El clima se ensaña con cero grados centígrados, la sensación térmica es de menos cinco y un viento le escupe milimétricas agujas de hielo a los rostros morenos de los peregrinos. Padres, hijos, mascotas y abuelos se abren paso con pesadas botas que se hunden en la nieve del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe de Illinois.
MILENIO fue testigo de que todos, o la mayoría de ellos, tienen un objetivo: orar a los pies de la Virgen de Guadalupe contra la migra o a favor de los indocumentados, que es lo mismo.
Durante estas fechas en que convergen las redadas antiinmigrantes y el 494 aniversario de las apariciones en el cerro del Tepeyac, se percibe una euforia tal como si la Virgen Morena hubiera elegido este suburbio, ubicado a 32 kilómetros de Chicago, para apersonarse.
Ningún otro templo mariano en Estados Unidos reúne tal densidad de peregrinación en un solo mes. Datos de la Arquidiócesis de Chicago y la oficial Prensa Católica consultados para esta investigación, señalan que en los últimos años la congregación creció de 200 mil fieles en 2018, a 300 mil en 2022, 350 mil en 2023 y unos 400 mil en 2024.
Devotos a la Virgen, presentes en EU
Estas cifras representan la segunda concentración guadalupana más grande del continente americano, sólo detrás de la Basílica de Guadalupe de la Ciudad de México.
En este año uno de los encargados de las celebraciones, el sacerdote José Sequeira calcula que habrá en diciembre un 25 por ciento menos afluencia porque, aunque el jefe de la Patrulla Fronteriza, Gregory Bovino, que encabezó el operativo Midway Blitz en Chicago y sus alrededores –entre ellos el suburbio de Des Plaines– ya se fue, la 'migra' sigue presente y activa, pero sin tanto show.
Si es así, al final del mes se podrían cuantificar de 200 a 225 mil devotos que sí asistieron, entre ellos, Alfonso Dueñas, un mecánico de origen hidalguense que aparece por el estacionamiento principal del santuario entre la niebla helada que impide la vista a corta distancia y cubre los árboles de un capa de hielo semejante a un cristal.
Va enchamarrado en verde hasta las rodillas, una gorra que cubre sus anteojos de los copos y carga a un hijo de seis años, ojos chispeantes, más divertido que congelado, forrado con un abrigo naranja.
Los coloridos atuendos de padre e hijo los hace destacar entre la mayoría de peregrinos, que pasan a su lado arrastrando los pies envueltos en negro, cual luto, con discreción.
“Es un tiempo de mucho miedo”, reconoce al ser interceptado por MILENIO antes de montar su troca que estacionó entre un centenar de tráileres adornados con la imagen de la Virgen en las cajas, al frente, en los toldos.
Quizá la Guadalupana de Chicago no hace milagros, pero junta multitudes. Las redadas y las detenciones de migrantes continúan, mientras la fe se expresa en rezos y peticiones.
Migrantes piden cubetadas de agua bendita
Como Alfonso Dueñas fue hace tiempo chofer de esos monstruos con muchas ruedas, se sumó a la misa que pagó el gremio, mientras uno de sus ex compañeros insistía en hacer sonar el claxon para demostrar su euforia como si no hubiera un mañana. Tal vez no lo haya para varios de ellos.
“Venimos con mucha fe porque además del peligro en las carreteras está el miedo a la migra”, dice encogiéndose de hombros Alfonso.
Desde el 1 del mes hasta el 12 de diciembre, cuando culminan las celebraciones con mañanitas, misas bilingües al medio día y santos rosarios a medianoche en la plaza principal en la capilla de San José, desfilan en masa visitantes de a pie, jinetes, caballos, trocas, chinelos, danzantes folclóricos, trabajadores de todo tipo.
Algunos llegan temblando ante la réplica autorizada de la Guadalupe, plasmada en la reliquia original, para dejar rosas, orquídeas, con los ojos cerrados, moviendo los labios en murmullos incomprensibles. Otros, dice el sacerdote Sequeira, quieren que les echen “cubetadas de agua bendita” como un manto protector.
“¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?”, dice una cita icónica de la Guadalupana. Y justo en la pequeña ciudad de Des Plaines les gustaría que les volviera a hablar y les proveyera de consuelo, por las razzias que han venido y los mil 500 indocumentados que, según el Departamento de Seguridad Nacional, detuvo Gregory Bovino en los últimos tres meses.
Porque de esas historias hay muchas: desde los jardineros capturados en una gasolinería que aparecieron en la televisión, hasta aquella del hombre a quien agentes de Servicio de Control de Migración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) tumbaron con descargas eléctricas porque salió corriendo de puro miedo por tener piel café con leche, aunque era ciudadano estadunidense.
Los perseguidos reaccionan de maneras disímiles. Hay quien se ha encerrado a cal y canto o quienes salen sólo para no ser esclavos del miedo, como Denisse Tovar, oriunda de Cuernavaca, y su hija adolescente, quienes también van de negro, y rezan por sí mismas y por los otros, mientras son voces del coro en las misas.
“Tres o cuatro días por semana venimos por los que ya no están o los que se quedaron aquí sin alguien que era parte de su familia, como mis vecinos: su papá salió a trabajar y se lo llevaron los agentes de ICE saliendo de la iglesia”, cuenta Denisse a MILENIO.
Los guadalupanos de este año se la están jugando: si el presidente Donald Trump decide ser cruel y mandar al servicio de inmigración para atizar el fuego en semejante congregación, sería el acabose. Denisse no se lo quiere ni imaginar; mejor no pensar, creer que aún hay códigos y mejor seguir al corazón.
“Yo solo sé que me da mucha paz estar aquí en este momento”, dice la cuernavaquense.
Por eso sigue cantando: “Y eran mexicanos, y eran mexicanos, y eran mexicanos bajo el Tepeyac”.
Una tradición desde hace 30 años
De frente a la estatua de la Guadalupe que mide 3.6 metros y la de Juan Diego de 1.8 metros que se encuentran en la zona exterior del santuario o plaza principal conocida como el Cerrito del Tepeyac de Chicago –construido a imagen y semejanza del Tepeyac original–, Joaquín Martínez parecería un peregrino más, no el fundador del templo.
Ahora tiene un papel más discreto, casi de vigilante, pero fue un pilar para que el lugar tomara forma desde los años ochenta del siglo pasado. Y satisfecho, Martínez cuenta sus vericuetos a este diario mientras saca de la cajuela de su coche un libro de su autoría (Historia de la fundación del cerrito del Tepeyac Chicago) en pasta dura, con fotos y narraciones del colosal sitio montado en un terreno de 25 hectáreas.
El Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe actualmente alberga al templo que tiene el recinto interior, además de la plaza exterior donde se hacen las misas multitudinarias al aire libre –como la del 12 de diciembre–, también una pequeña capilla, jardines y tienda de souvenirs.
Fue cuestión de que la iglesia Católica como institución pusiera el ojo en el potencial de este culto mariano para que empezara a fluir dinero, donaciones y la construcción que arrancó en 1995, casi 10 años después de que un sacerdote de la capilla para la que hacía mantenimiento Joaquín Martínez le pidiera organizar la fiesta guadalupana.
Este dijo que no tenía experiencia en eventos y el otro replicó: “Si eres mexicano debes saber algo”.
Como pudo, Martínez organizó aquella celebración y al final una estadunidense le preguntó cuánto debía pagarle y él respondió que nada, que era un honor compartir el amor y el fervor guadalupano. De todos modos ella le extendió la mano con 300 dólares enrollados como si fueran cigarrillos.
Aceptó 100 y el resto los donó a la iglesia. Era 1986 y al poco tiempo fue a visitar a sus padres a San Ciro de Acosta, en San Luis Potosí y, de paso, fue a la Basílica capitalina, donde con aquel dinero compró un busto de la virgen que se envió por paquetería a su propia dirección de Chicago. Como en aquel tiempo no tenía documentos, le pidió a un amigo que fuera al aeropuerto por ella.
Quería donarla al templo donde trabajaba, pero ahí quisieron hacerla “una virgen misionera” para que fuera de capilla en capilla. Nadie le dio morada hasta el 4 de julio de 1988, cuando se animó el padre Jean Smith, encargado del entonces orfanato católico de Maryville.
“Si recibo a niños abandonados, ¿cómo no voy a recibir a la Madre de Dios?”, razonó.
Luego el mismo Smith se puso a hacer labor de convencimiento sobre la necesidad de un templo a la altura de la fe y el número de mexicanos, y así fue como un 12 de diciembre de hace exactamente 30 años se puso la primera piedra.
El Papa de Chicago y la resistencia
La Iglesia Católica ha visto crecer a sus seguidores gracias al arribo de la población latina en Estados Unidos, según el Pew Research Center con base en datos del censo.
En 2010, había 19 millones de esta etnia que se declararon católicos y representaban el 29 por ciento del total de esa religión; en 2018, crecieron a 19.7 millones (el 34 por ciento) a pesar de la pérdida generalizada de feligreses y para 2025 pasó a 20.5 millones, que significan el 36 por ciento.
No es casual que de Chicago haya salido el actual papa León XVI, Francis Prevost, ni que este se haya mudado a Perú como parte de carrera; más bien, parece una consecuencia natural derivada de la sinergia que hay entre los inmigrantes y la jerarquía católica local, tentada a mejorar la desigualdad latinoamericana que empuja a su gente de los templados terruños del sur a los extremos nevados de Illinois.
Desde la parroquia de San Pío V, ubicada en el barrio latino de Pielsen, desde donde salen miles de los peregrinos hacia el Tepeyac local. Y es el padre Charles Dahn quien da fe de ello en entrevista con MILENIO. Él sigue enfadado porque no pudo hacer mucho cuando a las 07:00 horas de días pasados llegó la migra a llevarse a mujeres que vendían tamales y a vendedores del pulguero.
“Esto es una guerra política: están atacando a Chicago porque es un estado demócrata y es la ciudad con más mexicanos después de Los Ángeles”, explica Dahn. “Es una guerra ideológica”.
El sacerdote alzó la voz en las más recientes redadas, igual que otros curas desde sus respectivas trincheras de la ciudad. Repartió comida, ropa, estableció un comedor popular, una tienda de segunda mano y desde hace tiempo, una consejería legal: las embestidas en contra de indocumentados son cíclicas.
El padre Dahn se involucró en Latinoamérica desde muy joven; trabajó en Cochabamba y en La Paz, capital de Bolivia, donde aprendió el español y la forma de pensar.
“Sé cómo luchan, y cómo Estados Unidos ha sido muy imperialista con los países latinoamericanos”.
En los últimos años, el cura apoya un proyecto de Eduardo El Güero Piña, un chilango que dejó la Ciudad de México después del sismo de 1985, cuando adquirió el pánico a morir aplastado y encontró en Chicago un refugio del que no quiere salir (incluso ya compró aquí su cripta) a menos de que sea con la Virgen Migrante.
La idea de esta Guadalupana nació cuando convenció a Dahn de rendir un homenaje a la cantante Jenny Rivera en 2012 tras su muerte en un accidente de avión, pero no hubo manera de que otra capilla les prestara un cuadro mariano. Debido a ello, diseñaron el suyo y le agregaron en el fondo algunas caras morenas.
Desde entonces la Virgen se la pasa de aquí para allá, de Zacatecas a California, de Guerrero a Arkansas, de Durango a Indiana, como los migrantes mexicanos que la acompañan, según cuenta El Güero Piña tras una caminata de ocho calles con la imagen por las cercanías de Des Plaines.
El Güero llama por teléfono a Gonzalo Pérez, un activista por la causa de mucho arraigo, aunque no al extremo de caminar bajo tormentas de nieve. Al final le dice que no, que las autoridades de salud no recomiendan caminar más de dos calles a la intemperie en el infierno blanco. “Cuídate”, le recomienda, pues sí.
El Güero no se achicopala, sigue adelante con sus pensamientos:
“Creo sinceramente que el cambio tiene que ser de una manera espiritual”. Y así sigue hacia el Cerrito del Tepeyac de Chicago.
MD