Desde la catástrofe electoral en la que después de 14 años en el poder el Partido Conservador pasó a la oposición, los grandes y pequeños tories ponderaron qué hacer: ¿saltar al abismo o envilecerse egregiamente? Como llevaban años de practicar la versión patriótica del envilecimiento, apresurados por la catástrofe electoral, eligieron el abismo.
Por supuesto, hubo deliberaciones. ¿Qué podía ser el fondo del fondo después de Boris y de Liz? La política transmutada en performance post mortem. Una encrucijada. No tendría el mundo que esperar demasiado cuando los conservadores encontraron a la candidata ideal, alguien que representara los valores ancestrales del Partido Conservador, alguien de cuya fidelidad no pudiera dudarse, ¡una Juana de Arco!
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En una derrota semejante el primer paso fue dado hace mucho. Desde entonces se habían precipitado por un tobogán que se extendió 14 años que transcurrió entre el ataque de pánico de Cameron que lo orilló al truco del referéndum, unas “justas” para celebrar su buena suerte al haber ganado uno semejante sobre la independencia escocesa.
Este referéndum tuvo la peor de las consecuencias, la inimaginable: desgajó al Reino Unido de la Unión Europea. Este es el legado de Cameron, haber sido el primer ministro que perdió Europa. Desde entonces varios primeros ministros (y Liz Truss), hasta Rishi Sunak, han enfrentado las consecuencias del Brexit. Estos 14 años de mandato tory han recrudecido el desmoronamiento del Reino Unido, que además actualmente, con todo el mundo, enfrenta la segunda tanda de Trump y sus fantásticos. Tiempos difíciles.
Una piedra en el camino en la política occidental contemporánea es precisamente la inmigración, porque desequilibra el frágil balance europeo. En el caso del Reino Unido ha sido un auténtico fantasma que exige frenar el influjo de nuevos habitantes que exponen sus vidas para cruzar en pateras el Canal.
La preocupación humanitaria presiona la solución del tráfico infame que asedia a sus votantes. El voto ya no se da gratuitamente por fidelidad al grupo social, sino por las soluciones disponibles. Reducir la inmigración que con la crisis de Ucrania ha incrementado las mareas humanas, es imperativo. Además de los ilegales, están los refugiados que huyen de condiciones bélicas de vida o muerte, de gobiernos tiránicos y otras persecuciones. Sólo acomodarlos exige cuidado y presupuesto y en las mejores condiciones no sucede sin fricciones.
Parte del voto depende de resolver la inmigración. La derecha alarmada por la “invasión” ha recurrido a la violencia incendiando refugios, apaleando patrióticamente a cualquiera que parezca musulmán y desbaratando las casas de campaña puestas a la vera del canal o en las banquetas y plazas. Es una imagen que se repite en distintos escenarios y que, en el Reino Unido, habiéndose cobrado las cabezas de varios primeros ministros y ministras del interior, se propuso un lugar foráneo donde los refugiados pueden esperar las deliberaciones en Londres.
Para ello, se necesitaba un país democrático, que compartiera valores similares a los del Reino Unido, un territorio que reuniera las cualidades de un buen anfitrión. A Ruanda cupo el honor de ser considerado país anfitrión de quienes habían expuesto sus vidas para vivir en el Reino Unido. Ruanda, pues, resultó un país en condiciones de recibir a los inmigrantes manteniéndolos tan lejanos como el país del que provenían.
Tal iniciativa no corre en el vacío y sin pesar los riesgos entre los que acicatea la extrema derecha que ya había acosado a Cameron orillándolo al abismo del Brexit. El proyecto humanitario que había elegido Ruanda no progresó en las cortes, aunque costó una fortuna y quizá contribuyó a la salida vergonzosa de Sunak. Meloni ha propuesto Albania para concentrar a los refugiados en instalaciones que no son muy distintas de un campo. Esta grandiosa idea tampoco ha prosperado por razones similares, es decir su ilegalidad.
Uno de los problemas del partido conservador es la sombra de Margaret Thatcher. En términos de género políticas como Priti Patel y Suella Braverman emulan al acorazado con faldas volviéndolo caballo de batalla porque cuando se preguntan qué habría hecho la Dama de Hierro les parece oír un cañonazo. Tanto Patel como Braverman son entusiastas de volverles la vida imposible a quienes aspiran a vivir en el RU.
La primera perdió la carrera para el cargo de primer ministro, pero se afianzó entre las personas cercanas a Badenoch. En cuanto a la segunda, su postura es tan salvajemente reaccionaria que Farage parece un caballero razonable. Como la bancarrota, la catástrofe no sucedió súbitamente. Hoy el servicio de salud pública está colapsado, pero lleva años así. Hasta cierto punto corre el riesgo de volverse un mantra sin solución, aunque la administración laborista ha enfatizado la necesidad de apuntalar los servicios públicos y especialmente la salud, maltrecha después de la pandemia.
Pausa. Cónclave.
—¿Cómo salir del agujero?—
Como sucede en las catástrofes. Hora de actuar.
—¿Alguien tiene una varita mágica? O mejor, ¿bala de plata?—
Kemi Badenoch, nacida Olukemi Olufunto Adegoke en algún hospital de Wimbledon en 1980, fue una de las últimas en beneficiarse del derecho a la ciudadanía británica por nacimiento en el Reino Unido. El siguiente año su heroína Margaret Thatcher abolió este derecho mediante la British Nationality Act. A pesar de esta acción Badenoch admira la determinación de Thatcher, aunque prive a quienes la sigan del derecho que la benefició.
La admiración por la señora Thatcher exige de Badenoch una proeza que consiste en separarse de la cuestión racial en el Reino Unido. Le exige ser una inmigrante de color que se integra al status quo y afirma que el Reino Unido es un buen lugar para ser negro, a pesar de lo que los amargados del movimiento Black Lives Matter digan. Badenoch habla como la primera dirigente de color elegida líder del Partido Conservador y conforme con su situación afirma que el color de la piel o del cabello no importan, aunque los medios enfaticen su negritud como un avance democrático en el corazón del conservadurismo. Demuestra su bona fide, disipa el tufo del racismo, les da un aire jovial de vampiros contemporáneos.
Ser negra basta para que un miembro del Partido Conservador la ensalce porque siendo afro-británica le permitirá a Badenoch ser menos cuestionada, equiparando el color de la piel con un pasaporte para decir cualquier cosa. La nueva líder tiene reputación de luchadora, una de esas políticas que parecen decir exactamente lo que piensan. Como es lo suficientemente brutal, es posible esperar una oposición que se convierta en una mosca detrás de la oreja de Starmer.
Badenoch también es adalid de una cultura hegemónica cuyo criterio de aceptación o rechazo es el colorímetro imperial. Como Priti Patel y Suella Braverman, ex ministras de Interiores y abanderadas del tribalismo más cerrado, Kemi Badenoch es una inmigrante ideológicamente a la derecha de la Reina Victoria.
Aunque educada en Nigeria hasta los 16 años, Kemi inició su carrera como una promesa precisamente para quienes como ella eran o aspiraban ser inmigrantes legales, ciudadanos nuevos que se unen al Reino Unido. Pero Badenoch no simpatiza con los suyos porque no los considera así. Al estar contra las llamadas “guerras culturales” (la identidad, la historia, la justicia, las condiciones de vida y el acceso a la educación) Badenoch también se opone a que sus semejantes lo sean. Para ella la negritud no significa un deber, sino una experiencia que prefiere hacer de lado para que no se la califique como “tibia” ante la “invasión”. Badenoch repetiría sin vergüenza la opción que los conquistadores dieron a los irlandeses oriundos: al oeste o al infierno. A Ruanda o al fondo del mar.
Badenoch desea evitar el vasto terreno de la “lucha cultural” en donde la revisión de la historia nacional implica la conciencia hasta ahora evitada (y paradójicamente propiciada) del pasado colonial y peor aún de las condiciones de vida de los afro-británicos y de los británicos caribeños, algunos de ellos descendientes de esclavos. Los estallidos de violencia iluminan una tensión racial que sigue presente. Sólo en Netflix se alcanza la armonía racial.
Badenoch no quiere ser identificada por nigeriana, ni por “outsider” en ningún sentido. Badenoch defiende sus valores, aunque no especifique de qué se trata. Algunos los sabemos y vienen con su tribu como el mencionado adelgazamiento del estado visto como un parásito caro y estorboso. Para ser libres al estilo bucanero (como lo soñaba Boris ahora escritor de memorias), hay que reducir el estado a una radiografía programada. Eso permitirá el renacimiento del Reino Unido como lo ejemplifica Londres, el centro del mundo financiero, de las industrias de la inteligencia y lo último en ingeniería y armamento. Pero para que ello sea posible, hay que deshacerse del ancla fiscal y del laberinto burocrático que deben ser reemplazados por una administración eficiente. El Estado visto como compañía, como Trump espera que Musk administre Washington.
La ideología opera de modos extraños y la baronesa Thatcher es importante por ser la primera mujer que gobernó el Reino Unido y lo hizo evolucionar a una economía de servicios con lo que además se libró de los sindicatos. Hazañas notables. Por otro lado, el neoliberalismo que arrasó con la industria nacional llevó a la pobreza a regiones enteras cuyas circunstancias urgen ayuda. Algunos recursos provenían de fondos de la Unión Europea, así que el divorcio también afectó a los poblados en el norte de la isla, donde eso significa para muchas aldeas y comunidades el agravamiento de sus circunstancias. El olvido. El fortalecimiento de la economía thatcheriana no sólo dejó detrás cadáveres sino cementerios completos. Su convicción de adelgazar el estado se convertiría en mantra de los conservadores y en eso Badenoch no es la excepción sino una de sus más convencidas defensoras.
En su discurso de aceptación, Badenoch advirtió que el tiempo de decir la verdad había llegado. Sería ominoso si no fuera porque como en cuanto a sus valores, Kemi prefiere la ambigüedad. ¿A qué “verdad” se refería? ¿A que los conservadores la eligieron porque representa la posición más extrema de la derecha dentro del Partido Conservador? ¿A que es la respuesta tory a la amenaza ultra? ¿A que los tory esperan que Badenoch sea la bala de plata para recuperar los votos que favorecieron Reform UK, el partido fundado y dirigido por Nigel Farage, uno de los más conspicuos promotores del Brexit y amigo de Trump? ¿Para demostrar que el Partido Conservador es por lo menos tan extremo como la extrema derecha? ¿Había alguien más conservador que Robert Jenrick, ex ministro de Relaciones Exteriores durante el gobierno de Rishi Sunak que reclama separar al Reino Unido de la Comisión Europea de Derechos Humanos?
Badenoch es la triunfadora de un florilegio de conservadores unos más a la derecha de otros. La nueva líder del Partido Conservador se considera la némesis, la pesadilla del laborismo porque según ella nadie puede acusarla de ser movida por prejuicios —como si los prejuicios fueran propiedad privada de los blancos. Según el Guardian, 58 por ciento de los conservadores tiene una opinión desfavorable acerca de la elección de Kemi Badenoch como líder del partido, pero los convencidos de que Brexit sigue estando al final del arcoíris se preparan para ser liderados en otra gloriosa batalla de Agincourt.
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