En Corcoran se bombea agua por todas partes para mantener sus cosechas. Pero la autoproclamada capital agrícola de California ha pagado caro por este título: la ciudad de 20 mil habitantes se hunde, cada vez más, en el suelo.
En los últimos 100 años, Corcoran se ha hundido el equivalente a una casa de dos pisos. "Hay demasiados agricultores bombeando por todas partes", se queja Raúl Atilano. El octogenario residente de Corcoran se esfuerza por dar sentido al extraño fenómeno que les dejó la agricultura intensiva.
Para regar sus vastos campos y ayudar a alimentar a Estados Unidos, los operadores agrícolas empezaron en el siglo pasado a bombear agua de fuentes subterráneas, hasta el punto de que el suelo ha empezado a hundirse.
La hidróloga Anne Senter lo ilustró así: es como una serie de pajitas (popotes) gigantes que succionan el agua subterránea más rápido de lo que la lluvia puede reponerla.
Los signos de este hundimiento son casi invisibles para el ojo humano. No hay grietas en las paredes de los edificios, ni fisuras en las calles o los campos: para medir el hundimiento, las autoridades californianas tuvieron que recurrir a satélites de la NASA para analizar el cambio geológico.
La única señal reconocible de este peligroso cambio es un dique a las afueras de la ciudad que podría provocar una inundación, pues Corcoran se asienta sobre una cuenca.
Pero este año no se esperan inundaciones. La alarmante sequía agravada por el cambio climático ha transformado este sitio de producción de alimentos de Estados Unidos en un vasto campo de polvo marrón, obligando a las autoridades a imponer restricciones a los agricultores en el uso del agua.
- Te recomendamos "Se te parte el corazón"; agricultores de California arrancan árboles que más consumen agua Estados Unidos
Así, Corcoran se encuentra ahora en un círculo vicioso: con sus suministros de agua limitados, los operadores agrícolas están bombeando más agua subterránea, que a su vez acelera el hundimiento de la ciudad.
A pesar del peligro evidente, pocos habitantes de la zona se han manifestado contra el problema. La mayoría de ellos trabajan para las mismas grandes empresas agrícolas que bombean las aguas subterráneas.
"Tienen miedo de que si hablan en contra de ellas, pierdan su trabajo", dice Raúl Atilano.
El hombre de 80 años pasó gran parte de su vida trabajando para uno de los mayores productores de algodón del país, J.G. Boswell, cuyo nombre aparece en miles de bolsas de tela rellenas de algodón que se ven apiladas por la ciudad.
"No me importa", añade con una sonrisa. "Llevo 22 años jubilado".
Y a medida que las grandes empresas agrícolas se han ido mecanizando e industrializando, requiriendo cada vez menos mano de obra local, los habitantes de la ciudad se han ido hundiendo en una depresión económica y psicológica. Un tercio de la población, mayoritariamente hispana, vive ahora en la pobreza.
evr