ¿Cómo sobrevivió al impacto? No lo puede explicar. 

“Sentí como un choque eléctrico que atravesaba mi cuerpo. Hay un agujero negro entre el momento en que estaba sentada en el avión y el momento en que me encontré en el agua”.

Hoy es una joven de 25 años carismática, con el cabello recogido, maquillaje discreto y una blusa blanca de cuello en V, que se expresa con claridad y una sonrisa permanente. Entonces era una chiquilla delgada, frágil y tímida.

Bahia ha sido llamada "La niña milagro" por la prensa. (Especial)

Recobró conciencia a metros de profundidad. Sólo el instinto pudo sacarla a flote. Algo casi mágico que se lleva en los genes y que le permitió superar los remolinos de abajo, las olas de la superficie, el caos. 

El pedazo de fuselaje al que se aferró tenía una ventanilla, pero no era suficientemente grande como para aguantar el peso de su cuerpo, se hundía. Tuvo que permanecer con medio cuerpo en el agua, apestando a combustible aéreo. Para su fortuna, no había fuego. Se había herido un ojo y roto la cadera y una clavícula. El enorme esfuerzo la dejó agotada. “Terminé durmiéndome”. Entonces debió haberse soltado y hundido, con las voces de las otras sobrevivientes.

Cuando despertó era de día. Sus brazos la mantuvieron sujeta a la plancha. Podía ver la costa. Pero no comprendía lo que había ocurrido. El recuerdo de los gritos de las mujeres había desaparecido y sólo regresó tiempo después. En ese momento, imaginó que al asomarse por la ventanilla, de alguna manera incomprensible, se había caído del avión, que habría aterrizado sin problemas. Pensar que su “increíblemente protectora” madre que la esperaba en el aeropuerto la ayudó a sostenerse. A pesar del hambre, de la sed y, sobre todo, de la debilidad de sus manos, de su cuerpo entero, que parecía soltarse de lo que la sostenía en la superficie, en la vida.

Y a pesar de los tiburones. Con cadera y piernas bajo el agua, sintiendo la presión de los jeans y los botines mojados, temía ser apresada en cualquier momento por los dientes de un enorme animal.

Y la costa se alejaba. Aunque la joven no lo sabía, en esa zona las corrientes se mueven en dirección opuesta a tierra, a una velocidad de 80 kilómetros por día.

Rescate en la tragedia

Líbouna Selemaní, un pescador comorés, le arrojó un salvavidas. Bahia fue incapaz de verlo. De moverse. Después de 13 horas de lucha, sus dedos sólo podían aferrarse al mínimo fragmento de avión. Sus heridas dolían cada vez más. Hombres le gritaban “¡Ven, acércate!”, pero la joven se dormía. Selemaní nadó hasta ella y la empujó, flotando sobre los golpes de las olas, hasta el bote Hishima.

Aunque el avión Airbus A310 que hizo el vuelo 626 a Moroní tenía prohibido volar a Europa por incumplir requerimientos básicos, la aerolínea Yemenia seguía usándolo en destinos africanos. Este continente sigue recibiendo lo peor de lo que el mundo desecha. 

En mayo de 2003, un avión Ilyushin 76 que había despegado de Kinshasa, en República Democrática del Congo, perdió la puerta trasera. Era de carga pero transportaba a 140 personas. Más de 120 fueron succionadas hacia el vacío, a 3 mil 300 metros de altura.

Sin embargo, en este caso, los investigadores no identificaron el estado de la aeronave como la causa del accidente, sino “acciones inapropiadas de la tripulación durante la aproximación al aeropuerto de Moroní, por lo que perdió el control”. Los fiscales acusan a Yemenia Airways de tener programas de entrenamiento de pilotos “llenos de grietas” y de seguir volando a Moroní de noche a pesar del mal funcionamiento de las luces de aterrizaje.

Los representantes de la aerolínea no se presentaron en el juicio. 

“Es una vergüenza”, declaró Bahia Bakari. “A mí y a las familias nos hubiera gustado que nos escucharan. Porque muchas veces se habla de la niña que sobrevivió, pero esto fue en primer lugar y sobre todo una tragedia”.


EHR

  • Témoris Grecko
  • Periodista, documentalista y analista político que ha cubierto conflictos sociales y armados en 95 países y territorios, publicado siete libros y escrito cinco documentales.

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