El revuelo en torno a la conducta de Brett Kavanaugh, candidato de Donald Trump a la Corte Suprema, durante la adolescencia en la década de los ochentas es un recordatorio del costo que pueden tener los deslices juveniles en la era de las redes sociales, en la que todo se sabe: lo que digas y hagas de joven puede pasarte factura de adulto.
Algunos adolescentes de hoy afirman que se cuidan de lo que dicen y lo que hacen porque crecieron con la era de internet y lo que ponen en las redes sociales es analizado en los procesos de admisión a la universidad y cuando buscan trabajo.
La evidencia usada en el caso de Kavanaugh, en cambio, incluye viejos anuarios escolares y calendarios.
Maya Carpenter, estudiante de secundaria de 17 años de California, dice que en la escuela ha asistido a varias clases en las que se enseña a tomar recaudos en la internet y que su escuela ofrece una clase digital sobre civismo.
“Ponen mucho énfasis en el hecho de que lo que dices no desaparece”, explica. “Lo que está pasando con Kavanaugh es un gran ejemplo”.
Al menos diez potenciales alumnos de la Universidad de Harvard aprendieron de primera mano lo costoso que puede ser la conducta juvenil cuando la casa de estudios dio marcha atrás con sus admisiones el año pasado por cosas que habían publicado en Facebook de contenido sexual o burlándose de los mexicanos, el Holocausto, las violaciones y el abuso de menores.
Las universidades no ocultan el hecho de que revisan las semblanzas de los potenciales estudiantes en las redes sociales. Un estudio de Kaplan Test Prep de abril indicó que 68 por ciento de las universidades consideran legítimo analizar los postings en Facebook e Instagram a la hora de decidir a quién admiten y a quién no.
Una gran diferencia hoy es que difícilmente pasen 300 años antes de que los deslices juveniles causen problemas.
“Sin duda la gente está consciente de eso”, expresa Georgia VanDerwater, de 18 años, del pueblo de Holland, estado de Nueva York.
La estudiante asegura que se cuida de lo que pone online y que su madre está pendiente de sus entradas y se lo hace notar cuando ve algo que podría ser problemático en el futuro.
“Puede ser una broma, un insulto en un tuit. Le digo que yo lo interpreté así y que otras personas pueden también interpretarlo así”, cuenta la madre de Georgia, Amy VanDerwater.
Kavanaugh niega tajantemente las acusaciones de conducta sexual inapropiada y de tomar demasiados tragos a principios de los ochentas, en su esfuerzo por convencer a los senadores de que merece ser juez de la Corte Suprema.
Un anuario escolar de la secundaria de 1983 dice que abundaba la bebida cuando Kavanaugh asistía a la Georgetown Preparatory School, un centro educativo privado para varones en Maryland.
Bob Farrace, portavoz de la Asociación Nacional de Directores de Escuelas Secundarias, dice que los centros educativos inculcan desde hace años a sus estudiantes que escriban cosas positivas en los anuarios.
“Los directores y los empleados que asesoran sobre el anuario siempre recomiendan a los estudiantes que no escriban cosas inapropiadas porque pueden hacer quedar mal tanto a la escuela como al estudiante”, manifiesta.
No solo las conductas reprobables pueden causar problemas.
VanDerwater sabe que si un potencial empleador busca su nombre en Google, verá que ella ayudó a organizar una protesta estudiantil el año pasado para pedir un mayor control a la venta de armas y que llamó a un legislador republicano para quejarse porque no había participado en un foro sobre ese tema.
A medida que se involucraba en el movimiento contra las armas, tuvo que decidir si ese activismo podría perjudicarla en el futuro, por ejemplo al tratar de conseguir empleo en una empresa que tiene otros puntos de vista. Al final, decidió continuar con su activismo ya que una empresa como esa no sería un sitio indicado para ella.
“Pero sé que mi activismo puede tener consecuencias, porque si gugleas mi nombre, verás esas cosas”, comentó. “Estoy consciente de eso”.
La ‘vida loca’ del joven Kavanaugh
LA ALDEA
Un anuario escolar de secundaria, de 1983, revela que en Georgetown Preparatory School, el centro educativo privado al que asistía el candidato de Trump a la Corte, abundaba el alcohol.
Washington /
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