Bertolucci: 'El último tango en París', su obra que huele a sexo

La sexta película del director italiano y tercera colaboración con Storaro se convirtió en la piedra de toque de todos los escándalos, por ser la película más provocadora y lúcida de su tiempo.

Bertolucci (izq.), Marlon Brando y la actriz Maria Schneider durante el rodaje de la polémica cinta. (AP)
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México /

Luis Martínez / El Mundo 

Pocas películas huelen tanto y de forma tan profunda como 'El último tango en París', del cineasta italiano Bernardo Bertolucci, quien falleció a los 77 años en Roma. Huele a sexo, huele a escándalo y, obviamente, huele a muerte. El sexo, de hecho, está indisolublemente unido a la ceremonia de lo breve, de lo que desaparece. Y así es en todos los órdenes de la vida, incluido en el más rudimentario y agreste de todos.

'Amorphophallus titanum', por ejemplo, es el nombre como se conoce una de las más curiosas y magnéticas aberraciones del reino vegetal. El nombre esconde el nombre científico de la flor cadáver, la más grande de todas. La más hermosa y también la más repugnante. La belleza, en definitiva, huele a muerte.

En el momento de su estreno en 1972, fueron pocos los que no se rindieron al hedor de 'El último tango en París', la película más provocadora y lúcida de su tiempo. Vittorio Storaro, el director de fotografía, coloca toda la cinta en un gama de colores cálidos que va desde rojo encendido al ocre de la tierra pasando por el rosa pálido de la piel desnuda. 

La película, literalmente, se desvanece en la agonía de un hombre enfrentado al último estertor de su poder, de su reinado, del más soez de los heteropatriarcados. Es así. Se trata, en efecto, de una meticulosa descripción del abatimiento, de la angustia. Y todo ello, a la vez que asistimos a la más bella y trágica historia de amor; un amor que, como la misma belleza, se pudre.

Marlon Brando y Maria Schneider en la polémica escena de 'El último tango en París'. 

Desde el momento en el que tocó la pantalla, la sexta película del director italiano y tercera colaboración con Storaro se convirtió en la piedra de toque de todos los escándalos

En España la censura se encargó de que su estreno llevara más de cinco años. Se podría ver en diciembre de 1977 cuando el dictador llevaba más de dos años enterrado. Miles de españoles fueron en procesión a Perpignan o Biarritz para sencillamente abrir los ojos. Pero en Italia, aún peor, fue llevada a los tribunales por la escena de sexo anal. Es más, el director fue incluso condenado a cuatro meses de prisión. 

No hay datos sobre si El último tango en París modificó los usos y costumbres de la pareja heterosexual moderna. Tampoco se sabe si quiera si ascendieron de manera notable las ventas de mantequilla en los hipermecados de barrio. Pero, sea como sea, el caso es que la cinta sirvió de punta en un tiempo que nos dejó de tirón al lado de la obra maestra de Bertolucci películas como Saló o los 120 días de Sodoma, El imperio de los sentidos o Portero de noche. O, ya puestos, Emmanuelle

Eso por no hablar de la eclosión del cine declaradamente porno. Y aquí, Garganta profunda o El diablo en la señorita Jones. El sexo empezó a hablar. O a gritar. 

Pero con todo, El último tango... sigue ahí. Sin envejecer un segundo en su capacidad para el tumulto. Y probablemente para siempre. Hace dos años, se reavivaría la polémica por la dichosa escena. En una entrevista de 2006, Maria Schneider responsabilizaba a ese momento de todas las desgracias que le vendrían hasta su muerte en 2011. Acusó a Bertolucci de "proxeneta"; afirmó que la escena no estaba en guión, y atribuyó al director y al actor principal (Marlon Brando) una conspiración a sus espaldas para engañarla. Dijo haberse sentido humillada y describió sus lágrimas durante la escena como reales. 

Bertolucci contestó que lo único que no estaba en el libreto era lo del lubricante lácteo. Eso y que se trataba solamente de cine, de "fingir" una violación. A continuación entonó un leve 'mea culpa' al admitir que Schneider quizá "era demasiado joven para entender lo que estaba pasando". 

El asunto no hubiera pasado de ser un intercambio de versiones sin las declaraciones posteriores de Bertolucci a la Cinemathèque Française. 

Allí, con ocasión de una retrospectiva decía aquello de: "No me arrepiento, pero me siento culpable". Y allí, describía puntillosamente el método de trabajo: "Quería que su reacción fuera la de una chica, no la de una actriz. Quería que sintiera la humillación, que gritara ¡no, no!... Creo que nos odió a Marlon y a mí porque no le contamos el detalle de la mantequilla como lubricante". Estas declaraciones de 2013 estallaron en 2016, tres años después por efecto de las redes sociales

No deja de ser algo más que simplemente casual que el vocerío de los 70 regrese intacto y hasta amplificado medio siglo después. Al fin y al cabo, El último tango en París, con su luz putrefacta habla de un tiempo eminentemente corrupto. 

El viaje existencial del protagonista, como el de tanto otros héroes perdidos de Bertolucci, es el de un hombre amoral que busca en los pliegues de cada uno de los tabúes de la sociedad un espacio de liberación y a la vez condena. Ama porque muere; se emancipa de sus deberes porque se reconoce esclavo de sus pasiones. Y así. 

La película, de alguna manera, se vivió como un espejismo de liberación. Y sin embargo su mensaje no tan oculto era justo el contrario. Estamos sentenciados. Y por ello, se antoja revelador que el tiempo le haya dado la razón. Y la inquisición que en los 70 tenía forma de censura orgánica y perfectamente reglada, ahora, en los 2000 y pico, adopte la forma mucho más sutil y democrática de la red social. El cadáver, en su agónica belleza, es el mismo. Y huele. Sigue oliendo.



jamj

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