El hambre es el nuevo virus que comienza a difundirse sobre todo en el empobrecido sur de Italia, en medio de la crisis por el Covid-19. Ya comenzaron las señales de una protesta que prometen convertirse en un estallido social difícil de controlar.
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El Papa Francisco advirtió ayer por la mañana que “se comienza a ver gente que tiene hambre porque no puede trabajar y no tenía un trabajo fijo. Estamos viendo lo que vendrá después, pero comienza ahora”.
No solo cuatro millones son los más pobres. También comerciantes de pequeños negocios como empleados que no tienen cómo trabajar.
En las ciudades del sur comenzó otro fenómeno. En Nápoles, en Palermo, en Reggio Calabria. Los que vuelven a casa con las bolsas del supermercado son asaltados por los hambrientos que les quitan la comida y el resto y huye gritándoles “¡perdón, tengo hambre!”.
El jueves, en un hipermercado en Palermo se produjo el primer asalto en masa. La gente gritando llenó los carritos y trataron de huir: “No tenemos dinero y no queremos pagar”, voceaban.
Había una buena guardia policial que detuvo a los desesperados. Los obligó a no llevarse nada y a cambio nadie fue detenido.
Pero los revoltosos pedían comida a gritos: “¿Cómo hacemos para vivir?”. Por el momento se manda más policía a cuidar los supermercados.
En Bari, una funcionaria del gobierno, Francesca Bottalocci, salió a la calle con dos bolsas de comida y se los entregó a dos mujeres que gritaban desde el balcón de casa: “No tenemos dinero, no tenemos nada”.
En la Italia de la cuarentena férrea comienza a faltar la comida. No en los supermercados sino en la casa de muchos ciudadanos.
Las familias piden asistencia alimentaria a los municipios y a Cáritas, la gran organización de ayuda de la Iglesia.
La sombra ominosa del colapso social ha enmudecido a los italianos, que ya no cantan en los balcones como hasta hace unos días, para darse ánimo y mostrar que “saldremos de esta”.
ledz